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Después de terminar aquella nave, en la que la descarga eléctrica casi me manda al suelo desde aquella altura, sin más incidentes, comenzamos a meter y a cebar doscientos cerdos de cada vez, divididos en cochiqueras de diez. Se compró un equipo de fabricación de piensos. Estudié un poco de nutrición animal y empecé a fabricar pienso.

Cada vez que se terminaba de cebar a los doscientos cerdos teníamos que lavar muy bien toda la nave y desinfectarla, entre otras cosas con cal viva y esperar unos días para su secado, que precisamente nunca se sabía cuando era bastante. Una noche, a las 12 llegó de Saldaña un camión con 200 cerdos y comenzamos a descargarlos. Yo mismo los dirigía a sus cochiqueras de diez en diez. Había una fuerte helada y estaba muy frío. Estos animalitos tienen la costumbre de que al desembarcarlos del camión y meterlos en su cuadra, orinan y hacen sus deposiciones, por ese motivo mojan el suelo y se rebozan, como gochos que son. Sentí chillar a unos cuantos, me di cuenta de que había mucho vapor, cosa anormal. Me puse a examinar al ganado y con sorpresa vi que era de las quemaduras de la cal, que después de ocho días de haberlo pintado, todavía contenía el ácido propio de la cal viva. Los animalitos se habían quemado en poco tiempo. Tuve  que bañarlos con la manguera a presión y con el frío de una de las noches más frías que hubo. No tuve otra alternativa para librarles de las quemaduras. La piel de algunos salía en pedazos como una mano de grandes. También tuve que lavar el suelo hasta que conseguí quitar toda la cal. Aquella noche se murieron 12 cerdos, pero a otros los lavé a tiempo y solo sufrieron algunas quemaduras. Aquello sería una gran experiencia que me enseñó que en lo sucesivo hay que lavar antes de meter al ganado. No pude pensar que aquella cal, que parecía estar seca, nos preparara aquel desaguisado. Aparte de las bajas que mato la cal tuve que pasar casi toda la noche al cuidado de los cerditos.

No todo era criar ganado, surgían duros inconvenientes, había como en todas partes buenas y malas personas. Hubo algún mercader, que no se conformaba con lo que ganaban, todo era poco para él. Además de pagar un precio que muchas veces no cubríamos gastos, lo había que robaba en el peso. Aunque algunos tuvieron problemas seguían haciéndolo de las suyas. Un paisano de nuestra zona, ya cansado de que le robaran, un día llevó diez cerdos que había pesado antes de llegar al matadero. Cuando vio lo que le quitaron en el peso protestó. Recibió muy mal trato, además de quitarle lo que era de él, le insultaron. El paisano, muy enfadado, les dijo:

-Esto lo arreglo yo de una vez.

Sacó un cuchillo de corar cerdos y salió detrás de aquellos, que al verlo con decisión pusieron pies en polvorosa. Así mismo lo contó alguno que lo presenció. Este pobre hombre dejó de cebar, dijo que era peligroso, que prefería dedicarse a otras cosas. Tuvo la mala suerte de topar con uno de esos de aquella época, aunque había lugares serios donde respetaban lo de los demás, eso está muy claro, no todos se dedicaban a apropiarse de lo ajeno.

  

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