Dado que mi economía no despegaba, decidí montar una ganadería de ganado vacuno y porcino, pero como no disponía de suficiente dinero para pagarla, pensé en hacerla yo con la ayuda de mis empleados. Hicimos los muros de la primera nave y cuando una tarde estaba yo, colocando y soldando las viguetas del techo a una altura de cuatro metros, se rompió la pinza de soldar. Mandé a buscar una a Sama, que era el lugar más cercano para comprarla. Fue uno de los que trabajan allí. A pesar de haberle explicado cómo tenía que ser ésta, no lo entendió y trajo la más barata pero sin protección por la parte de a lante, lo que resulta peligroso para poder sufrir una descarga eléctrica.
Por no perder tanto tiempo la coloqué y seguí soldando. Con el calor de la soldadura las gomas de mis prótesis se despegaban y caían, quedando el acero de mis prótesis al descubierto. A medida que avanzaba con la soldadura, había que ir cambiando la masa. Sin darme cuenta de que la nueva pinza no tenía protección y la tenía en mi mano derecha, al coger la masa para cambiarla de vigueta, me dio tal descarga que caí, de casualidad no me mandó al fondo de la nave. Sufrí un duro golpe. Al entrarme la descarga me lanzó a un lado y aunque pude sujetarme, el peso de mi cuerpo cayó sobre una vigueta, aprisionando mis testículos contra ésta. La vigueta me sostuvo pero me produjo unos dolores terribles que casi me hacen caer al vacío. De aquella caída me libré de casualidad. No tenía ni cinturón de seguridad, ni tableros para mi apoyo, ni manos para cogerme, solo me pude sostener con la vigueta entre mis piernas y que casi me destroza lo que tengo de paisano. Estos dolores son uno de los más fuertes que un hombre pueda soportar, por ser una de las partes más delicadas del cuerpo de un hombre. ¿Cómo sería de fuerte que me caían unas gotas de sudor enromes? Lo más práctico en estos casos es permanecer tumbado, pero allí no podía y tenía que permanecer en aquella horrible postura porque no tuve quien me ayudara y los dolores no me dejaron moverme largo tiempo. Uno es contarlo y otro el aguantar aquellos tremendos dolores que no hay caballo que los aguante.
La gente que paseaba por los alrededores le resultaba imposible verme en lo alto de un tejado y sin manos. Algunos me dijeron que cómo podía aguantar aquel trabajo tan peligroso. Para mí era normal, pero reconozco que era duro y peligroso para mi situación. Sinceramente hoy yo mismo no lo creo, ¿cómo pude soportar trabajar en aquellas condiciones sin los tableros para a poyarme ni cinturón de seguridad? Todo eso costaba dinero y no lo tenía. Yo conocía las reglas de seguridad, pero me resultaba imposible cumplirlas por falta de dinero. Aunque la necesidad lo venció, el peligro no dejó de existir durante toda la obra, tuve suerte y la pude terminar como otras muchas más.
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