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Me machacaron largo tiempo, sin saber por dónde andaban, ni investigar la causa de aquello que decían ser un grave problema por tan malos olores en la villa de Sotrondio.

Que los había era cierto y que molestaban mucho también, pero era problema de las autoridades, ya que mis explicaciones nunca les valían. Lo mismo que yo me molesté y luche hasta que conseguí investigar de donde provenian, ellos tenían la obligación de investigarlo sin culpar a nadie hasta saber la verdad. Pero no fue así, lo más fácil fue buscar un culpable. Y ese culpable era yo, el esclavo mayor del pueblo, que luchaba sin descanso para poder salir adelante. Reventado de trabajo y de problemas, trabajando quince y hasta más horas diarias, ni los domingos tenia descaso.

Aparte de estudiarlo detenidamente, porque sabía lo que iba ocurrir, lo tenía todo bien controlado. Una de las pruebas más claras era la limpieza que había en mi ganadería y la segunda, que a una distancia de 150 metros estaban las oficinas centrales del Grupo minero, donde trabajábamos un montón de hombres: ingenieros, personal de oficina, vigilantes, personal del exterior y los mismos vecinos. Nuca llegaron los olores aquella distancia tan corta. Sabiendo lo que iba ocurrir, había tomado todas las medidas posibles desde el principio para evitar problemas. Sin duda ninguna fui un experto en el tema, porque nunca me gusto estar fuera de la ley.

Pero para cierta clase de gente, parecía no interesarles de donde venían aquellos olores. Alguien se empeñaba en castigarme, bien por ignorancia o por maldad. Aun no lo sé ni nunca lo entenderé.

Fue mucho el daño que sin motivo me produjeron aquellas acusaciones. Me preguntaba cómo podía haber gente de esa clase, que sin saber de donde procedían los olores, me echaban la culpa a mí, cuando yo siempre había procurado ser cumplidor con mis deberes y haciendo favores a todo el mundo que podía y sin hacer daño a nadie. Seguro estaba de que los olores que circulaban no eran de mi ganadería.

¿Cómo pueden pasar estas cosas? Aquellas acusaciones eran lo suficiente como para dejar a una familia en la calle. Eso podía suponer para mí el cierre la explotación ganadera, sin ningún remedio posible. Lo que sería para mí la ruina total. El sueldo que yo ganaba no alcanzaba para uno. Si me quitaran el único medio que tenia para mantener la familia, ¿Qué sería de mí?. Me aterrorizaba solo con pensarlo, sufrí lo indecible durante largo tiempo porque no hacían caso de la verdad y eso es muy grave. Me sentía indefenso, atropellado y sin que nadie se diera cuenta de que yo no era culpable.

Aquello me quitaba de dormir y hasta de comer, hubo un tiempo que viví atormentado de tanto sufrir sin culpa. Un día que estábamos vacunando el ganado, me dijo el veterinario Don Daciano:

-Arsenio, ayer tuve un debate en el Hogar del Productor con el capataz “fulano de tal” (me dijo hasta el nombre del individuo). Dice que los olores que hay por el paseo de Sotrondio que son de tu ganadería. ¡Vaya tío más terco! Por más que le dije que no son de esta ganadería, más apostaba. Le expliqué que conocía toda la explotación, que venía con frecuencia y que todo estaba muy limpio. Que si no hay olores ni allí, ¿cómo iban a llegar hasta Sotrondio? Atravesando el rio Nalón. Pero seguía diciendo que había que denunciarte y cerrarte todo. Le pregunté si no le daba un poco de pena que sin culpa te hicieran una cosa tan fuerte como esa, a un hombre tan trabajador y en las circunstancias que te encontrabas, además del capital invertido. Contestó con despotismo que ese era mi problema y no el suyo. “Hay que actuar con la ley en la mano” le dijo.

D. Daciano el Veterinario. Lo recordaré siempre con un gran afecto por ser hombre serio y muy trabajado. El fue el que vacunó durante años mi ganadería y bien se portó conmigo, porque sabía mi forma de trabajar con realismo y seguridad para no molestar a nadie. Me apreciaba mucho lo mismo que yo a él.

En efecto. A los pocos días me llamó el Acalde del Concejo, Sr. Marino y el Jefe de municipales, Sr. Caso. Los tres reunidos en el despacho del Alcalde, que por cierto me preguntó con mucha prudencia:

-Arsenio, te acusan de que los olores que hay en Sotrondio en el paseo, junto al río, son de tu ganadería. ¿Tú qué dices?

-Que existen esos olores y muy malos, es cierto, y que la gente se queja también, pero mi ganadería nada tiene que ver con ese problema. Rotundamente le aseguro que yo soy inocente de lo que me acusan y lo voy a demostrar. Aunque reconozco que usted tiene que descubrir la verdad, pero yo no soy culpable, lo tengo todo bajo un exhaustivo control.

El Sr. Caso, convencido de que eran de mi ganadería, dijo:

-Arsenio no digas eso porque está demostrado que es cierto. Todo el mundo dice que es de tu ganadería.

-Que digan lo que quieran pero no son de mi ganadería. Aparte de que allí no hay olores, en la oficina tampoco. Está a 150 metros y el aire que casi siempre sopla del norte o de poniente, en dirección a la oficina, los llevaría y nos atormentarían, pero allí no hay olores. Si con las ventanas abiertas no nos molestan para nada, ¿cómo van a molestar al otro lado del río? Hasta el ingeniero, cuando salí para acá, me dijo: “A ver si de esta vez te dejan en paz”, que ya estaba bien de darme la lata y hacerme sufrir sin culpa.

El Sr. Caso no me dejaba alternativa y parecía convencido de lo contrario. Por muchas vueltas que diera no tenía escapatoria. En cambio el Sr. Alcalde le dijo:

-Deja que se explique. Tiene derecho a defenderse y está muy convencido. Arsenio es hombre serio y podría tener razón. Que lo demuestre, como él bien dice.

-Muchas gras, señor. Así será. El señor Caso va claudicar ante la verdad. Yo precisamente detesto las mentiras y a quien las dice, porque no tolero la farsa ni las tonterías.

-De eso nada, Arsenio, no seas terco, no tienes escapatoria. Dijo Caso.

-Ya lo veras. El tiempo es el mejor testigo, le dije muy disgustado por su terquedad, ignorando por completo la realidad de la que yo estaba seguro y en condiciones de enseñarle de donde provenían aquellos olores. Además de demostrarles que no se trataba de un solo olor, sino de tres y de diferentes lugares. Eso fue lo difícil para mí: buscar de donde venían y porque. Debo decir que a pesar de los disgustos que me dieron, esto sirvió para agudizar mi lucha y conseguir descubrir de donde venia todo aquello que apestaba en aquella zona.

Yo nunca había tratado con el Alcalde Sr. Marino, pero me pareció muy inteligente por su parte cómo trató el tema. En ningún momento se comportó con dureza. Creo que a través de mis explicaciones pudo ver una posibilidad de duda y que tuvieran un fallo. Me escuchó con atención y seguramente vio seguridad en mí al decirles que lo demostraría. Hay cosas que se ven claras cuando uno está reventando con la verdad. Este señor fue muy prudente y la prudencia es fruto de la nobleza. Me concedió de buen grado el derecho a defenderme, dando una lección al otro, que empecinado, discutía sin saber la verdad ni atender mis razones. Sin darse cuenta del patinazo que iba llevar, lo que al final le iba producir un disgusto tremendo, por su enorme tozudez.

Nunca más vi al Sr Marino, ni supe de él, pero donde quiera que esté, le deseo tanto bien como el que él hizo conmigo. Nunca le olvidaré porque demostró ser un caballero.

En cambio el Señor Caso en aquella dura entrevista y con una equivocación monumental y desconociendo totalmente lo que ocurría, me dijo muy enfadado:

-Arsenio, a las 6 de la tarde me esperas junto a la plaza cubierta para hacer una encuesta a la gente que pasea por allí, para que veas la verdad y lo equivocado que estas.

-Usted tiene el derecho de investigarlo, pero nunca a través de una encuesta. La gente ignora de donde vienen ni de que son, porque le demostrare que los olores no son de ningún ganado, sino todo lo contrario. Le repito hay tres olores que se mezclan y no es fácil descubrirlo. Cómo lo va a saber la gente, si ni ustedes dieron con ello, le dije.

Nadie se puede imaginar lo difícil que me resultó el descubrir de donde procedían, porque venían de tres focos distintos, lo que me llevo mucho tiempo y paciencia descubrir. Dos de éstos se juntaban a la altura de Blimea y el tercero junto al Puente de los Gallegos.

-Que sea a las 7, le dije, porque hoy se entierra una vecina, Tina la del bar y tengo que asistir al funeral.

Pasé el día sin comer. Estaba muy disgustado por aquel serio problema que no me dejaba ni dormir, temiendo que me cerraran la ganadería.

Salí del funeral y me dirigí al punto donde habíamos quedado pero Caso no apareció. Fui hasta su gimnasio pero no estaba. Fui al Ayuntamiento y tampoco. No se presentaba. Yo quería terminar ya con aquel suplicio que me torturaba. No podía ni parar de lo nervioso que estaba.

Fui de nuevo hasta la vera del río, a la altura de la Plaza cubierta. Bajé al río y comencé a revolver entre la maleza que había, buscando los olores que ya conocía y que tenía que preparar para cuando llegara el Sr. Caso. Tan mal olía que casi me hicieron vomitar. En ese momento pasó mi hija Ana, que venía del Instituto. Ya estudiaban ella y Norberto el Bachillerato. Me vió y sorprendida me dijo:

-Papá ¿Cómo estás ahí?

-Estoy de perro, hija, buscando los malditos olores que quieren emplumarnos. Vete de aquí que te mueres de lo mal que huele. Yo espero al Jefe de Municipales para presentarle los lugares de donde vienen.

Caso tardó un rato en llegar. Al verle salí del río. Nos saludamos. Observé que venía con los mismos fueros de la mañana. Le invité a que viera lo que había pero dijo que primero haríamos la encuesta a la gente para convencerme de su razón.

Sin darse cuenta de su ignorancia, cada vez que decía aquellos disparates, era como si me diera un mazazo en la cabeza. Es de tormento el soportar tanto daño cuando sabes la verdad.

-¿Qué encuesta ni qué demonios a la vela, señor? Eso es una pantomima. No sirve para nada. Las cosas hay hacerlas buscando el motivo y así no se encontrará. Ya me canso de decirle que se lo voy a demostrar y no vale más que lo que usted dice. Esta usted machándome y no me deja mostrarle la verdad. Yo, como todos, tengo derecho a defenderme.

 

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