Aunque había pasado todas las tardes de la semana con mi hermano Corsino, lo primero que hicimos mi esposa y yo nada más terminar de casarnos fue ir al hospital a verle. Allí pasamos un momento con él y le consolamos diciendo que ya había salido del peligro, que muy pronto regresaría con nosotros a casa. No fuimos de luna de miel porque yo quise seguir a su lado y estar cerca de él para animarle. Yo no podía apartarme de su lado, estábamos muy unidos y lo consideré importante en esos momentos de la vida que es cuando uno más necesita el calor de los suyos. Lo sabía por experiencia.
Nos casamos en La Iglesia parroquial de Blimea. Nuestros padrinos fueron D. Elviro Martínez, Alcalde de nuestro Concejo y su esposa Laurita. Siempre los recordaré con afecto y la máxima consideración, aparte de la amistad que nos unía, por lo atentos y buenas personas que siempre fueron con una gracia y atención para todos digno de valorar. Por desgracia, D. Elviro Martínez murió siendo joven. Su esposa Laurita sigue con sus hijos y con la gracia que siempre tuvo, algo especial que no se puede comprar, que nació con ella y seguirá hasta el final.
Fue esta una boda de mucha gente, como se hacía en aquellos tiempos, pero demasiado triste por el accidente de mi hermano Corsino, ya que a pesar de su mejoría no sabíamos como quedaría.
Aunque no tuvimos luna de miel, después de largo tiempo viajamos por distintas partes de nuestro país y también por el Reino Unido y sobre todo por Escocia. Todo esto muchos años después,porque en aquel tiempo no se podía por la mala situación económica.
Esta foto fue tomada el día de nuestra boda. Así estaba mi esposa de guapa y así lo estaría hasta el final de su vida, porque siempre fue una gran mujer que supo atender a los hijos y marido y cuidarse ella, haciéndonos guardar la línea a todos por ser una buena madre, buena esposa además de buena cocinera. La llevaré eternamente en mi memoria porque fue una de las mejores cosas que me encontré en este mundo. La quería más que a mi vida y la desgracia en forma de negligencia humana me la arrebató. Por eso repetiré siempre que al perderla a ella perdí las manos otra vez, porque las de ella también eran mías, además de la alegría que siempre reinó en mi rostro y que se perdió para siempre.
Mi esposa nos dejó el día 5 de Octubre de 2009, lunes, a consecuencia de las gravísimas complicaciones sufridas como resultado de lesiones iatrogénicas y negligencia de los médicos del Hospital de Jove en Gijón tras una operación de vesícula biliar que se suponía era una intervención preventiva. Así lo recoge la sentencia del Tribunal que juzgó el caso. Tenía 63 años y muy buena salud.
Cuando mi esposa y yo nos conocimos, ya hacía cinco años que yo había perdido las manos y ella sólo tenía catorce años. Nos casamos al cumplir ella los dieciocho y yo los veintinueve años.
Desde este episodio, quiero destacar un poco, de cómo fue mi gran esposa, la madre de mis hijos y la compañera de mi vida, que jamás olvidare. Por haber formado conmigo ese bonito hogar, el que con su cariño y dedicación, compartimos junto con nuestros tres hijos, una feliz convivencia, con todo nuestro cariño y amor, hasta el último momento de su ejemplar vida.
Mientras que yo había sufrido algunos desprecios por parte de otras familias por no tener manos, mi querida esposa, nunca vio en mi nada malo por ese accidente. Todo lo contrario me acogió con todo su cariño y siempre se sintió muy a gusto con migo y muy protegida. Porque siempre me decía que era un hombre muy inteligente además de muy trabajador y bueno para la familia. Que luchaba con ganas y mucho mejor que otros con las manos. Hoy tengo el honor de decir, que siempre confió en mí para todo, sabía que ayudaba a sus hermanitos pequeños y a todo el que pudiera. Por eso me decía algunas veces. Lo tuyo es especial Arsenio, eres incansable y muy amigo de ayudar a la gente. Eso siempre lo tendría muy presente. En los cuarenta y seis años de nuestro matrimonio siempre viviríamos ilusionados uno en el otro y con nuestros buenos hijos y nietos que yo aprecio con todo mi corazón. Mi dulce esposa, nunca tuvo una mala palabra para nadie. Solo se quejaba de que yo no debía trabajar tanto. Tenía miedo a que me pasara algo en los brazos, muchas veces heridos por el exceso de trabajo. Era cierto tenía toda la razón pero eso del trabajo siempre fue superior a mí. Por si mi afición fuera poco, a esto había que sumar la necesidad de levantar nuestra economía, que buen trabajo me costo. Si, cierto es que trabaje más de lo que hombre puede aguantar, fue por las dificultades de la época y el miedo a no poder estudiar a mis hijos por falta de medios. Eso me quito el sueño mucho tiempo. Nunca me olvide de mi problema al perder las manos y no tener ningún estudio. Solo con pensar que mis hijos pudieran pasar esa falta de cultura me asustaba.
Al describir este pasaje con una pena que me mata y con las lágrimas por mis mejillas, tengo que decir que lo escribo con todo mi corazón. Con realismo y dignidad, jamás tolero fa farsa y la mentira. Todo esto repito: lo corroboran mis propios hijos y mis dos cuñadas y su hermano, que siempre me apreciaron mucho y siguen visitándome con mucha frecuencia para ayudarme a salir del sufrimiento y la soledad sin mi esposa. Yo les aprecio como a mis propios hermanos porque son tan buenas personas como lo fue mi esposa. Siempre todos unidos como una piña.
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