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Terrible desgracia la de mi hermano Belarmino, que a punto estuvo de morir gangrenado. Solo por la fractura de su pierna derecha por el fémur. Fue ingresado en el Sanatorio Julio Jilin de Sama, situado en la plaza la salve porque el Sanatorio Adaro estaba lleno. Le pusieron una escayola y le colgaron por la rodilla. Era como curaban en aquel tiempo las fracturas de piernas. Como si fuera un perro atado, no se preocuparon de él. Por mala colocación de la escayola le produjo un hematoma en los dedos del pie derecho, que le producía fuertes y continuos dolores. De nada le sirvió llamar al enfermero y decirle, por favor quitarme esta escayola que me mata de dolores, ya no puedo con mas.

Pasaban los días y aquello aumentaba, aquel hombre daba gritos de dolor, atado y sin poder moverse de su lecho, fue un mártir. Es increíble, lo mismo daba hablar con el médico, que no le escuchaba. Hasta que ya con una fiebre de caballo y con unos olores que apestaban, de su pie podrido, no actuaron. Cuando le quitaron la maldita escayola apareció el tremendo daño que soportaba. Había una gangrena en el pie. Estaba ya podrido, negro como el carbón.

La prueba de lo mal que fue colocada la escayola es que si la fractura fue de fémur y sin golpe ni daño alguno en el pie, surgió ese daño, que podo ser evitado. Si le hubieran atendido en los primeros días de su dolor. Desde el primer momento les dijo, esta escayola me molesta mucho en el pie, está muy apretada, sería bueno hacerle un pequeño corte para ver lo que hay, para evitar estos dolores, les decía mi hermano, pero no le atendieron.

¡Cuánto sufrió aquel hombre allí colgado en la cama del hospital! y ¡cuántos días tuvieron que pasar para dar lugar a una infección que no existía! Mi hermano, fuerte como un roble, duro como el acero, no se quejaba de vicio. Tenía los ojos llorosos de sufrir y la piel blanca producida por el gran dolor que le atormentaba. Se quejaba noche y día por los inmensos dolores que padecía pero nadie le atendía. Era como un castigo, pero como él mismo decía: “lo malo es que no me duele por donde está rota la pierna, ¿por qué tiene que ser por esa parte si no hay nada?” Ni de eso se dio cuenta el médico.

He conocido a personas súper inteligentes, mujeres y hombres, con una capacidad inmensa. Con un gran concepto de su profesión, amables, trabajadores, con unos méritos excepcionales. Pero he conocido también algunos con carreras, cuyas carreras no estaban en su sitio. Torpes, ignorantes e incapaces de tomar decisiones en momentos tan necesarios como importantes. Mirando a los de a pié como si fuéramos mulos de carga. Con desprecio, con un complejo de superioridad monumental y sin conocimiento para desenvolverse en lo suyo.

Lo más triste de estos casos es que aquí en España nadie les dice nada ni les apartan de su cargo para el que no valen. Por ejemplo en Reino unido donde esta mi hijo, como médico especialista en siquiatría, el que no vale lo quitan del servicio. En uno de mis viajes donde pase varios meses en distintas fechas, he visto llorar a un médico Español que le dijeron. Usted no vale para médico, baya adonde quiera pero aquí no puede trabajar. Duro pero real. Desconozco lo que ocurrió. Solo sé que tuvo que marchar.

Por eso paga el pato como siempre, el más débil. Así era aquel médico, que estropeó la vida de mi hermano. Hubo que amputarle el pie y hasta en la amputación le dejo una esquirla, pero por quedar afectado para el resto de su vida, nunca la quiso quitar, y le amargaría todos los días de su vida. Con mucha frecuencia se le infectaba y casi siempre permaneció esa herida abierta por el movimiento al andar. La maldita esquirla, un hueso muy punteado que no quitaron le lesionaba el tejido. Como era normal muchas veces le dijimos que fuera a quitarla. Que era una cosa simple, había médicos muy buenos y no le pasaría nada.

Aunque todos  no eran como aquel, que casi le mata. No se decidió a quitarla, fue superior a sus fuerzas, había sido demasiado lo que sufrió para olvidarlo. Seguramente que ya nunca se fió de ellos, el miedo y terror permanecerían dentro de su ser, sin poder librarse de aquel triste recuerdo que llevó sobre sus hombros como si fuera un castigo.

Nadie duda que todos los humanos podemos tener errores, es comprensible y se perdonan la mayoría de las veces, pero en este caso no hay más que decir que la verdad. Aquí no hay error posible, lo que hay es un animal vestido de médico. Si un hombre está noche y día clamando rabiado por el dolor y durante largo tiempo ¿cómo es que ese médico no le hace ni caso? ¿Por qué no le revisó su escayola? ¿Por qué no consideró y reflexionó si el enfermo se quejaba de vicio o con razón?

Es imposible encontrar disculpa para esto, que no tiene ni pies ni cabeza, cuanto más uno le da vueltas más culpa le da al que casi lo mata por no saber atenderlo. Nada puede haber que justifique tanto daño, hasta un animal saldría en su defensa, seguro. Era un desprecio y un abandono que nadie podrá entender.

Cuando vieron la gangrena de su pie, llamaron a la familia y les comunicaron que le tenían que amputar la pierna por arriba.

Dado que mi padre ya no tenía ninguna fe en aquel médico, fue a visitar a Dr. D. Vicente Vallina, en otro hospital, para que interviniera. Dr. D. Vicente, un gran profesional y buena persona, intervino y le salvó su pierna. Dijo al médico responsable del Sanatorio, que cortar por arriba tiempo había, pero que de momento solo se le cortara el pie por lo sano para atajar, si era posible, la gangrena. Gracias que Don Vicente era el Jefe y fue la salvación de su pierna, solo le cortaron el pie y pudo defenderse durante varios años más, pero con muchas dificultades.

Le dejaron una mísera pensión y para poder vivir se dedicó a la madera algunos años. Más tarde, al casarse y ver que aquello no rendía lo suficiente como para mantener una familia, se fue de nuevo a la mina a picar carbón. Como si estuviera útil. Allí cogió la silicosis y en los últimos años de su vida sufriría de nuevo otro trauma por mala circulación en la pierna: tuvieron que amputar esta  por arriba. Lo pasó muy mal, hasta para morir. Si le era poco pelear con la silicosis, le vino lo de la pierna. A parte de morir muy joven, sufrió toda su vida el trauma que pudo haber sido normal, si hubiera sido atendido a tiempo. 

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