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Un compañero salvó a mi hermano Corsino de morir enterrado en la mina. Gracias a la valentía de aquel hombre que venía de dar fuego de otro filón y que habían quedado de esperarse con él en el cruce, mi hermano se salvó. Al llegar y no estar mi hermano, este hombre se dio cuenta de que ya habían salido los disparos de la pega del transversal donde mi hermano dio fuego. Pensó lo peor y no se equivocó. Con gran peligro para él mismo y sin dudarlo, entró a por mi hermano que ya medio muerto se encontraba bajo los escombros. Además de sus gravísimas heridas, el humo de los disparos podía matar a un hombre en pocos minutos. Tuvo que actuar con la máxima rapidez para no caer él también, pues hasta le resultó difícil encontrarlo al estar enterrado todo su cuerpo hasta la cabeza. No apareció ni su lámpara de seguridad.

Este valiente y gran compañero le salvó de una muerte inminente. En un momento se hubiera muerto desangrado por la pérdida de tanta sangre por las fuertes heridas o asfixiado por la cantidad de maleza que produce la explosión de tanta dinamita a la vez. A través de nuestra historia de mineros siempre hubo hombres bravos y decididos, sin miedo a morir ni al peligro que les acechaba. En esos momentos de tanto peligro, sólo se piensa en salvar una vida que está al borde de la muerte y que se sabe que sin tu ayuda no tiene salvación. Con valentía, arte y rapidez actuó y consiguió salvar dos vidas, porque la de él también estaba en peligro. Como buen minero, lo sabía. No ignoraba que ese gas que había en cantidad mataba casi fulminantemente, pero a pesar de todo, no dudó en luchar. De esta forma y como éste hubo muchos hombres de la mina que murieron por salvar a sus compañeros. A éste poco le faltó, pero lo consiguió y evitó dejar dos hogares destrozados por las garras de la mina, que muchas veces es temible y que no hay quien lo pueda evitar. Así es la vida de los mineros: dura y azarosa. Nunca se sabe cuándo va a llegar la desgracia o la suerte de salir. Mi hermano salió con graves heridas y el segundo ileso.

Este accidente fue como para matar a los que pillara, pero algunas veces la suerte es la que impera. En la voladura de este transversal salieron unas cuarenta toneladas de roca dura, con una potencia de destrucción capaz de deshacer todo lo que encuentra.

La cantidad de barrenos perforados en un frente de esta envergadura es muy numerosa y se dividen en varias partes. Corona en el techo, laterales, centro y fondo y con varios kilos de dinamita. Al ir a dar fuego a estas cargas hay que darlo primero a los del centro para dar salida al resto. En aquel tiempo se daba fuego con mecha. Todavía no había detonadores eléctricos. Cuando ya había dado fuego a todo el frente y mi hermano se disponía a marchar, salió el primer disparo que cogió a mi hermano lanzándolo hacia un lateral ya muy mal herido, pero con la suerte de caer su cuerpo en un bache y su cabeza a lado del poste del último cuadro. Esto fue lo que le salvó de morir en el acto, porque a medida que iban saliendo los otros disparos lo iban enterrando pero no la cabeza que estaba protegida por el poste. Aunque el peso de tantas toneladas le oprimía, podía todavía respirar por un agujero que la detonación le hizo en el pecho, muy cerca de la garganta, entre otras muchas heridas. De haber caído de frente no tendría salvación posible.

En cuanto sacaron a mi hermano nos llamaron a la oficina. En el acto salimos para el Pozo los dos ingenieros y yo. El Pozo Cerezal pertenecía a nuestro Grupo y mis jefes lo eran también de este pozo. Cuando llegamos, tenían a mi hermano en una camilla en el botiquín del pozo Cerezal después hacerle la primera cura de urgencia para evitar la pérdida de sangre, esperando por la ambulancia para trasladarlo al Sanatorio Adaro. Estaba muy negro por el polvo de la mina mezclado con sangre, acribillado de metralla por todas partes. Tenía toda la cara desguazada, quemada y respiraba por un agujero que tenía cerca de la garganta en la parte superior del pecho. No era capaz a pronunciar casi nada. Me agaché para ver si podía escuchar algo de lo que intentaba pronunciar pero me costó mucho poder saber lo que me decía. Me cogió con sus manos llenas de sangre y acercándome a él pude entender que me decía:

-Acompáñame, hermano. No me abandones. Tienes que hacer lo que puedas para salvarme. No quiero morir y dejar a mis hijos. No puedo soportar tanto dolor.

-Tranquilízate porque seguro que te vas a recuperar y nunca estarás solo. Yo estaré contigo en la ambulancia y también en el hospital. Allí hay un buen equipo de médicos y te curan muy luego.

Los mismos Ingenieros (D. Francisco Martín Diego y su ayudante) lloraron conmigo temiendo por su vida. Mi hermano era muy apreciado. Fue un gran minero y buen vigilante. Nunca podré olvidar aquel triste día.

Le acompañé en la ambulancia y no le dejé nunca solo. Todos los días iba a ver a los médicos. Yo estaba muy relacionado en ese hospital. Aparte de haber estado cuatro veces hospitalizado, todas las semanas iba a tomar la relación de accidentados de nuestro Grupo. Eso para él suponía mucha tranquilidad. Aunque iba la familia a visitarlo cada día, yo no podía fallar. Así hasta que salió fuera de peligro. Aunque fue un proceso largo se curó, pero le quedaron en la parte derecha de su cara gran cantidad de marcas negras producidas por las quemaduras de las rocas incrustadas y “queloides” que nunca se pudieron quitar. Por muchas vueltas que dimos nada se pudo hacer para librarle de la negrura de las rocas de la mina que permanecerían en él para el resto de su vida. Le acompañé a la Clínica en Madrid para que el Director lo viera y nos aconsejara lo que se podía hacer. Después de varias consultas y pruebas nada se pudo hacer para liberarlo de aquellas quemaduras negras. Este grave accidente ocurrió el día 23 de Septiembre de 1.963, lunes, y mi esposa y yo nos casábamos el sábado siguiente.

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