En aquel tiempo de granjero vendía los cerdos de cebo y también las hembras madres que iban fallando. El carnicero que los compraba ponía el precio a mi ganado. .Nunca valía que le dijera que era muy bajo, Si quería venderle, yo tenía que aceparle su precio. Hasta que llegó un sábado por la tarde. Me encontraba en la pradera trabajando. Llegó acompañado de su chofer, él no sabía conducir. Me saludaron y miraron el ganado. Como siempre dijo: “al mismo precio”. Estaba harto de vender a tan bajo precio por no pelear con forasteros, aunque la verdad es que él respetaba el peso y pagaba como un banco; sin duda era buena persona, pero muy baratiego. No se daba cuenta que yo también tenía una casa que mantener. Dado que había cierta amistad, ya lleva tiempo comprando y abusando del precio.
-Aquella tarde le dije, cambia de disco, porque siempre pones el mismo y lo vas a gastar.
-No lo creo dijo riéndose, es muy fuerte.
-Fíate y no corras, ya verás el porrazo, va a ser gordo.
-No te atreves a perder un buen cliente como yo.
-Para ser lo bueno que tú dices hay que subir un poco el precio, no lo quieras todo paratì.
-No te subo nada están bien pagados.
-Lo siento mucho pero el precio hoy lo pongo yo. Si no te interesa tan amigos. Estoy cansado de decirte que no se puede trabajar tanto para ganar tan poco.
-Pon el que quieras, yo me marcho y en paz.
-Déjate de bromas, sabes que ya no puedo perder tanto. Porque tú respetes el peso y pagues bien, no te da derecho a pasarte de la raya. Hoy el precio es de 120 pesetas kilo, canal.
-Ni hablar, no te lo pago dijo.
-Como tú quieras le respondí, yo nada puedo hacer.
-Entonces me voy.
-Vale, si así lo quieres.
-Oye, hasta hoy fuiste tú el dueño de mi ganado. Siempre lo pagaste como quisiste.
Aquel hombre que era muy alegre y bromista, además de buen paisano, me dijo:
-Bueno, yo con dejártelo estoy cubierto.
Sabes que soy de una sola palabra y difícil de convencer
-Si te interesa, no le des vueltas, o te dejo sin ganado. Mira que la vas armar, no encuentras calidad de ganado como este, en todo el territorio, no te engañes.
-Arsenio, tiene razón le dijo el acompañante, le pagas muy poco. Tú sabes que no encuentras ganado como el que te sirve, y si lo pierdes lo vas a sentir.
Tan mal le pareció la gran verdad que le dijo su compañero que se enfadó con él. Con brusquedad, no frecuente en él porque fue siempre muy prudente, le dijo:
-Así que le ayudas en lugar de a mí.
-Es que tiene razón.
No tuvo más salida que decir:
-No me interesa, nos vamos.
Le dijo que arrancara el coche y que diera la vuelta y se marcharon
Yo, con la adrenalina un poco subida porque estaba harto de perder de mi derecho, me fui a casa, cambié de ropa, cogí el coche y fui a ofrecer el ganado a otro carnicero que se había interesado por él. En un momento le vendí lo que tenía para dar salida. Regresé a mi casa y cuando estábamos cenando me llamó al teléfono el que lo había rechazado. Me preguntó:
-¿Qué has pensado?
-No he pensado nada porque el ganado ya no es mío; está vendido.
-No te creo.
-No te digo más que la verdad, ¿acaso no me viste pasaros a la altura de Sama?
-Sí que te vimos ¿a dónde ibas?
A vender el ganado, tú no lo quisiste, ¿a qué iba esperar?
-No puedes hacerme eso, yo soy tu mejor cliente. Tienes que darme diez cerdos para el lunes si no me dejas colgado.
-Yo no te dejo colgado, tú te has colgado. Ya nada puedo hacer, sabes que el otro carnicero cuenta con el número que me ha comprado. Eso tenías que haberlo pensado primero.
-¿A dónde voy a por ganado para dar a mis clientes? El individuo se volvía loco. Tienes que ayudarme, te pagaré lo que pidas.
-No quiero aprovechar tu necesidad, pero tan poco se los puedo quitar.
-Te pago el precio que tú has dicho me dijo de nuevo, pero no me los quites, seguiré siendo tu comprador, no cambies porque no te conviene.
-Cierto, ni a ti ni a mí nos conviene porque ya llevamos tiempo trabajando juntos, pero eso será si pagas el ganado a su precio real, así los dos podremos trabajar y no será todo para uno. Eso sí que puede ser, pero no con los de hoy, ya no son míos.
-Hay que arreglarnos. Todos tenemos que trabajar. No me dejes sin mercancía.
-¿Por qué fuiste tan duro conmigo? Bien te lo dije. Sabes que no encuentras canales como los míos, hasta tu ayudante lo reconoció, pero le mandaste a la porra. Hay que pensar mejor las cosas y nos evitaremos estos líos. ¿Qué puedo hacer yo si ya he dado mi palabra al otro?
-Échame un cable, que no te interesa perderme.
Me dio pena y le dije:
-Tú sabes que yo no puedo disponer del ganado, pero aun así llamaré al carnicero y le pediré por favor que me deje la mitad de los que pides para no dejarle colgado.
-No me arreglo.
-Tienes que arreglarte. Ven el lunes y castigando mi bolsillo de nuevo, te llevaras algunos cerdos, que, aunque con menos peso, te sacarán del apuro. Espero te servirá de escarmiento para que la próxima vez no seas tan testarudo. No debes olvidar que vale más lo malo conocido que lo bueno y lejano, aunque en este caso es al revés, aquí el ganado es de primera calidad.
Llamé al otro carnicero y le conté lo ocurrido. Que se trataba de un viejo amigo y no le podía dejar en la estocada. Aunque fuera a seguir dándole mi ganado le prometía ayudarle en alguna necesidad. El hombre, que me conocía bien me dijo: Arsenio por lo serio que eres y muy cumplidor, te lo mereces. Además el. Chilu, también es muy buena persona, lo sacaremos del apuro, y ya nos arreglaríamos en lo sucesivo. Así era la lucha de granjero, siempre con realismo y rectitud, para que muchas veces encontrarnos con múltiples problemas.
Aquella lección le sirvió para el resto de subida, nunca más tuvimos un problema y siguió comprando todo nuestro ganado hasta que dejé de ser grajero. Fue el mejor de todos los tiempos, un buen cliente, además de amigo. Tenía muy buen corazón. Era amigo de hacer favores y un buen paisano.
Como era normal, él no podía absorber toda mi producción de ganado. Había momentos muy difíciles para poder darle salida. Una ganadería con ochocientos cincuenta cerdos y treinta o cuarenta terneros culones no siempre era capaz de venderlos a su debido tiempo.
Otra tarde llegó como siempre, con su chofer, y después de marcar el ganado que le hacía falta, le comenté el mal momento por el que estaba atravesando. Le dije que tenía cerdos hasta por las ventanas, ya no sabía dónde los iba a meter. Lo malo era que también ocurría lo mismo con los terneros, tampoco había salida, ya pasan más de la cuenta de su peso y eso es un duro problema para venderlos.
Aquel hombre que bien sabia de los problemas del ganadero me dijo: es cierto te encuentras apurado, te voy ayudar. Hablare con un amigo para que te saque los terneros lo más rápido posible.
Muchas gracias amigo te lo agradezco mucho.
Tenía la cuadra de terneros a tope y ya comenzaban a fallar de las patas por el excesivo peso. Había sufrido una baja por ese problema. Uno de los terneros mayores se tumbó y no se levantó más. Ya no se recuperó. Pesaba cerca de 800 kilos en bruto y hubo que quemarlo. Aquel animal fue el más grande de toda mi vida de ganadero y se perdió. Era un animal de los mejores que conocí, negro con un fino pelo brillante y hermoso, Lo había comprado en el pueblo de Corripos, del concejo de Siero.
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