Por fin conseguimos nuestras manos y regresamos a Madrid. Después de presentarnos a las Autoridades, nos llevaron a televisión. Sólo había un canal instalado en un bajo de la Castellana y hacia muy poco tiempo que funcionaba. Aquí en Asturias no se veía por casi ninguna parte. Era el comienzo de la era de la televisión. Por nuestra zona se hacían pruebas para localizar las señales. Unas de las primeras que se hicieron fue en la Campeta y en otras montañas más altas y cercanas a nuestro valle. Hasta a ese momento la televisión sólo se podía ver en Sama y con mucha dificultad.
La llegada de la televisión fue una novedad muy importante para todos y sobre todo para mi familia, que me iba a ver por primera vez con mis nuevas manos en ella. Bajaron todos a Sama y llevaron a mi esposa que en ese tiempo era mi novia. Más tarde, a mi regreso me contaron que les había resultado muy emocionante y que no pudieron evitar las lágrimas por la alegría del momento. Se trataba de dos acontecimientos históricos para ellos: la llegada de la tele y la llegada de un hermano, lo mismo que mi novia que también se emociono. Fue algo que nunca olvidaron. Mis padres no verían la televisión hasta que llegó al pueblo y mis manos hasta que regresé a casa.
La gente se desplazaba para ver las pruebas que los técnicos iban haciendo por las montañas. No les importaban los malos caminos de los montes ni la lluvia o los fríos del invierno. Lo importante era ver la televisión. Nos parecía casi imposible que la imagen pasara a través de esa pequeña pantalla que nos resultaba misteriosa y que fue noticia de la época.
En aquel tiempo los preparativos para emitir un programa llevaban tiempo y cuando salimos era muy tarde. Sólo nos quedó tiempo para comer deprisa y coger el tren para casa. Esta vez no pudimos visitar ni despedirnos de nadie en la Capital. Cogimos el Metro para ir al hotel a comer y recoger el equipaje. Yo, que siempre anduve rápido, salí a la puerta de Sol. Alejandro, siempre iba más atrasado. Al subir tantas escaleras aquel día, tardaba demasiado. Yo no sabía por qué motivo no subía. Bajé a buscarlo y lo encontré llorando en la boca del metro. Me sorprendí y le pregunté:
-¿Qué te pasa? ¿Cómo estas llorando?
-Es que no soporto quedarme solo. Creo que éste será el último viaje que haremos juntos. Tú vas a casarte y ya no me llevarás más a ningún viaje. Sé que te molesté mucho, que tuviste que ser duro conmigo para sacarme de los bares. Reconozco que te portaste muy bien conmigo y voy a sentir mucho tu falta.
A mí me dio pena de cómo razonó las cosas. Nunca me había hablado con tanta franqueza. Era hombre duro y ciertamente reservado. Le tranquilicé diciéndole:
-Aunque yo me vaya a casar, nada va a cambiar. Cuando haya que hacer algún viaje tú irás como fuiste siempre, no pasa nada.
Cierto es que le aparté de muchas borracheras. El hombre no tenía fuerza de voluntad para dejar la bebida. Algunas veces tuve que enfadarme con él y hasta decirle que me iba y que nunca más viajaríamos juntos. Eso para él era darle de baja y tenía su amor propio, pero era mi única arma para sacarlo del mal camino de la bebida que nunca pudo dejar. Mientras que a mí me gustaba mirar a las chicas, los escaparates, pasear y leer revistas y periódicos, a él solo le gustaban los bares. Nunca pude saber el porqué del cambio tan brusco que tuvo después de la experiencia de tener novia y una hija. Su accidente le cambio total mente. Muy pocas veces le oí hablar de mujeres y eso me extrañó mucho. No sé si sería porque sentía un fuerte complejo pensando que ya ninguna le haría caso.
Él sabía que yo tenía que ir a Madrid con cierta frecuencia y no le gustaba quedarse atrás. Siempre le gustó mucho viajar.
-No te preocupes, le dije. Vendrás a los viajes y te ayudaremos como lo hice siempre. Será mi esposa la que te abrochará los botones de la camisa y yo te afeitaré. No pasa nada.
Siempre que viajábamos juntos yo le afeitaba con su máquina eléctrica y le abrochaba los botones de la camisa, que era lo más difícil para él. Con su accidente le había tocado peor suerte. La amputación de sus manos era ligeramente más corta y eso le repercutió mucho a la hora de trabajar. Aparte de que él no lo cogió con la afición que se necesita para esos trabajos tan difíciles. El movimiento del cúbito y el radio sin duda es una de las cosas más importantes para el manejo de nuestras prótesis.
Muchas veces lo llevaríamos con nosotros y le ayudaríamos como le había prometido, pero esto no iba ser suficiente para apartarlo de la bebida. Aunque lo sentí, yo tenía mucho que trabajar y no podía desplazarme tan a menudo. Dejé los viajes. Al encontrarse sólo y con tiempo libre, Alejandro no podía apartarse de los bares. Le daba por seguir bebiendo. No consiguió dejarlo y en pocos años se estropeó. El alcohol no perdona. En cuanto se pasa uno del límite, ya es difícil salir. Yo sigo creyendo que lo mejor para él hubiera sido haberse casado. Sinceramente creo que ese fue su mayor error. Nunca se decidió por ello. Murió siendo muy joven hacia 1968 o 1969 de cirrosis hepática. Lo sentí muchísimo. No pude asistir a su entierro porque me encontraba fuera y cuando me localizaron ya era tarde. La bebida terminó con la vida de un hombre que pudo haber formado una familia pero que él mismo rechazó.
Deja una respuesta