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Todos estábamos expuestos a encontrarnos con este problema y, dado que en la anterior partida de ganado me robaron en el peso unos cuantos kilos, para la siguiente llamé a otro carnicero. Llegó a mi ganadería acompañado de un ayudante. Era costumbre de estos individuos el traer a uno para ayudarles a machacar al ganadero.

Les presenté los 200 cerdos, los miraron. Les puso un precio por kilo en canal muy bajo, como siempre machacando al que trabaja, le dije:

-Señor, ese precio que usted poner es muy bajo, le propongo un trato que será bueno para los dos. 

Saqué de mi bolsillo una libreta con los cálculos de los 200 cerdos y le dije:

-Aquí tengo una relación del peso de los cerdos en canal. Fui calculando el peso uno por uno de los 200 cerdos que estaban de diez en diez. Le dije al mercader: en estos cálculos no hay error, y si lo hubiera será en muy poco cosa. Le puedo asegurar que calculo mi ganado muy bien, en cambio no soy capaz de calcular los de otras ganaderías. No sé por qué razón, con los míos siempre me salió muy bien, soy buen calculador y no le engaño. Todos ellos pesan 15.425 kilos, al precio de 60 pesetas kilo canal, arrojan un total de 925.500 pesetas. Si me los lleva “a tira ramal” (esto es comprarlos todos sin pesarlos) le quito el pico de 25.500 pesetas, esas se las dejo para evitar problemas de peso. Estoy hasta la coronilla de pelear con este problema. 

El granuja, con desfachatez y descaro dijo a su compañero, agregando un “feo taco”:

-Este paisano embarca a su madre. Sabe más de gochos que el inventor.

-No le engaño le dije: nada tiene que ver el saber valorar con el engañar. Soy hombre serio, le prometo que no me equivocare en más de mil pesetas. Ya le dije que antes que no puedo valorar otros, en los míos no hay error, y si por casualidad lo hubiera, aquí estoy para subsanarlo abonándole la diferencia que hubiera, pero eso no va ocurrir se lo a seguro.

No me creyó, era un mal psicólogo, no se dio cuenta de quién tenía delante. Aunque no tardaría mucho tiempo en enterarse de que todo era cierto, tal y como se lo había pintado. Una de las cosas más importantes en un hombre a parte de ser serio, es procurar saber a quien tiene al frente. Con un margen de error, en la mayoría de los casos se puede saber con quién estás tratando y eso es importantísimo. Éste solo sabía engañar, robar, pero esta vez le salió rana. Algunas veces se encuentra con el zapato a su medida. Normal mente esta clase de individuos son torpes y de bajo entendimiento, por eso se encuentran con serios problemas. Cuando se encuentran con hombres serios y firmes en sus comportamiento, como debe ser.

Tuve que tragarme el precio que taso, no le pude sacar ni una peseta más. Pero antes de soltarlo al precio que marco le dije:

-Le doy el ganado en ese precio, pero con la condición de que voy a comprobar el peso. A medida que vayan matando el ganado. Mandaré dos hombres con una romana para ir pesando sin molestar el proceso y que no pierdan tiempo, ya que era la escusa de estos trampas para saquear al ganadero.

El individuo no dijo nada al respecto y quedamos para matarlos al lunes siguiente. Se llevaron al  matadero. Dado que yo tenía que trabajar y no podía ir, fueron un hermano y un cuñado con la romana. Al ponerse a pesarlos no les dejaron. Cuando estaban en canal los doscientos cerdos, me llamó al teléfono mi hermano y me dijo:

-Ven, porque yo no me arreglo con estos vestías, son como fieras.

Cierto, sabía que algunas veces surgían esta clase de gente y cuando iba a matar con desconocidos, siempre les tuvo miedo, pues los que eran formales estaban atascados de ganado y a todos no podían atender a la vez. Le dije a mi Jefe lo que había y me dijo que fuera tranquilo.

Era la 1 del medio día, nevaba sin cesar. Hace más de 41 años yo aun no tenía coche, saque el carnet el año próximo. Tuve que llamar a un taxi. Cuando llegué al matadero el grupo de matadores y el mismo mercader, todos a la vez, estaban protestando. Que si estaban sin comer y con frío. Formaron un gallinero para intimidarme y robar lo que querían en el peso. Les paré en seco. Con toda mi energía les dije:

-Silencio: si tienen hambre a comer, a mí no me hacen falta para nada, yo con quien tengo que hablar es con el que me compró los cerdos.

Conseguí hacerles callar y al momento. Y dirigiéndome al que me había comprado el ganado, le dije:

-Voy a hacer un trato con usted para que no haya problemas. Yo le echo los cerdos abrazados al camión y usted me echara los billetes al saco, también abrazados. ¡A ver quién gana más!

Se quedaron todos sorprendidos, pero seguí:

-Si no acepta, entonces yo pesaré a mis animales y me pagará el kilo al precio contratado de 60 pesetas kilo canal. Si no está de acuerdo llamo a la Guardia Civil y a un Notario. Levantaré un acta  notarial. No tengo más que decir.

El gran explotador como si echara fuego por su mala boca, no tuvo más salida que decir:

-Compruébelos, que no le compraré mas cerdos.

-Tranquilo eso no va ocurrir, yo tampoco se los venderé, con una ya basta.

Ese día recordé algo que se le había ocurrido un paisano de mi pueblo. Una mañana estábamos en un lugar del pueblo al que llamábamos el cantú la carretera. Era donde el vecindario paraba en algunas de sus tertulias. En casi todos los pueblos de montaña hay un sitio para este menester. Yo  acababa de llegar del hospital hacía unos días, ya sin las manos, y como era normal no podía coger nada ni comer. Allí estábamos el señor Perfecto Fernández, mi vecino y yo cuando llegó una vecina catequista que repartía cartas del Sr. Cura, que pedía 100 pesetas a los jóvenes para arreglar la iglesia. Me dijo:

-Toma la carta del Cura Arsenio.

-¿Cómo la va a acoger si no tiene manos?-Dijo Perfecto, que miraba.

La chica la metió en bolsillo de arriba de mi chaqueta y cuando se disponía a marchar este hombre, que siempre fue muy buena persona pero algo bromista, dijo:

-Eso sí que está bien, te mandan una carta y no la puedes coger. ¿Sabes lo que tienes que hacer? Ponerle en el sobre por atrás: Sr. Cura, la carta que usted me envió, no la recibí. Ya verás cómo no te mandan otra.

Nunca me olvidé del detalle de aquel buen hombre, que además de ser una buena persona se expresaba con facilidad y siempre con mucha gracia. Con una sonrisa que adornada con su bonito y gran bigote. En aquel tiempo se llevaban los bigotes muy grandes. No le gustó la cuestión, pero la razonó con su filosofía humorística, educadamente, sin molestar a nadie y con arte. Es así como hay que actuar en algunas ocasiones de la vida, con tranquilidad pero con energía para demostrar a los demás que estas allí, que sabes defender tus derechos con gallardía y serenidad sin faltar al respeto. Esas cosas dan clase y dejan fuera de combate al adversario, sin lucha y sin más vueltas que dar.

Así actué con aquel miserable que todo le abultaba poco y que, amparado por su equipo de tíos tan brutos e ignorantes como él, se creía que comía al mundo y se equivocó. Tuvo que claudicar ante la verdad de un hombre que supo defenderse y no quedarse inmovilizado como mi hermano y cuñado, a quienes metieron el miedo en el cuerpo. Se quedaron en una esquina sin saber por dónde salir para defenderse con la verdad, igual que dos niños asustados. De esta forma se creía valiente aquel grupo de miserables ladrones, manejados por el más torpe de la cuadrilla de 12 fulanos más torpes y falsos que los mulos.

Seguía nevando y estaba muy frío. Otras veces se les convidaba, pero aquel día se quedaron con el frío y sin invitación y a la altura del barro, como se merecían. Se terminó de pesar y cuando echó las cuentas dijo al que le había acompañado a mi ganadería el día que los compro:

-¿No te dije, este tío sabía más de cerdos que el inventor? Solo falló en 500 pesetas en 200 cerdos y dirigiéndose a mí, dijo:-¿me dejará las 25.500 pesetas? El pico que Vd. dijo.

– Ni hablar, suyas pudieron haber sido si me hubiera comprado a tira ramal como le pedí. No lo acepto, es su problema, no el mío. Me pagará hasta el último céntimo.

Contó el dinero, cobramos y sin palabras nos fuimos. Hasta hoy nunca más le he visto. Aquel día recibió una lección que nunca olvidaría; ni él ni sus compinches, que más bien estaban cuidando cabras que tratando con los ganaderos que trabajamos sin descanso pero con seriedad.

Después de exponer todo esto, hay que valorar, analizar como las pasábamos los ganaderos, para verme obligado a regalarle las 25.500 pesetas que le daba por apartarme de los líos que montaban aquellos miserables. Increíble pero cierto.

 

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