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En aquella mañana que me encontraba muy disgustado por el problema de la mala salida para el ganando, tuve la visita de dos mercaderes que vinieron a ver el ganado Se trataba de un padre y su hijo, los dos de abrigo y sombrero, pues estaba muy frío. Después de mirar el ganado me ofrecieron 260 pesetas por kilo, cuando el precio real era de 450 en canal. Les miraba con asombro y en silencio cuando uno de ellos me dijo: qué piensas hacer ¿Los hechas en ese precio?

-Les miré de arriba abajo y les dije:

-Lástima que lleven el abrigo abrochado.

-¿Por qué lo dice? Dijo, el más joven. 

-Porque así no se les ve el revólver. Solo les falta que lo lleven a la vista para ser atracadores completos. Por favor lárguense y no vuelvan por aquí. Eso no es comprar sino atracar.

Eran dos explotadores que buscaban la ocasión. Sin corazón ni dignidad, sabiendo que podía ser la ruina de un ganadero. De esa forma hicieron algún dinero, robando al esclavo. Menos mal que son pocos los que actúan de esa forma, pero de vez en cuando surgió alguno más.

Esta clase de gente no llegan muy lejos, precisamente por ser de mal proceder y no saber comportase en la vida real. Después de atracar al ganadero, explotan al cliente sin piedad, dándole gato por liebre hasta que se encuentran con el resultado final: la mayoría de las veces la ruina, que es lo que se merece porque no valen para otra cosa.

Por fin llego el amigo del Chilu, que era carnicero de vacuno. Aquel hombre que acaba de llegar observó cómo trabajaba y vio todas mis instalaciones. Después de mira los teneros lo primero que dijo fue:

-Amigo, tienes un ganado excepcional y bien cebado. Mi amigo el Chilu me dijo, que fabricabas el pienso, ¿puedo verlo?

-Sí, Precisamente es para mí una satisfacción mostrarles el producto con el que cebo el ganado y que es lo mismo que come el ternero que matamos para nuestra casa.

Salimos de las naves y les llevé a las instalaciones donde hacíamos el pienso, que estaba todo funcionando Miró detenidamente toda la maquinaria, cogió un puñado de pienso, lo olió y dijo:

-¡Vaya pienso! Tiene tan buen olor que apetece comerlo. Creo que con esta calidad de ganado y este pienso las canales serán como se comenta, inmejorable. 

-Desde luego que lo son. Siempre me gustó ofrecer calidad, porque creo que es la única forma de sobrevivir como ganadero. Las trampas nunca me gustaron.

-Bien se ve amigo, porque aquí hay buena muestra de ello dijo: Aquel hombre. 

Después de pasar revista a todo, como buen entendido y profesional, se acercó y me dijo:

-Todo lo que contó nuestro amigo de ti, es poco comparado con lo que veo. Estoy asombrado del orden y de cómo trabajas con esos aparatos. Desde luego, si no lo veo no lo creo. Yo había oído hablar de ti pero nunca pude creer lo que decían hasta hoy cuando yo mismo lo pude comprobar. Perdóname pero te digo la verdad.

-Tranquilo ya estoy acostumbrado a que la gente me diga lo mismo. Es natural que no se lo crean cuando no conocen mi forma de trabajar, lo entiendo perfectamente.

Aquel gran hombre se le notaba la satisfacción que recibió al conocer a un hombre del que solo sabía de su existencia, pero que para él, cómo para muchos, lo que se comentaba era un mito, ¿cómo iba ser verdad que un hombre en esas condiciones pudiera ser tan activo y trabajar de todo?

-Te compro todo el lote de terneros me dijo: pero antes tengo que matar a 14 que tengo en mi cuadra, para ir sacando según los necesite.

-Papá le dijo el hijo, ¿cómo le vas a comprar todos si ya no tienes donde meterlos?

-Eso no importa, este hombre tiene un ganado especial, no hay línea de carne tan buena en todo lo conocido. Con razón tiene fama de ser uno de los mejores cebadores. Vamos a hacernos socios de él, ceba con pienso casero. Lo merece, no le des más vueltas porque ya están comprados.

-Mira  ese hombre dijo: a su hijo cuando se alejaban, si todos fuéramos tan trabajadores como él, el mundo sería una balsa de aceite, porque es así como se crea riqueza y se vive bien.

– Entre lo bien que trabaja este hombre sin manos y la excelente ganadera que aquí tiene, debería ser presentada al público como exposición para aprender a mucha gente.

Lo mismo César carnicero de vacuno, que el Chilu carnicero de porcino, fueron grandes hombres del su oficio, trabajadores con honradez, serios y cumplidores, además de muy buenas personas, buenos comerciantes, que no robaron a nadie. Pagaban bien y apreciaban y respetaban los derechos de los demás. Supieron vivir de su trabajo, sin olvidarse de saber valorar el mérito de los que trabajamos. Los dos ya no están, pero nunca les olvidaré como amigos y hombres de bien que fueron. Estos dos hombres lo mismo que yo nunca fueron ladrones, como aquel energúmeno que trabajaba en la misma oficina, que decía, más rabioso que un puma, que todos los comerciantes éramos ladrones. Creo que confundido y atrofiado por la maldita envidia que siempre reino en su retorcido cerebro.

Hay un dicho que dice y muy acertado a mí juicio, que la envidia, el odio y la avaricia son unas de las tres enfermedades más peligrosas del corazón. Porque descontrolan y hacen perder a esa clase de persona el sentido de la realidad.

No conozco al hijo de César porque solo le vi una vez, pero sí al hijo del Chilu, que sigue con los negocios de su padre. Seguimos con la amistad de siempre al igual que su padre también lucha con honradez y es hombre de palabra, serio y buena persona. Sin duda lleva la sangre del que fue un gran cumplidor del deber. “El fruto del roble siempre fue roble y la figal siempre será figal”, así dicen los de mi tierra.

Cuando ya estaba terminado de matar aquella partida de terneros, que apunto estaban de pasarse, le dije a Cesar:

-Tengo que pedirte un favor. Tengo un compromiso con uno de mis sobrinos que, al dejar de estudiar y no tener trabajo, le ayudé a montar una pequeña cuadra con cinco terneros, también culones y le pasa lo mismo que a mí, no tiene salida. Son de toda confianza y los ceba con mi pienso.

-No te preocupes, basta que tú me lo pidas para que los compre. También los mataré, pero con una condición: yo trataré contigo, si no es así, no los quiero.En aquella mañana que me encontraba muy disgustado por el problema de la mala salida para el ganando, tuve la visita de dos mercaderes que vinieron a ver el ganado Se trataba de un padre y su hijo, los dos de abrigo y sombrero, pues estaba muy frío. Después de mirar el ganado me ofrecieron 260 pesetas por kilo, cuando el precio real era de 450 en canal. Les miraba con asombro y en silencio cuando uno de ellos me dijo: qué piensas hacer ¿Los hechas en ese precio?

-Les miré de arriba abajo y les dije:

-Lástima que lleven el abrigo abrochado.

-¿Por qué lo dice? Dijo, el más joven. 

-Porque así no se les ve el revólver. Solo les falta que lo lleven a la vista para ser atracadores completos. Por favor lárguense y no vuelvan por aquí. Eso no es comprar sino atracar.

Eran dos explotadores que buscaban la ocasión. Sin corazón ni dignidad, sabiendo que podía ser la ruina de un ganadero. De esa forma hicieron algún dinero, robando al esclavo. Menos mal que son pocos los que actúan de esa forma, pero de vez en cuando surgió alguno más.

Esta clase de gente no llegan muy lejos, precisamente por ser de mal proceder y no saber comportase en la vida real. Después de atracar al ganadero, explotan al cliente sin piedad, dándole gato por liebre hasta que se encuentran con el resultado final: la mayoría de las veces la ruina, que es lo que se merece porque no valen para otra cosa.

Por fin llego el amigo del Chilu, que era carnicero de vacuno. Aquel hombre que acaba de llegar observó cómo trabajaba y vio todas mis instalaciones. Después de mira los teneros lo primero que dijo fue:

-Amigo, tienes un ganado excepcional y bien cebado. Mi amigo el Chilu me dijo, que fabricabas el pienso, ¿puedo verlo?

-Sí, Precisamente es para mí una satisfacción mostrarles el producto con el que cebo el ganado y que es lo mismo que come el ternero que matamos para nuestra casa.

Salimos de las naves y les llevé a las instalaciones donde hacíamos el pienso, que estaba todo funcionando Miró detenidamente toda la maquinaria, cogió un puñado de pienso, lo olió y dijo:

-¡Vaya pienso! Tiene tan buen olor que apetece comerlo. Creo que con esta calidad de ganado y este pienso las canales serán como se comenta, inmejorable. 

-Desde luego que lo son. Siempre me gustó ofrecer calidad, porque creo que es la única forma de sobrevivir como ganadero. Las trampas nunca me gustaron.

-Bien se ve amigo, porque aquí hay buena muestra de ello dijo: Aquel hombre. 

Después de pasar revista a todo, como buen entendido y profesional, se acercó y me dijo:

-Todo lo que contó nuestro amigo de ti, es poco comparado con lo que veo. Estoy asombrado del orden y de cómo trabajas con esos aparatos. Desde luego, si no lo veo no lo creo. Yo había oído hablar de ti pero nunca pude creer lo que decían hasta hoy cuando yo mismo lo pude comprobar. Perdóname pero te digo la verdad.

-Tranquilo ya estoy acostumbrado a que la gente me diga lo mismo. Es natural que no se lo crean cuando no conocen mi forma de trabajar, lo entiendo perfectamente.

Aquel gran hombre se le notaba la satisfacción que recibió al conocer a un hombre del que solo sabía de su existencia, pero que para él, cómo para muchos, lo que se comentaba era un mito, ¿cómo iba ser verdad que un hombre en esas condiciones pudiera ser tan activo y trabajar de todo?

-Te compro todo el lote de terneros me dijo: pero antes tengo que matar a 14 que tengo en mi cuadra, para ir sacando según los necesite.

-Papá le dijo el hijo, ¿cómo le vas a comprar todos si ya no tienes donde meterlos?

-Eso no importa, este hombre tiene un ganado especial, no hay línea de carne tan buena en todo lo conocido. Con razón tiene fama de ser uno de los mejores cebadores. Vamos a hacernos socios de él, ceba con pienso casero. Lo merece, no le des más vueltas porque ya están comprados.

-Mira  ese hombre dijo: a su hijo cuando se alejaban, si todos fuéramos tan trabajadores como él, el mundo sería una balsa de aceite, porque es así como se crea riqueza y se vive bien.

– Entre lo bien que trabaja este hombre sin manos y la excelente ganadera que aquí tiene, debería ser presentada al público como exposición para aprender a mucha gente.

Lo mismo César carnicero de vacuno, que el Chilu carnicero de porcino, fueron grandes hombres del su oficio, trabajadores con honradez, serios y cumplidores, además de muy buenas personas, buenos comerciantes, que no robaron a nadie. Pagaban bien y apreciaban y respetaban los derechos de los demás. Supieron vivir de su trabajo, sin olvidarse de saber valorar el mérito de los que trabajamos. Los dos ya no están, pero nunca les olvidaré como amigos y hombres de bien que fueron. Estos dos hombres lo mismo que yo nunca fueron ladrones, como aquel energúmeno que trabajaba en la misma oficina, que decía, más rabioso que un puma, que todos los comerciantes éramos ladrones. Creo que confundido y atrofiado por la maldita envidia que siempre reino en su retorcido cerebro.

Hay un dicho que dice y muy acertado a mí juicio, que la envidia, el odio y la avaricia son unas de las tres enfermedades más peligrosas del corazón. Porque descontrolan y hacen perder a esa clase de persona el sentido de la realidad.

No conozco al hijo de César porque solo le vi una vez, pero sí al hijo del Chilu, que sigue con los negocios de su padre. Seguimos con la amistad de siempre al igual que su padre también lucha con honradez y es hombre de palabra, serio y buena persona. Sin duda lleva la sangre del que fue un gran cumplidor del deber. “El fruto del roble siempre fue roble y la figal siempre será figal”, así dicen los de mi tierra.

Cuando ya estaba terminado de matar aquella partida de terneros, que apunto estaban de pasarse, le dije a Cesar:

-Tengo que pedirte un favor. Tengo un compromiso con uno de mis sobrinos que, al dejar de estudiar y no tener trabajo, le ayudé a montar una pequeña cuadra con cinco terneros, también culones y le pasa lo mismo que a mí, no tiene salida. Son de toda confianza y los ceba con mi pienso.

-No te preocupes, basta que tú me lo pidas para que los compre. También los mataré, pero con una condición: yo trataré contigo, si no es así, no los quiero. 

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