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Siempre procuré rodearme de gente seria y formal, no me importaba que no supieran trabajar, porque todos tenemos que aprender. “Tiempo tenéis les decía, el caso es querer” y ellos me entendían. Así es el comienzo de hacer a un hombre al trabajo. Hay que enseñarle y darle tiempo para que sin apuros ni traumas, aprenda y coja la marcha de los demás. Sin sentirse oprimido y extraño, sino a gusto como uno de los veteranos. Explicándole que con paciencia se aprende y que es necesario porque el trabajo es lo que nos da de comer. Saber aprender a trabajar es tan necesario como el pan de cada día, porque es nuestro medio de vida. 

Siempre me gustó enseñarles a respetar la calidad de los productos, para poder dar buena mercancía a los clientes. Haciéndoles saber que los clientes son los que nos dan de comer. Las trampas siempre fueron trampas, al igual que la mentira, tienen poca duración, solo duran hasta que llega la verdad. Está bien claro que el que engaña a la gente se engaña así mismo, porque pierden la seriedad y el crédito ante sus clientes y también derriban hasta su propio negocio. Porque solo engañan una vez. Aparte de lo bajo que queda un hombre que no cumple, ante sus empleados que es posible que terminen criticando y con toda la razón.

Nunca pude soportar el robo y la traición. Mi rectitud y mi grado de cumplimiento fueron uno de mis pilares principales para llegar, para sobreponerme a las adversidades tan duras que soporté. Me gusta sentirme satisfecho de hacer las cosas como mejor pueda. Esa es la energía propia del luchador. Esa energía, la genera tu propio cerebro al saber que eres cumplidor de tus deberes, que estás seguro de sembrar la mejor semilla, que te gustaría recoger y para que nadie te ponga en duda tu rectitud. Nada se puede esperar de la farsa y el engaño, esto casi siempre recibe su merecido.

Aquel individuo  quería darme clase, diciendo que el robar en el peso no tenía ninguna importancia. Vasado en lo que él hacía, con sus mentiras y trampas. En una de sus maniobras con su camión, tiró una columna de mi almacén. Yo estaba allí y le dije que no pasaba nada. Él se puso furioso, se enfadó por el despiste que tuvo y dijo:

-No puedo dar nota al seguro, hace poco que les armé una y me echarían si les doy otro parte. Lo de armar una, eran las trampas que hacia al seguro en combinación con otros como él, así me lo decía y riéndose con toda gracia como si fuera algo normal.

-No te preocupes, yo pongo esa columna y no tienes por qué verte apurado con los del seguro.

-Te lo agradezco me dijo, te traeré un poco de arena cuando regrese de hacer un viaje.

-No hace falta, yo tengo aquí material suficiente para hacer esta columna y más si fuera necesario.

Se fue y no se habló más de la cuestión. A los ocho o diez días llegó una tarde y me dijo:

-He cambiado de idea. Firma aquí, voy a cobrarles la columna para una truchada, una buena merienda a base de truchas de río y un buen vino.

-No te molestes ni te metas en líos con tu seguro, no merece la pena. Si queremos comer truchas las podemos comer sin trampas. La columna ya está puesta y no hay más vueltas que dar.

-Por eso hay que cobrarla. Como ya está hecha nos comemos la truchada.

-Pero si no es hacer trampas me dijo, Arsenio la columna la tiro mi camión y el seguro debe de pagar, porque te niegas.

-Porque tu dijiste que estabas en apuros con el seguro. Tranquilo ya no lo estoy, tiene que pagarla, si viene a verla es tu deber presentarla porque ya les dije que estaba hecha.

-No se calló hasta que le firmé la factura que había traído. Se marcho y todavía no entregó el dinero ni se comieron las truchas. Más tarde dejé de trabajar con él porque no cumplía como era debido.

Como seria aquel individuo de retorcido, que trabajando con sus camiones en plena campaña de salida de abonos, se marcho a trabajar a una contrata de carreteras y nos dejo plantados. En aquel tiempo había mucho trabajo y pocos camines, las pase moradas para poder seguir trabajando.

Pasaron unos cuantos meses y un día vino su madre a pedirme que lo admitiera otra vez a trabajar con nosotros. La pobre madre lloraba, mientras me contaba que en cima de dejarnos sin poder trabajar, le hicieron una estafa. No le pagaron el trabajo de varios camiones. El contratista se marcho al extranjero y los dejo sin blanca.

Lo admití porque lo pidió aquella señora que era muy buna persona, pero poco tardo en hacer otra de las suyas y nunca más le admití ni quise saber nada de tal personaje. 

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