Get Adobe Flash player
Calendario
enero 2025
L M X J V S D
 12345
6789101112
13141516171819
20212223242526
2728293031  
Historial
Temas

Cuando aquella tarde del 29 de Junio de 1.964, observábamos las fieras del parque zoológico en Madrid, frente a la jaula de los lobos, vimos a uno que dormía junto a la alambrada. Con su hocico metido entre las patas delanteras. Yo, sin decir nada, me agaché y metí mi mano, le cogí el hocico y éste dio un fuerte rugido. Se asusto tanto el lobo como mi esposa, quien dio un salto atrás. También un señor se asustó y al momento dijo:

-Sí que resulta curioso que usted pueda decir que cogió a un lobo vivo por el hocico.

Cierto que cogí el hocico al lobo, pero lo que yo no sabía era que al poco tiempo, menos de dos horas, vería las orejas al lobo de verdad. Eso sí que sería grave. Terminamos de ver las fieras, salimos y nos sentamos en un banco en el parque del retiro. Hacía varios años que no fumaba, pero no sé por qué razón me apeteció y dije a mi esposa que me apetecía fumar y compré una caja de camel en un puesto de golosinas que había muy cerca. Me senté de nuevo a su lado, saqué un pitillo, pero no me dio tiempo a prenderlo cuando me acordé de que teníamos que llamar a Blimea, para que el lunes me enviaran un camión a León para cargar un viaje de vino al regresar a casa, para no perder otro día de trabajo.

Eran las siete, el repartidor de vinos,  se marchaba para los pueblos con el último viaje y no había teléfono. Salimos a toda prisa, bajamos a la Castellana hacia la telefónica y pedí una conferencia. Aun no era automático el teléfono y me salió la centralita de Sotrondio. Era Conchita, una chica conocida de siempre de la familia. Cuando me contestó me dijo, creo que llorando:

-¡Ay, Arsenio, hijo! Te busca hasta la policía y no te encuentran. Sal para acá rápido.

No me dio ninguna explicación, solo me dijo que me ponía con el bar Montes. Me asusté y dije a mi esposa:

-Uno que cayó en la mina, ¿a quién le tocaría?

-¿Cómo dices eso?

-Sí, sí, aquí hay algo muy grave, Conchita estaba llorando y no me quiso dar explicaciones.

Se puso María Jesús, la chigrera del bar Montes, al teléfono, yo no tenía teléfono aunque me habían dado número, se retrasaron unos días. María Jesús dijo:

-Hola Arsenio.

-¿Quién se mató en la mina? Le dije.

– Tu hermano Constante. No ha muerto, está muy grave.

Casi me caigo porque comprendí que estaba muerto a juzgar por la forma en que me habló Conchita. Cogimos el primer taxi que llegó. Llorando los dos amargamente le pedí al taxista que nos llevara a Asturias. Dijo que tenía que ir al jefe, para que le acompañara. Subimos al taxi, se dirigió hasta donde estaba el dueño. Fuimos al Hotel a por el equipaje, dejé una nota para Alejandro y salimos.

Fue un viaje que jamás olvidaré. Con el disgusto me atacaron los nervios al estómago y pasé todo el recorrido vomitando. Los dolores fueron de terror, bebía agua para apagarlos los bonitos y al momento, fuera de nuevo. Quise morir de dolores, todo eso resultaba tan doloroso como cuando da una congestión, es terrorífico lo que se pasa.

Cuando pasamos por Valladolid, dijeron que si podían parar a comprarse unos bocadillos. Les pedí que me dieran una cerveza a ver si me pasan los vómitos y no me valió, seguí mal todo el viaje.

Cuando comenzamos a bajar el puerto de Pajares dije a mi esposa:

-Desde Blimea ya sabremos si está muerto o no.

-¿Por qué lo sabes?

-Desde allí se divisa todo el valle y nuestra casa se ve muy bien por estar sola en una finca. Si no se ven luces en casa es que esta en el hospital, si hay luces lo están velando.

Cuando llegamos a Blimea no se vieron las luces. Eran las 5 de la madrugada, había neblina en la montaña y no lo pude ver hasta que ya subíamos por San Mamés. Vi la luz en la casa, entonces perdí mis esperanzas. ¡Pobre de mi hermano! Ya nunca más le vería. Al igual que otras veces donde se describen cosas extremas, al escribir este pasaje tan triste, tengo que parar, las lágrimas afloran a mis ojos y no me dejan ver para seguir escribiendo. Aunque ya se cumplieron 45 años de su muerte, nunca olvidé el recuerdo de mi hermano Constante. Me invade una tristeza que no puedo remediar, no solo era hermano, sino también mi mejor amigo. Los dos luchamos a brazo partido peleando con los ganados y en diversos trabajos. Era como un roble. Nos criamos a la vez y eso supone un aprecio diferente, aunque quieras mucho al resto de la familia, la convivencia de la infancia nunca se olvida.

Llegamos a casa a las 5 de la mañana, nuestra casa distaba de la carretera unos 500 metros. Al ver subir un coche en aquellas horas pensaron que seríamos nosotros. Mi pariente Sócrates y algunos más fueron a buscarnos al taxi. Cogieron el equipaje, pagué al taxista y para casa. Allí nos encontramos con aquel terrible cuadro: mi hermano yacía en el ataúd. Fue algo que no se puede describir. La pérdida de uno de tus seres queridos es tan fuerte como para morirse de pena.

¿Cómo sería el disgusto, que las manos que había traído de Francia, se quedaron en el taxi? No las ponía y por vivir en un pueblo cercano iba a casa de mis padres solo los domingos y no todos porque tenía que trabajar hasta de domingo. En aquel tiempo para mí no había días de fiesta ni descanso. Tenía que forjar mi vida y resultaba difícil, no disponía de tiempo para nada más que para el trabajo. Mi padre me decía muchas veces, “vas a reventar de tanto trabajo y después ya verás cómo lo tienes que dejar”.

Pasaron nueve meses y un día pregunté a mis padres por aquellas manos, pensando que estaban allí desde aquel día, pero se habían quedado en el taxi. La sorpresa fue que el maldito taxista no se molestó en buscar mi dirección a través del cuartel de la Guardia Civil o del Ayuntamiento y se perdieron. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *