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Se terminó de construir la casa y la bodega para el vino. Seguí trabajando. Una  mañana estaba haciendo la excavación para colocar la tubería de los desagües de la casa cuando llegó un empleado de Telefónica para trasladarme el teléfono desde el Almacén de Blimea a mi nueva casa en Villar Sotrondio. En aquel tiempo había muy pocos teléfonos, yo tenía el 249, era uno de los últimos colocados. En aquel tiempo costó 700 pesetas ponerlo y otras 700 por cambiarlo después de cuatro años en el almacén. Seguí con el mismo número hasta que pusieron las centrales automáticas.

El telefonista miraba cómo trabajaba y dijo:

-¿Quién hace esta excavación?

Dejé de trabajar, le miré y riéndome le dije:

-El pico.

-El pico, sí, pero ¿quién lo manda?

-Si aquí no hay nadie más que yo ¿usted qué piensa?

-¿Lo que hay hecho lo cavó usted?

-Sí, ¿por qué no iba a hacerlo?

-Por favor, ¿quiere trabajar para que yo le vea? Perdone, pero es que me parece imposible que tal y como está usted pueda realizar este trabajo tan fuerte.

Comencé a picar, cogí la pala y lo saqué. Él miraba asombrado y después de comprobarlo me dijo:

-¿Puedo probar yo?

Le di el pico y bajó a la zanja. Picó y luego cogió la pala, quiso comprobar el esfuerzo que aquello suponía. Al salir de allí me dijo:

-Es usted todo un artista, hay que verlo para creerlo, señor.

Le acompañé mientras instalaba el teléfono y no me habló más que de lo mismo. Creo que nunca se olvidará de aquella experiencia, pues tampoco había cogido el pico nuca y no sabía el esfuerzo que costaba una escabacion a pico y pala.

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