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Se fueron del nido nuestros hijos y nos quedamos los papás solos. Primero se casó Ana y se fue a vivir a un pueblín de Luarca, donde nacieron nuestros primeros nietos: el primero, Jesús, ya tiene 20 años; y Claudia, 14 años.

Luego se casó Norberto y se marchó a curar a castellanos por las tierras del Cid. Allá trabajó por esos pueblos lejanos de Burgos, cerca de la Provincia de Soria, haciendo sustituciones, de cuatro o cinco meses al año, el resto, sin trabajo, aunque aprovechó para seguir estudiando. 

La madre y yo pasamos algunas temporadas con ellos, después de que haberme retirado del trabajo. Nos resultó muy agradable ver como la gente lo apreciaba como médico y como buen ciudadano, porque sabía tratar a sus pacientes bien y con amabilidad. Así nos decían muchas veces cuando íbamos de paseo por la villa o por alguno de los pueblos donde trabajaba. Algunos de sus pacientes nos dijeron que sería muy bueno para ellos que se quedara en ese distrito, que les trataba muy bien y que era lástima que se marchara, que hiciera algo para que se quedara, sería muy importante para ellos.

Bueno sería poder quedarse allá y hasta nosotros también, pero eso no fue posible, cada plaza tiene su médico asignado. Nuestro hijo, que después de dos años por esos bonitos pueblos en los que tan bien se encontraba, tuvo que emigrar, no le queda otra alternativa. El trabajo es sagrado y hay que ir donde lo haya. Decidió emigrar al Reino Unido, acompañado de su esposa.

Trabajó por distintos condados y varios hospitales. Allá por tierras de Escocia, nació su primera hija, Alejandra, el 20 de Mayo de 1999. Norberto siempre pensó, en el momento de saber que su esposa estaba embarazada, que si fuera niña, le pondría Alejandra, pero lo que no sabíamos es que iba nacer precisamente en Alexandria. Por eso sus compañeros médicos y el director del hospital coincidieron en que se llamara así por haber nacido en aquella bonita villa . El día 4 de mayo de 2001, salimos para allá a festejar con ellos el cumpleaños de nuestra nietina, a la que ya hace tiempo que no vemos.   

¡Qué diferentes somos los humanos! Mientras que en aquella maternidad me echaron fuera como si de un animal se tratara, unos cuantos años más tarde, cuando nacieron nuestros nietos, en distinta época, en el Hospital de Jarrio, nos trataron muy bien, con una atención digna de mencionar.

Mi hija Ana vive en Quintana, un hermoso pueblo situado a la misma orilla del Cantábrico, en el centro de una hermosa pradera cerca de Luarca. Allí trepan juntos su marido, Javier, los dos pequeños y Nieves, la madre de Javier, trabajadora incansable, la que les ayuda a criar y cuidar a los pequeños que corretean por esa llanura. Es un bonito lugar, solo que en invierno lo azota algo de más el nordeste y el fuerte viento del mar.

Cuando nos llamaron para decirnos que había ingresado para tener a su primer hijo Jesús, eran las 12 de la noche del domingo 7 de julio, de 1993. Yo no tenía el coche, porque lo había llevado Norberto. Se encontraban aquí de vacaciones y su coche lo tenía en Escocia. Tuvo que acompañar a su mujer, a un examen a Santander. Esperamos toda la noche hasta salir por la mañana con mi suegra y marido Pepe. Cuando llegamos al hospital de Jarrio, nos atendieron de lo mejor. Fue una gente excelente. Nos pasaron a ver a nuestra hija y al nieto Jesús. Allí estuvimos lo necesario y nos trataron con mucha amabilidad, lo mismo a nosotros que a la hija y al nieto. Fue algo que nunca olvidaremos y que consideramos muy importante. Eso es ser muy profesional, es saber apreciar a los semejantes y cumplir con el deber de humanos. Da gusto tratar con esta buena gente, que sin duda dan lección a algunos que se creen de otra galaxia.    

El 1 de junio de 1997 nació en este mismo hospital nuestra nietina Claudia, y como la vez anterior, se portaron con nosotros muy bien. Llegamos mi esposa y yo al hospital a la 1 y media de la madrugada. Allí nos recibió una enfermera con una educación y una atención digna de ovacionar. Nos llevó a una sala de estar y al poco tiempo nos trajo a nuestra nietina para que la viéramos mientras atendían a la madre, que acababa de traernos al mundo una hermosa niña. Su marido, Javier, estuvo siempre a su lado y eso es muy importante y positivo para la esposa, que se siente protegida por el ser que ama. Aunque haya un técnico, la presencia de algo tan importante como es el marido, repercute en la paciente para su bienestar. Mientras que en otros lugares al marido le echan, aunque se muera de frío, se moje o le atraquen en medio las tiniebla de la noche. Ese desprecio, esa maldita forma de tratar a un hombre, me lo hizo una mala mujer en maternidad de Oviedo. Que el cielo la perdone para ver si deja de hacer daño a sus semejantes.  

En cuanto fue posible nos pasó a visitar a nuestra hija. Ya de nuevo en la salita  le pregunte por el servicio, la gran mujer me dijo:

-Está muy lejos y no va a acertar. Venga conmigo, le llevare a donde duerme una de mis compañeras para que no le resulte tan molesto.

En efecto, me acompañó. Le dijo a su compañera:

-Perdona, es que traigo un señor al servicio.

-Nada, tranquila.

Me esperó y me acompañó nuevamente a la habitación de mi hija, donde estaríamos hasta que amaneció, sin que nadie nos echara, todo lo contrario, siempre con atenciones y mucha amabilidad por parte de todos. 

Salimos a desayunar y a comprarle un regalo para nuestra nieta. Volvimos y, con la misma facilidad entramos, estuvimos lo necesario con ellos, que también fueron muy bien tratados por todo el servicio del hospital. 

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