Dado que no pude conseguir la autoclave, se me ocurrió comprar las grasas y despojos de las plazas y carnicerías para llevarlo a una fundición que había en esta región. El 124 era de asientos abatibles y cargaba un buen viaje. Lo metía en sacos y no paraba de llevar viajes. Además del poco dinero que sacaba tenía que soportar todos los días la riñas del dueño de la fundición, un señor muy mayor que además de fastidioso no me tragaba ni en pintura. Yo nunca pude saber por qué le caía tan mal. Suponía que sería porque algunos a los que compraba las grasas metían en el saco otro tipo de desperdicios. Desde luego algunas veces aparece el listo que te la arma, metiendo entre las carnes y grasas cosas que él no quería Yo eso no lo podía evitar, ¿cómo iba ponerme a revisar saco por saco? Daba mucho trabajo y pérdida de tiempo. Por más que les decía que no metieran cosas que no valían, ni caso. Lo mismo me daba explicarles el problema que tenía con el dueño que no. Solo por aumentar el peso y cobrar unos céntimos de más, me ponían ante aquel señor como un estafador, y sin culpa ninguna.
Cuando llegaba a su explotación, y como estuviera él, nada más verme ya empezaba a reñir. Cogía con energía los sacos, los basculaba en el suelo, quitaba lo que no le gustaba y me lo descontaba, además de echarme la gran bronca. Creo que para él verme era un suplicio, no sé si se comportaba con todos de aquella forma tan brutal, lo que para mí era insoportable. Me fastidiaba mucho dejar ese trabajo, era para mí una ayuda económica pequeña, pero un poco de cada lado siempre valía. ¡Cómo sería de malo el viejo que hasta el hijo sufría por verlo contra mí! Algunas veces si me veía llegar a tiempo me hacía una seña para que no entrara y él mismo lo despistaba por las naves mientras yo descargaba. Tanto como de malo tenía el padre para mí, tanto de bueno era el hijo. Eran totalmente opuestos. El hijo era un poco mayor que yo y le daba pena ver cómo me trataba su padre, que por muchas explicaciones que le daba nunca cesó en sus ataques contra mí. Hay que ver la diferencia que hay de una persona a otra, mientras que uno razonaba las cosas, el otro me maltrataba sin piedad y sin razón. Si no le servía, que me lo descontara, pero que no me echara la culpa que no tenía. Así se lo explicó multitud de veces su propio hijo pero nunca le hizo caso, fue un cascarrabias muy duro de convencer. Era un alemán muy mayor y nunca se dio cuenta de lo mal me trato.
Basta con decir lo que abuso de mí aquel paisano, que ni el mismo hijo no podía tolerar, aunque no le quedaba más remedio que callar. Si intentaba defenderme le echaba la gran bronca, era de los duros de verdad. Me enteré por la prensa de su muerte pero fue tarde para ir al entierro. A los dos o tres días fui con un viaje. Su hijo, que era una gran persona y que reconocía que yo no tenía la culpa, nada mas verme dijo:
-Murió mi padre ¡cuánto te alegrarás! Fue muy malo para ti.
-No, hombre, tanto como eso no. Pero fue demasiado lo que te atormentó.
Así de noble fue aquel chaval conmigo. Nunca me olvidé de aquel buen ciudadano que supo valorar y defender la verdad. Hay que ver la categoría de este joven que actuó con honradez y justicia aunque fuera contra su mismo padre, pero con amabilidad y respeto, intentando enseñarle a comportarse con la gente. Nunca le volví a ver, no sé qué será de él. Me gustaría saber de él para saludarle, darle las gracias y decirle que fue un caballero conmigo.
Seguimos trabajando y nunca más hablaríamos del tema. Yo, poco más tarde, dejé ese pequeño negocio. Seguía probando fortuna por otros derroteros. Había aumentado la ganadería y ya no me quedaba tiempo libre para ese menester.
Viendo que aquello funcionaba se prepararon cuatro naves más y otro equipo de fabricación de piensos con capacidad de ochocientos quilos / hora. En esta obra, aunque toda la fontanería la había instalado yo, tuve que traer ayuda de otro soldador. Ya no podía con todo, era demasiado el trabajo que había y necesitaba apurarlo. No había sitio suficiente para tantas crías que nacían.
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