Siguieron las prácticas y Montes, como siempre, ilusionado con aquel alumno que él considera el mejor. Llegó el día de ir al examen. La mañana del 1 de Diciembre de 1972 fue muy fría y había una fuerte helada. Llegamos y pasamos al examen teórico. Yo, al poco tiempo, terminé de rellenar los test y me salieron muy bien. Lo aprobé. Este examen lo hice con todos, pero los de práctica serían por separado. Me examinaron el último, porque sería distinto a los demás, tuve que pasar un tribunal. Se trataba de un caso especial, realmente lo era. Quitar los derechos a un ciudadano era mala cosa, pero también era decisivo saber si tenía capacidad suficiente para darme el permiso de conducir. Lo trataron como un caso muy difícil de valorar y quisieron ser imparciales y lo fueron. Me pasaron por la piedra bien pasado, pero también supieron apreciar y valorar lo que había, creo que con acierto y justicia.
El examinar a tanta gente llevó toda la mañana. Mientras pasaba el tiempo paseaba por allí con Montes y otros. Acabábamos de llegar del bar de tomar un caldo con un blanco para combatir el frío. Reunido con un grupo de cinco o seis, charlábamos. Yo llevaba chaqueta de cuero y, como siempre con las manos en bolsillo. El que no me conoce, no sabe si me faltan las manos o no. Un compañero de Montes de una autoescuela de Oviedo le dijo:
-Montes, ¿dónde tienes al artista que se comenta que se examina hoy sin manos? Y nadie le ha visto, parece como si lo tuvieras secuestrado.
Montes, que era muy bromista, le dijo:
-A ver si te pega una ostia, lo tienes delante, Y me dijo: saca las manos y dale una.
-¿Por qué le voy a dar, hombre?
Como no saqué las manos Montes se acercó y de un tirón me la sacó del bolsillo. El otro se quedó mirando sorprendido. Vi que no conocía mis aparatos, que sin duda imponen respeto al verlos por primera vez. El hombre, nervioso, dijo:
-Perdone, señor.
-Tranquilo, no me molestó para nada.
Hasta aquel momento, excepto mis compañeros de la autoescuela de San Martín, nadie me conocía.
Aquel día nadie se marchaba, todos esperaban hasta el final. Se había corrido la voz de que uno sin manos se examinaba y que era el mejor del grupo de Langreo. Todos quisieron conocer al artista, como el amigo de Montes dijo. La gente preguntaban que donde estaría, que no se veía. Hasta yo mismo oía estas preguntas, pero yo miraba a otra parte, como si no les oyera. Procuraba no darme a conocer, ya había demasiada gente sin acumular más y sentí un poco de miedo a ponerme nervioso a la hora del examen. Me pareció demasiada la expectación que había por ver este caso.
Al final comencé a controlar los que faltaban para examinarse para un poco antes ir a calentar el coche. Cuando solo faltaban dos por examinar le dije a Montes:
-¿Puedo arrancar el coche? Creo que debo calentarlo, solo quedan dos para el examen y puede calarse por estar frío.
Montes con una sonrisa dijo a sus compañeros:
-¿Veis cómo sabe conducir el artista? Sube al coche, grande, a ver cómo te portas. Ya sabes que eres el mejor y no puedes fallar.
-Vais a ponerme nervioso, le dije:
-A ti no te pone nervioso ni un tanque de guerra.
Subí al coche y lo arranqué. Ya no pude ver más los exámenes. La gente que llevaba buscándome toda la mañana, al verme, rodearon el coche para ver cómo habían instalados los mandos y conocer al de las manos, que por una mañana me habían hecho popular sin conocerme.
No se quitarían hasta mi salida para el examen. Salí ante una gran expectación pero yo ni miraba, iba a lo mío. Me metieron a bordillo derecho y salí muy bien. Montes y uno de sus ayudantes, que también me había dado alguna clase y los compañeros aplaudían, porque ellos sabían que este bordillo era al único que yo le tenía respeto, no sé por qué me resultaba más difícil de hacer. El resto sabían que lo dominaba muy bien. Fui a vallas y salí también. Fuimos a bordillo izquierdo y también salió. Por último fui a la pendiente y tuve la misma suerte. Montes y los suyos saltaron de emoción, ya me consideraban aprobado, del resto estaban seguros, solo me quedaba carretera y también suponían que saldría bien.
Los del Tribunal me dieron orden de salir de la cuesta y cuando bajaba Montes y el grupo de mis compañeros se lanzaron a buscarme. Si no hubiera frenado los habría atropellado. Me sacaron a hombros. Una compañera del Entrego lloraba de alegría y emoción. Fue un día inolvidable, eso decían.
-Dejadme les dije, todavía no he terminado, puedo fallar en carretera.
-¡Qué vas a fallar! Eres mundial, el mejor de todos los tiempos- dijo Montes convencido de que no fallaría.
Mientras que todos me daban la mano y me felicitaban, uno de nuestro grupo de Langreo dijo:
-Ahí tenéis, ahora reíros. Bien os dije que este chaval tiene un corazón de acero. Él no hablaba con nadie, siempre estaba a lo suyo. Ahí está el resultado, nos dejó mal a todos. Él es el único que ha aprobado a la primera, nosotros hemos fallado todos.
Lo que es la vida, nuca volví a ver a la carnicera del Entrego, hasta que transcurrieron 38 años de aquel día. En el mes de Diciembre del 20011, fui a visitar a mi consuegro Mateo al hospital en el valle del Nalón. Mientras que le a acompañamos Miguel su hijo me comento, Arsenio ayer visite la señora que está en la habitación de enfrente para ayudarla porque estaba sola. Esta señora según te oí hablar alguna vez puede quesea la que saco carnet de conducir cuando tu. Es la carnicera del Entrego. Fuimos a verla y nada mas verme, me reconoció, supongo que por mis aparatos porque yo a ella no la conocí. Nos saludamos y nos presto el recordar viejos tiempos ella ya sin marido y yo sin mi esposa, lo que los dos lamentamos.
Muy curioso, dos días antes pasamos por el Entrego mi hijo Norberto y yo. Al pasar por delante de la gasolinera, mire para la casa que está situada al otro lado de la carretera en una bonita pradera y dije a mi hijo. En esa casa vivía una señora que saco el carnet de conducir cuadro yo, no sé si vivirá, me gustaría verla. Aunque siento el saber que sufre mucho porque está sola en la vida. Yo por lo menos tengo a mis tres hijos y cinco nietinos además de los yernos y del resto de la familia
Aquellos exámenes no aprobó nadie excepto uno del grupo de Laviana, el Secretario del Ayuntamiento, y yo. De la cuadrilla que nos examinamos de nuestra zona, el que no falló de una cosa le salió mal otra, no tuvieron suerte.
Deja una respuesta