Fue un día histórico para mis padres y para mí, algo que nunca olvidaré. Era una tarde de invierno, ya casi de noche, con una gran invernada y nevando sin parar. Llegó un ganadero a nuestra casa, a pagarme una tonelada de abono que me debía. ¡Justo lo que me faltaba, para juntarlo con algo más de dinero que tenía ahorrado, para pagar las 55.000 pesetas que debía a un familiar! Le di las gracias y muy contento pensé en subir a pagar mi deuda, porque así ya me libraría de aquel tremendo peso, que era deber dinero. Seguí trabajando hasta la noche y aunque ya era tarde para emprender aquella caminata hacia la montaña, andando y con aquel temporal de nieve, me decidí y fui a pagar lo que debía.
Me quité la funda de trabajo y subí a a casa diciéndole a mi esposa: -“voy a La Bobia a pagar lo que debemos. Acabo de cobrar lo que nos faltaba para poder pagar nuestra deuda”
-“No deberías subir a la montaña con tanta nieve”, me dijo mi esposa muy sorprendida. “No puedes ir solo, hay una fuerte tormenta de viento y nieve y puede pasarte algo. Déjalo para otro día”
-“Tranquila mujer, me crié en el monte y eso es lo importante: conocerlo. No pasa nada”
-“Tienes más de una hora de camino para subir y otro tanto para regresar por caminos muy malos y solitarios, llenos de nieve y barro, es mucho camino para hacerlo de noche, es muy peligroso. Si te pasa algo, nadie te podrá ayudar en aquellos montes tan fríos y lejanos”
-“Por el día no puedo porque tengo que trabajar y cuanto primero pague, primero dejará de sufrir mi padre, porque está atormentándolo la persona que me prestó el dinero. Le dice, con mucha frecuencia, que con los malos tiempos que corren no gano bastante y que no podré pagarle. Que vendrá el banco y me lo embargará todo y que él se quedará sin su dinero”. Además de lo que le debía, yo tenía una hipoteca en la Caja de Ahorros.
Mi padre le decía: -“No dudes de que Arsenio, siempre fue hombre serio y nunca ha fallado a su palabra. Trabaja sin descanso y con una tremenda afición y, esto le ayudará a pagar. Otra cosa sería, si no trabajara. Pero él, no parará hasta que lo consiga. Te pagará y si por casualidad no pudiera, yo lo haría por él.”
-“Sí, pero eso no me vale”, le dijo a mi padre. -“ Lo perdería mi esposa en la herencia. Nada le valía. Lo de aquel hombre era todo desconfianza, no creía en nadie. A parte de no ser de mucha inteligencia, bebía más de lo debido y eso atrofia a todos los bebedores, por muy fuertes que sean.
Todo lo contrario de aquellos tiempos, cuando la gente era cumplidora al máximo. Se decía que la palabra de un paisano valía más que una escritura ¡y era verdad! Yo vendía vinos, abonos, cerdos y piensos a los ganaderos y agricultotes y les daba facilidades para pagar, porque los tiempos eran difíciles para todos. Pagaban cuando podían, pero jamás me fallaron, siempre pagaron como un banco. Yo creía en ellos y ellos en mí. Siempre me apreciaron por lo mucho que trabajaba con ellos. Les hacía abonados en pastizales y praderas, además de ponerles las tierras para los sembrados en orden, regulando el PH de la tierra para producir más. Nunca desconfiaron de mi, ni yo de ellos. Siempre los recordaré con mucho afecto, porque se lo merecen. Estoy seguro de que el buen cumplimiento y las facilidades que les daba, fueron lo que me ayudó a mantener mi negocio. Había mucha competencia, pero yo era el preferido por todos ellos. Asi fue y así lo hay que decir. Algunos de mis clientes viven y nos saludamos cuando nos encontramos, recordando lo que juntos trabajamos.
Trabajando con ellos y criando ganado levanté mi pobre economía. Pude pagar la casa y estudiar a mis tres hijos, lo que fue para mi algo importante en la vida. Aunque yo no pude estudiar por tanto trabajo, hasta que me retiré ya siendo mayor.
Seguía la tormenta en aquel pequeño pueblo, no se sentía ni a los perros ladrar, todo el mundo estaba refugiado en sus casas. Llegué al pueblo, piqué a la puerta de la casa donde debía de pagar, les saludé y les dije: “Ha llegado la hora de poder pagarte, ya sé que has sufrido mucho pensando que no cobrarías, te pido disculpas y te doy las gracias”
Era un individuo muy desconfiado y corto de inteligencia, no supo valorar mi forma de ser, como otras personas. No dijo nada, cogió el dinero y lo contó, me entregó el papel que le había firmado y nos despedimos. El bien sabía que el fallo había sido de él, porque lo hizo muy mal, atormentando a mi padre largo tiempo, pensando no cobrar lo que yo le debía.
Debo decir en honor a la verdad, que su señora lloraba porque sabía muy bien, lo mal que lo había hecho su marido y, lo disgustado que yo me encontraba. Ella me conocía muy bien y dijo que ni mi padre, ni yo, merecíamos esos tremendos disgustos, que con su mala actuación nos había dado.
A pesar de la gran nevada, la señora salió al verme marchar, llorando y moviendo su brazo derecho para decirme adiós. Tiempo después, me contó que no se retiró hasta que me perdió de vista en la lejanía entre la tormenta de nieve. La pobre mujer también lo pasó muy mal, y yo lo sentí mucho.
Marché hacia la casa de mis padres. Aparte de ir a saludarles, que era mi deber, les llevaba una buena nueva muy importante. ¡Acababa de pagar lo último que debía de la casa!. Atravesé la corta distancia de unos trescientos metros entre una casa y la otra, por una pradera. Seguía la tremenda tormenta, encima de la gran nevada, como para bloquear el camino en poco tiempo. En aquellos años, las nevadas eran muy grandes y de mucha duración. Además del intenso frío, ya eran cerca de las diez de la noche. Una noche infernal, con immensas turbulencias de nieve en aquella montaña, a 500 metros de altura. Al lado mismo de una pequeña cordillera en forma de cañón, en la que se forman unas enormes corrientes de aire, con turbulencias que acumulan grandes cantidades de nieve.
Aunque tenía que recorrer los cinco kilómetros por la montaña para regresar a casa, ya no tenía prisa. Los que nos criamos en las montañas, sabemos navegar bien entre las grandes nevadas. Ya había terminado de trabajar por aquel día y la tranquilidad que reinaba en mi interior me hacía sentirme otro hombre. Ya libre de aquel peso, que suponía el deber aquella cantidad de dinero, que en aquellos tiempos y con lo poco que se ganaba, resultaba difícil de pagar. ¡Fue mucho lo que sufrí, pero lo conseguí!
Seguro de mí mismo, estaba contento de haber salido del lago donde me había metido sin saber si podría cruzarlo o me quedaría encallado. Era muy difícil el poder pagar los gastos tan tremendos, que era el construir una casa en aquellos tiempos tan duros.
Contemplaba el paisaje en la oscuridad de la noche. Era mi tierra, la que me vio nacer y crecer, donde yo correteaba y jugaba a mi corta edad. Solo y en medio de la gran nevada, me parecía estar en el paraíso. La blancura de la nieve daba una gran claridad al entorno que dominaba todo el valle y me gustaba estar en el silencio de la noche. ¡Qué grande es sentirse libre! No me importaba la gran tempestad que había. En mí reinaba una paz interior que me ayudaba a combatir la tempestad de una noche infernal. Iba provisto de unas buenas botas y una chaqueta de cuero. La alegría que sentía me distraía, sin darme cuenta de que mis padres se irían a la cama, pues ya eran casi las 10 de la noche y la hora de acostarse de toda la vida en invierno, para evitar el gasto de luz y carbón, para atizar la cocina, su única calefacción y descansar para la faena del día siguiente.
Llegué a la casa, llamé a la puerta, ya estaban en la habitación situada en la planta de arriba de la casa, para acostarse.
-“¿Quién llama?” dijo mi madre.
-“Soy yo, madre, abre”.
-“Es nuestro hijo Arsenio, ¿qué pasaría?” comentaron los dos.
Mi padre, mientras que bajaba por la escalera decía:
-“¿Cómo vienes tan tarde? ¿Hay alguna novedad?”
-“Tranquilos, nada que nos pueda molestar, no os asustéis”
-“Es que vienes tan poco por aquí y, llegas a estas horas con tan mal tiempo, que nos asustamos, no vives más que para el trabajo. Nunca tienes libres ni los domingos”.
-“Cierto, padres, perdonadme, es que esta temporada he tenido mucho trabajo”.
-“Tú, trabajo lo tienes siempre, hijo” decía mi padre, “no puedes seguir a esa marcha tan forzada. Entre lo poco y lo mucho hay un medio”. Todo eso me lo decía, mientras mi madre abría la puerta.
Nos dimos un fuerte abrazo los tres y les dije:
-“Hoy es un día histórico para nosotros, os traigo una gran noticia que os alegrará mucho ¡vengo de pagar las últimas 55.000 pesetas que debía de la casa! A partir de hoy ya es nuestra. Ya podéis dormir tranquilos. Sé que os quitó mucho el sueño y que sufristeis mucho”.
Mi padre me abrazó y llorando de emoción dijo, a mi madre:
-“¿Ves Mercedes, ves como pagó? ¡Tú también dudabas! Yo sabía que mi hijo no fallaría. ¡Cuánto sufrí, hijo mío, y no podía hacer nada! Ya sabes que me pagan una mísera pensión, como si hubiera sido un vago, y no da para poder ayudarte. Vergüenza les debía de dar” dijo mi padre. -“Trabajé hasta destrozarme, y ya no puedo ni caminar. Luché con los dos ejércitos, me llevaron los Rojos a la guerra, a trabajar en la construcción de los nidos de ametralladoras de Tarna, donde quedamos sitiados por la artillería de los nacionales. No podíamos movernos de las trincheras, ni para ir a beber y sin nada que comer, hasta que ya perdidos y con unos cuantos compañeros muertos, una noche nos largamos para no caer nosotros también o enfermar por el hambre que pasábamos. Por las montañas de Sobrescobio y Caso, caminamos varias noches ya que por el día no se podía. Me llevaron los Nacionales a la guerra en Teruel, donde casi me matan los cañonazos, y se atrevieron a dejarme como a un despedido. Me han dejado una pequeña pensión, que no da ni para comer. Lo sentí mucho hijo ¡pero solo y sin ayuda saliste adelante! Esta es la mayor alegría que nos puedes dar. Siempre fuiste un valiente trabajador ¡quien iba a decir que después de perder las manos y de lo que has pasado hayas triunfado! Ahora ya quedarán tranquilos todos aquellos que te han criticado”.
-“Bueno, esas cosas ocurren algunas veces y la gente desconfía”.
-“Era muy duro y difícil” dijo mi madre, -“ya ves lo que tuvo que luchar, no reventó de trabajar de casualidad. No todos lo consiguen y no es nada extraño que la gente tuviera miedo a que no saliera de ese atolladero. Los tiempos están muy malos”.
-“Tranquilos, ya todo terminó y eso es lo importante. El miedo es libre y vosotros no pudisteis con él. Lo que sí siento mucho, es lo que te hicieron sufrir padre, mi madre supo ser más dura y no lo pasó tan mal”.
-“Yo mismo sabía que era un asunto complicado. Al final, todo se arregló sin problemas. La familia siguió como siempre, muy unida”.
Recuerdo que, unos años más tarde, la última vez que nos reunimos todos, era la gira de las fiestas de nuestro valle San Mamés. Hacía una bonita tarde de sol, era un día alegre para todos, sobre todo por estar juntos. Formábamos un gran círculo en el prado y creo que seríamos el mayor grupo de la fiesta; pues éramos una familia compuesta por catorce hijos casados, y con nietos y biznietos. Allí merendando y charlando de nuestras cosas, nuestro padre dijo:
-“Hoy es un día memorable, estamos todos juntos y seguro que será la última vez”.
-“¿Por qué ha de ser la última? Dijo alguien”.
-“Porque vuestra madre o yo, poco vamos a durar. Los dos estamos muy mal ya. Unos por trabajar a distinto relevo y otros por otra causa, será muy difícil estar todos juntos de nuevo, por eso quiero decir que aquí hay alguien que está en deuda con Arsenio. Sin decir quién y en silencio, espero que le pida perdón”.
-“Tiene razón, pero ese perdón ya fue pedido en silencio, como usted bien dice”, dijo uno de los cuñados.
-“Si es así, vale” dijo mi padre.
Este mismo cuñado dijo: -“Cierto es, que Arsenio salió adelante, que luchó mucho, y que fue demasiado, pero lo consiguió. Yo lo considero, una gran hazaña, fue como si le hubieran encerrado en una casa de cinco pisos, sin ventanas, ni escaleras, así lo comparo yo. Seguro que pocos en su situación lo hubieran conseguido. Fue muy duro por lo que pasó. Sufrió tanto, como lo valiente que fue para salir y poder pagar la deuda.
Aquello que mi padre dijo se cumplió. Fue el último día que estaríamos todos juntos. En pocos años desaparecieron cuatro miembros de la familia. Se fueron dos hermanos, después mi madre y a los dos años, mi padre también. La familia comenzó a menguar. En este tiempo, ya solo quedamos seis hermanos, ocho ya han muerto.
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