En aquel tiempo aumentó la familia, nació nuestra tercera hija Mónica. Este día lo recuerdo por dos razones: por nacer mi hija y por lo mal que lo pasé. Eran las 12 de la noche cuando mi esposa me dijo:
-Creo que vamos a tener que marchar a maternidad, acaban de darme unos fuertes dolores.
Era domingo 29 de Noviembre de 1971, el día que ingresó en maternidad de Oviedo. Llegamos a la una de la madrugada, y la niña nació a las 3. Al momento de nacer una señora más dura que una mula y muy poco educada, me dijo:
-Tiene usted una niña, pase solo cinco minutos a verlas, tiene que marcharse.
Pasé, las vi y al instante me echó fuera. Le dije: señora soy de muy lejos, está nevando y no tengo ni gabardina. ¿Por favor podría esperar en sala de estar hasta que amanezca? Con su brusquedad y despotismos me dijo:
-Aquí no pueden estar hombres. No tuve otro remedio más que salir. Aquella señora me echó, dándome a entender que los hombres éramos como los animales, o algo por el estilo. A juzgar por su forma de comportarse, daba la impresión de que los hombres maltratamos o comemos a las mujeres. Llegué a pensar que aquella fierecilla odiaba a todos los hombres. Me pregunte, si acaso le habría hecho un hombre tanto daño como para odiarnos, y pagarlo con los demás. Nunca me pude explicar la conducta de aquella sin vergüenza mujer, que se creyó superior y, tratándome con severidad y desprecio, me echó sin más. Salí de allí corriendo como un obús. No tenía con qué techarme de la nieve ni el frío. En aquella tormentosa noche, bajando junto al antiguo Campo de maniobras, así se llamaba, salió un individuo de uno de los coches que había aparcados, también corriendo en mi dirección, y me preguntó:
-¿Qué hora es?
-Las 4 le dije.
Yo seguía corriendo y el tío me seguía. Sobre la marcha pensé que porque me seguía. Es un ladrón o qué es, apreté más la marcha y crucé al otro lado, con intención de que si me seguía más le diría “si me sigues te haré frente”, pero no hizo falta, vio cómo me alejaba a gran velocidad. Dejó de perseguirme y no se atrevió a cruzar por segunda vez, seguro que pensó que no me pillaría. Bajé a la Capital y en Jove llanos, llamé al timbre de una pensión. Si no podía dormir por lo menos me libraría del intenso frío que hacía y de la nieve. Llevaba un fuerte disgusto, primero por la mala forma de comportarse de aquella mujer, y luego por encontrarme solo sin mi familia y por pensar que ni en la calle estaba uno seguro.
Cuando nació Mónica, Ana tenía 5 años y Norberto 4. Llevaban un año en el Colegio de las Monjas de Sotrondio. Iban los dos cogidos de la mano por la cuesta del Pozo abajo, yo los contemplaba desde la Oficina. Ellos junto con la madre, siempre fueron los que me dieron fuerzas y ganas de seguir luchando contra las adversidades y lo dura que al principio fue mi vida. Los miraba hasta que los perdía de vista y más tarde al regreso, siempre estaba pendiente de la hora para verlos llegar. Pasaban por delante de la oficina y miraban para la ventana, si no estaba o me retrasaba en llegar marchaban a disgusto, mirando para atrás, porque su padre no estaba, yo también lo sentía mucho, pues no siempre me era posible por motivos de trabajo.
Siempre estuvieron muy unidos y más tarde llevaban a la pequeña en el medio, cogida a la mano de cada uno. La cuidaban y la mimaban. Yo trabajaba con ganas, todo me parecía poco, no me alcanzaban las horas del día y trabajaba hasta por la noche. En mi mente permanecía un compromiso que yo mismo me había prometido: poder dar estudios a mis hijos, tanto si era hombre o mujer, esa siempre fue mi principal meta. No concebía mandarlos a trabajar sin antes haber estudiado una carrera. Y si eso no lo hubiera conseguido, hubiera sido un fracaso total por mi parte. Siempre estuve convencido de que la familia es como se la eduque. Es ahí donde los padres tenemos que actuar con mucho tacto, no pasarse con dureza, pero no flojear demasiado, porque si no, nada se consigue. Los humanos sin duda somos retorcidos y cuesta trabajo enseñarnos, hasta que más tarde ya lo comprendemos y es cuando las cosas empiezan a funcionar.
El gran problema que tenía era el pensar en la hora de mandarlos a la Universidad, por si no tuviera medios económicos para costearlo. Este pensamiento no se apartó de mi mente nunca y me hizo sufrir, temiendo no conseguirlo. Cuando salieron de la escuela para el Instituto, algunos compañeros de trabajo me decían, Arsenio ¿cómo no mandas a los niños a estudiar a los Dominicos de la Felguera?, son muy buenos. Claro que eran buenos, pero eran tres y yo no tenía medios.
La gente pensaba que por tener un almacén de vinos tenía dinero bastante. Todo eso era un engaño, aquel negocio no funciono. Hubo épocas que no cubría ni los gastos que el mismo negocio generaba. Por ese motivo trabajé recogiendo grasas por las plazas de abasto con el coche, trabajé con gallinas, cerdos, terneros, vacas y abonos, pero mi economía no despegaba. Era como una tortura para mí. Sabía cómo me encontraba al haberme accidentado y pasar a trabajar en la oficina. Había sido criado en el mundo del trabajo, sin conocer lo necesario que era estar preparado con estudios adecuados. Eso sí que lo aprendí en cuanto llegué a la oficina. Por ese mismo motivo cogí los libros y los comía para salir de las tinieblas en las que me encontraba. Había sido un trabajador de primera, pero sin conocimientos de lo que era el mundo real. Me encontraba aturdido por no saber por dónde entraba ni por donde salía. Fuera de mis trabajos habituales de minero y del campo, me sentía forastero y despistado de todo.
Allí vi la necesidad de la cultura, aprendí que era tan importante como el pan de cada día, y no podía soportar que mis hijos pasaran lo que yo tuve que pasar. Hasta esa fecha había vivido sumido en el trabajo y en la ignorancia, pero al encontrarme entre aquella gente preparada y ver su cultura, su forma de razonar las cosas y, sobretodo, con los Ingenieros, que me trataron con cariño y me apreciaron mucho, pues dentro de mi ignorancia procuraba cumplir lo mejor que sabía y creo que eso fue valorado por esos señores muy positiva mente.
Después de pasar largo tiempo, cuando ya me estaba preparando, un Ingeniero me dijo:
-Arsenio, usted no para en todo el día, siempre está haciendo algo, no pierde el tiempo, o trabaja o estudia. Siendo como es usted no me extrañaría que dentro de poco tiempo vaya a conducir un Dodge dart, el coche de la época.
Aquel Ingeniero siempre fue muy observador. Vio que a pesar de mi escasa cultura había posibilidades. Aquello fue como una profecía. Más tarde pasé a ser conductor, nuca lo olvidé. Me gustaría encontrarle para saludarle, darle las gracias y decirle que fue muy inteligente al descubrir mis cualidades, a pesar de mi juventud y de lo asustado que me encontraba por las circunstancias que atravesaba. Hay que valorar lo que supone el quedarse sin manos.
Doy mil gracias por haberlo conseguido que mis hijos estudiaran. Hoy los tres tienen carrera: Ana estudió Filología Española; Norberto especialista en psiquiatría; y Mónica, licenciada en ciencias empresariales. Si cuando eran niños estaba orgulloso de ellos por ser nobles y obedientes, hoy lo estoy porque fueron estudiantes modélicos y supieron entender a su padre. Me ayudaron y me dieron ánimos al cumplir con su deber, al no mal gastar el tiempo que tan necesario era en esos casos. Yo doy mucho valor a las cosas reales como son el cumplimiento en el trabajo y en la sociedad, pero no me olvido del que estudia, que mucho tiene que luchar. Es más duro que trabajar. El que saca una carrera no fue por estar de paseo, tuvo que sacrificarse y aguantar lo suyo. Eso tiene un mérito incalculable. Estos supieron estudiar, pero tampoco no se olvidaron del trabajo para ayudar en casa cuando pudieron, saben de todo. Lo mismo se revisaba una lavadora, que un lavavajillas, que un cuadro eléctrico, que un coche o se curaba un animal, hasta se rectificaron en nuestra nave algunos motores para las máquinas.
Conseguí enderezar nuestra economía y que ellos salieran, con lo que siempre soñé, a base de trabajo. Cada uno de los tres estudió lo que le gustó. Eso forma parte de nuestra historia familiar, no hay dinero que lo pague. Sin lugar a duda creo que es la mejor herencia que unos padres pueden dejar a sus hijos es una carrera; el dinero se termina y la carrera permanece mientras vivas.
Se portaron como hijos modelo, no tengo palabras adecuadas para valorarles ni agradecerles lo mucho que me ayudaron. Trabajaron cuando pudieron y estudiaron al máximo. Sé que fue muy duro. Norberto aun sigue estudiando y trabajando, lleva muchos años, primero, el bachiller, después la carera de medicina, y, al no haber trabajo, tuvo que emigrar al extranjero a estudiar otros nueve años para sacar Psiquiatría. Aunque hoy está muy bien las pasó duras. Además de los estudios tuvo que aprender inglés y trabajar gratis para perfeccionar la lengua y adaptarse a las costumbres de aquel país. Tuvo que rotar por varios hospitales para trabajar en una especialidad distinta en cada uno, antes de incorporarse a su especialidad en psiquiatría. Fue muy largo y muy duro, pero importante.
Los que siempre fuimos trabajadores, algunas veces pensamos que el que tiene una carrera ya lo tiene todo, pero no es cierto, también tienen que bregar. Ellos también son algunas veces esclavos. Por mucho que queramos pintar las normas de la sociedad, el extranjero siempre será extranjero, hasta que no consigues integrarte dando el máximo de rendimiento, reventando de trabajo y ser casi modélico, no te admiten de buen grado; así de claras son las cosas. Te machacan como si fueras un animalito de carga, lo mismo en Europa que en Sierra Morena; si lo quieres lo tragas y si no, ahí te quedas.
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