Construcción de cuatro naves para mi ganadería, en la que tuve ganado vacuno, porcino, gallinas y pollos.
El trabajo que suponían estas cuatro naves, para poder salir adelante, sería decisivo pero demasiado duro. Estas instalaciones estaban cerca de nuestra casa. Madrugaba para trabajar en ellas, antes de ir a la oficina, donde trabajaba desde las 9 de la mañana hasta la 1, para ir a comer deprisa y aprovechar este tiempo trabajando en las naves hasta las 3, hora a la que tenía que volver a la oficina. En teoría, salía a las 6 de la tarde pero siempre me tuvieron las horas que permanecieran allí los Ingenieros. Hasta las 8 o más, y sin cobrar las horas extras porque estaban prohibidas por la empresa. Allí me atormentaba esperando la salida para poder trabajar en mi obra. Después de varios años así, me lo pensé muy en serio y un día les dije a mis jefes.
-Tengo mucho trabajo que hacer para mi ganadería y no puedo por estar aquí tantas horas extras y sin cobrarlas. Lo siento mucho, pero el sueldo que me paga la empresa no meda para vivir, por ese motivo decidí montar una ganadería para que pueda defenderme económica mente.
Esto fue muy importante ya pude trabajaba desde las 6 de la tarde hasta las 12 de la noche, o lo que fuera necesario, según se me diera el trabajo. Hasta los domingos me aplicaba al máximo. Recuerdo de uno de los muchos que trabajé hasta altas horas de la madrugada del lunes, sin ir a casa ni a comer, aunque estaba muy cerca, pero no quería parar. Mi esposa venía a llamarme y le decía:
-No te preocupes, no tengo ganas de comer, ya comeré cuando termine. Vete tranquila.
Al caer la tarde volvía y le decía que hasta la cena no iría, que estaba muy apurado y solo, como casi siempre. Quería terminar lo que estaba haciendo. Sincera mente, aparte de la necesidad que tenia de terminar aquella ganadería. El trabajo a mi me divertía, era superior a mí. Ese fue uno de mis defectos, no era capaz de dejar de trabajar, nuca era bastante. Algunos que me vieron decían, ese hombre muere reventado de tanto trabajar. Pues aquí estoy sano como un pez.
Mi esposa no lo comprendía y por ese motivo la pobrecilla sufrió mucho. Se marchaba de nuevo muy a disgusto. Esperaba en casa y como no llegaba a las 10 de la noche iba con comida en una cesta. La pobre mujer lloraba porque no había comido ni cenado, y me decía:
-Por lo menos, si no vas a casa, come algo. No soporto verte trabajar tanto y sin comer.
-Tranquila, ya me falta poco, vete con los niños, yo luego iré. Quiero terminar esta obra para mañana, me urge mucho el techar esta zona y como no sale lo bien que yo quiero se alarga el tiempo.
No quería parar, no tenía hambre, ya comería al terminar. Le rogaba que no llorara, me encontraba a gusto, me acercaba, le daba un beso y le decía que se metiera en cama, ya llegaría en cuanto terminara. Seguía mirando durante unos instantes como trabajaba y de nuevo le decía:
-Vete a casa cariño, que los niños te necesitan.
Se marchaba más tranquila. Ya se iba acostumbrado a que si no me salían las cosas bien no paraba hasta terminarlas. Siempre tuve esa costumbre y nuca la dejé. Fueron muchos los días que pasé sin parar ni a comer y por eso no pasó nada.
El trabajar no era lo más duro, el problema más frecuente eran mis brazos que no aguantaban. Aunque mi fortaleza era dura, mis prótesis son de acero y más duras que mi piel. Me hacían heridas. Ponía vendajes y parches por aquí y por allá para aguantar. Muchas veces llegué a casa con tres y cuatro heridas en cada brazo para que mi esposa les pusiera un forro más fuerte para seguir trabajando. Ella lo pasó muy mal porque tenía miedo a que me pasara algo. Decía que un día me iba coger una infección y que sería peligroso y que me tuvieran que cortar más los brazos. Algunas veces me abrazaba llorando pidiéndome que lo dejara todo. ¿Cómo lo iba dejar sino había dinero para pagar por hacerlo? La conformaba diciéndole que se tranquilizara, que mis heridas curaban muy fácilmente. Era cierto, siempre curaban muy bien.
Esa fue mi suerte, porque de lo contrario, no hubiera podido trabajar y hubiera sido nuestra ruina. Dicen que Dios que da la plaga también da el remedio y a mí me dio una fortaleza de hierro. Gracias a eso pude luchar y conseguir salir adelante, aunque con mucho esfuerzo y largo tiempo.
Lo cierto es que donde yo realmente lo pasaba mal era parado durante horas sin hacer nada en la oficina, mirando como corrían los aires y pensando en la cantidad de trabajo que tenía pendiente. Era ahí donde sufría de verdad, no en el trabajo. Por ese motivo cuando comenzaba, no quería parar.
Aunque había confeccionado unos aparatos fuertes y pesados para trabajar, muchas veces rompieron. De no ser que yo mismo los hacía y los reparaba, hubiera sido peor el remedio que la enfermedad. No ganaría con mi trabajo para pagar reparaciones. Casi todo era caro, la ortopedia era carísima. No siempre estaba al alcance de todos los bolsillos. Otro problema que también medio mucho que hacer fue el de las gomas de mis dedos de acero, que al calentarse con el soplete o el grupo de soldar y por los mangos de las herramientas se caían. Probé con multitud de pegamentos y todos fallaban. Sin gomas era hombre al agua. Hubo un tiempo que había un pegamento que se llamaba “Asti once”, que fue el mejor de aquellos tiempos, pero desapareció del mercado sin saber la causa, lo que fue para mí un serio problema.
De nuevo a pelear con las dichosas gomas, no podía sujetar las cosas, hubo días de ponerlas hasta tres veces. Fue un martirio el que pasé. Me costó mucho llegar a ser un hombre y salir de donde el destino me metió.
Si yo salí adelante fue porque tuve la suerte de descubrir la forma de hacer las prótesis a mi medida. Pasando días y noches en vela, sin dormir ni comer. Pensando en mi triste porvenir sino pudiera trabajar. Muy pronto me di cuenta que si no pudiera trabajar seria hombre al agua. No me da vergüenza decir lo que pasé por que fue una época dura de mi vida y por eso la describo real y como fue. Hay que ver que el que no trabaja, perdido esta.
Aquella obra me dio mucho trabajo pero no menos lata para ponerla a funcionar. Me exigieron planos, fosas asépticas, autorización del Ayuntamiento, autorización de Ganadería Provincial. Hasta publicarlo en el boletín Oficial de la Provincia Además del alta de la industria, gastos y vueltas y más vueltas. Pero funcionó. Esa ganadería nos dio mucho trabajo pero también dinero. Tengo que decir que sin esa ganadería, no hubiera podido salir adelante y mantener la economía del hogar como debe ser, ni podría estudiar a mis hijos, lo que yo considero importantísimo.
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