Aunque la ganadería daba dinero, la esclavitud y los problemas no faltaban. Surgían altibajos muy desorbitados. Cuando metían carne de importación los precios bajaban demasiado y el palo que nos daba era muy gordo. En una de las muchas que hubo recuerdo la peor de todas. Tenía cebados doscientos cerdos y no era posible venderlos. Pronto comenzarían a pasarse de peso y nadie los quería con más peso de lo normal, que es de 75 a 80 hilos. Un mercader de los malos, vino a verlos, los tasó a un precio ridículo, no era matachín, sino camionero. Me dijo que me compraba toda la partida si se los daba al precio que el marco. Los llevaría para Sevilla y, como era normal según él, los pagaría a la vuelta. Yo estaba al límite de conservarlos, cuanto más tiempo pasara mas iba a perder en el precio. No tenía otra opción, más que rendirme ante aquel que vino a atracarme. Los cargó al día siguiente. Era un día de calor, malo para viajar con ganado, pero el maldito lo tenía bien pensado. Cuando pasaron unas cuantas horas me llamó y dijo que ya tenía ocho bajas, que tenía que descontarlos. Le pregunté que dónde estaba y dijo que a la altura de Madrid pero que el camión no podía parar. En aquel tiempo yo no tenía coche, por lo que no me quedó más remedio que tragar lo que me dijo, ¿qué podía hacer? Me encontraba como atado de pies y manos y realmente no sabía dónde estaba.
Cuando vino, pagó y la pérdida fue desorbitada, tanto como para echar abajo una economía floja como era la mía. Las pasé moradas trabajando con dinero del banco, pagando réditos, que en aquella fecha eran muy altos, se llego a pagar hasta el 21,50%.
Más tarde me enteré de la traición de aquel atracador, que los había matado aquí en la provincia. El estafador no se había conformado con pagarlos a medio precio, todavía quiso robarme más. No había muerto ningún cerdo. Así de gordas las tiene que pasar muchas veces el que trabaja y lucha para sobrevivir. Aguantando graves problemas como éste y muchos más. De haber tenido coche le hubiera dicho que siguiera la ruta, que me diera la dirección que salía para allá. Hubiera claudicado el tipo, pero si pago un taxi me cuesta tan caro como los ocho cerdos, a parte que tenía que trabajar y el trabajo no se puede abandonar sin permiso.
Como este estafador he conocido a alguno más. Fueron muchos los camiones de cebada, de maíz, de vino, de abono y de cerdos que se trajeron durante más de cuarenta años y, como en todas partes, hay gente muy buena, pero de vez en cuando te encuentras con alguno que es de profesión ladrón. Una mañana fui con un camionero a buscar un camión de maíz, al Musel de Gijón, A la ida iba cargado de carbón y por el camino le quitó una cantidad. Lo dejó escondido y seguimos el camino a cargar el maíz. Al regreso era la hora de comer, el tío me dijo:
-Voy a meter el camión en mi almacén por si llueve, no se vaya a mojar el maíz, yo te llevo a tu casa a comer y descargamos después.
Me quedé de piedra, estaba haciendo un sol de verano impresionante y el ignorante ladrón, dijo: que por si lloviera. No me podía creer lo que decía y le contesté con la cara tan dura como la de él:
-¿Tú que te crees que yo trago así de fácil? Coge el camión y a mi casa, el que te trae en coche soy yo a ti, no tú a mí.
Se rió, subió al camión y sin más se descargó el camión. Le pagué el porte y nunca más le llamé para trabajar conmigo. Nunca soporte a los trampas, ni traidores.
En otra ocasión llegó un camión de cebada de Villadiego, Burgos, le faltaban mil doscientos quilos de peso. El chofer dijo que no sabía nada, entonces cogí el teléfono y llamé al dueño para comunicarle lo que ocurría. Dijo que se lo descontara del porte, que él lo había robado. El camionero no quiso que se lo descontara pero yo, que era bien conocido por almacenista de cebada, le dije:
-Yo pago con moneda legal y corriente y a contado, pero la mercancía que recibo, ni más ni menos. Arreglaos entre los dos, que yo en este asunto nada tengo que ver.
Los dos discreparon por teléfono duramente, pero no hubo arreglo posible. El camionero que seguro no era la primera que hacía, no claudico. Me pasó de nuevo el teléfono y el dueño de la cebada me dijo:
-De acuerdo, tú no tienes culpa, descarga y paga lo que recibes.
Nunca supe lo que hicieron. Aunque seguí trayendo de allí largo tiempo no se lo pregunté. Lo que sí tuve siempre claro es que el almacenista nunca me falló en el peso ni en la calidad. Siempre tuvimos buena relación comercial, aunque nuca nos conocimos, todo era a través del teléfono, ni yo estuve allá ni él vino aquí. Lo que sí está claro es que siempre cumplió y que aquella cebada había quedado en el camino.
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