En el mes de Julio volvimos a Paris a por las manos, que eran preciosas y con sus cinco dedos casi normales a simple vista. Pero a la hora de trabajar un fracaso, mucha estética pero poca movilidad. Fuimos a Madrid para preparar el pago de las manos y, como siempre, estuvimos parados allí unos cuantos días. Mi compañero Alejandro, salía de copas por las noches pero yo me quedaba en la cama. Una mañana llegó a las 8 y media llorando y algo bebido porque le habían robado todo el dinero. Venía de comisaría donde había dado cuenta del robo. Estaba muy disgustado. Después de explicarme lo ocurrido me dijo que tenía que ir por comisaría para saber si al detener a los ladrones podrían recuperar el dinero. Con gran disgusto le dije:
-Tenemos que espabilarnos. Salimos a las diez para coger el tren Portugal-Paris.
Había que hacer trasbordo en Miranda de Ebro. Le pregunté:
-¿Sabes quién te robo?
-Sí, los chorizos que siempre paran en el bar de al lado me dijo:
-Pero ¡si los conoces! Sabes que roban hasta a su propia madre, ¿Cómo te juntaste a ellos?
-Estaba dando una vuelta por los barrios bajos y me los encontré, me convidaron y seguimos juntos. Al pagar me cogieron la cartera para ayudarme y no me di cuenta hasta que íbamos en un taxi a otro lugar y al pagar vi que estaba sin blanca. Mandé al taxista que tirara a comisaría diciendo que me habían robado y se tiraron del coche. Solo llegamos el taxista y yo. Les conté lo que había pasado y fueron a detenerlos. La Policía me dijo que antes de marchar fuera por allí, pero que poco o nada iban a conseguir.
Se cambió de ropa y salimos.
-Tranquilízate -le dije- yo llevo dinero y nos arreglaremos. Deja de dar vueltas. Si tienes que ir por comisaría queda poco tiempo.
Ya un poco más tranquilo, Alejandro dijo que tenía dinero en casa de unos amigos en El Entrego, en un bar donde paraba con frecuencia. Creo que era en el bar de la pista de baile “Linares”, que les llamaría desde París para que se lo enviaran. A los ocho días recibió el dinero.
Al marchar en el mismo taxi que nos llevaría al tren pasamos por comisaría y aunque ya los habían detenido e interrogado los tuvieron que soltar, pues no traían ningún dinero y no se pudo demostrar nada por falta de pruebas. Sin dinero se quedó Alejandro. Salimos a coger el tren a toda prisa y llegamos en el mismo momento que iba a salir.
Alguna vez le dije a Alejandro que era demasiado confiado, que le iban a robar cualquier día. Sabíamos que un grupo de estos carteristas paraba en el bar muy cerca de donde estábamos y que él iba alguna vez por allí. Nunca debió relacionarse con ellos pero no me hizo caso. Yo nunca entré en ese bar. Cuando le hablábamos de ellos Alejandro se reía. Nunca creyó que serían capaces de robarle. ¿Qué clase de gentuza eran para atreverse a robar a un hombre en esa situación? Resultaba demasiado duro pero estos malditos eran tan crueles que robaban a quien se pusiera delante. Aquel día lo pasamos muy mal. Aparte de la pérdida del dinero, que no era poco, el disgusto fue para los dos muy fuerte y tardamos en olvidar aquel día.
La misma mañana que llegamos a París, cuando íbamos a comer, vimos la primera manifestación. En España estaban prohibidas y nunca antes las habíamos visto. La observamos un poco y luego entramos a comer a un bar. No había forma de entendernos para comer, la camarera parecía no entender español. Cuando se cansó de darnos la lata en francés nos puso un potaje que sabía muy bien y era como el español. Terminamos de comer, pagamos y cuando salíamos nos preguntó en español si nos había gustado la comida. Resulta que aquella mujer era española y nos había hecho sudar para conseguir la comida. Fue una situación desagradable, tonta y sin sentido. Nunca pude comprender la forma de actuar de aquella mujer. Una cosa es gastar una broma pero esto fue demasiado lejos. Su escasa cultura no le permitió más que reírse de nosotros que lo estábamos pasando muy mal. Bien duro tenía el corazón. Tanto preguntar con cinismo en francés, cuando era española. Los dos coincidimos en que era una torpe mujer y sin ninguna vergüenza.
En uno de aquellos días íbamos en el metro. Frente a nosotros iban dos chicas muy guapas y jóvenes. Las mirábamos con educación. Alejandro me dijo: “Vaya chicas más bonitas. Son preciosas”. Le pregunté cuál le gustaba más. Los dos elegimos. A él le gustaba una y a mí la otra. Como era normal, cada uno tenía sus gustos. Seguimos con nuestra charla. Cuando en una parada salieron, ellas nos dijeron: “Adiós, españoles”. A los dos nos salieron los colores, menos mal que lo que hablamos fue con educación, la clásica conversación de dos jóvenes: que guapas están y cosas así que no molestan pero que sirvió para que ellas lo pasaran bien riéndose de nosotros, pero esta vez con toda razón. Seguramente que serían estudiantes españolas y nos la armaron. Desde entonces ya nunca más hablaríamos en alto pensando que nadie entendía lo que decíamos.
Nos hospedábamos en un hostal. En estos lugares los domingos no daban comidas y al llegar la hora de comer no encontramos dónde. Ya muy tarde decidimos ir a un supermercado a comprar fiambres y una botella de vino Italiano, que era más barato, pero muy malo. Con la “hambre” que teníamos por lo tarde que era. Al subir en el ascensor, nos cayó la llave de la habitación al fondo de la fosa de éste. La señora que atendía el teléfono no tenía llaves para abrir la portezuela del ascensor ni tampoco para abrir la habitación. Tuve que subir por las rejas metálicas y luego bajar hasta la fosa. Era muy difícil, apenas podía garrarme, lo mismo para subir, que también era peligroso porque podía caerme al fondo. Cuando llegamos a comer ya era la hora de merendar. Lo pasamos mal. El problema de no entender la lengua del país es muy difícil, te sientes despistado, no tienes ganas más que marchar, de regresar a tu patria con los tuyos, a los que añoras como si estuvieras años sin verlos. No se puede saber, hasta que no se pasa por ello, lo que supone estar lejos de la familia cuando uno no está acostumbrado y sobre todo en nuestro caso.
Lo que es la vida. En los últimos días del mes de febrero del año 2003 y con motivo de la matanza del cerdo, conocí a los dueños del bar de El Entrego donde Alejandro tenía amistad y dejaba su dinero. Después de casi cuarenta y nueve años me alegró mucho conocerlos porque son excelentes personas, lo mismo la señora que su marido, gente noble y muy tratable. Hay que destacar que este señor quiso pagarme más dinero de lo que habíamos convenido por un cerdo que le vendí. Junto con los dos cerdos que se criaron para nuestro sanmartín, se crió uno más para un señor que por trabajar en nuestra casa en una pequeña reparación y tener amistad, me pidió que le criara uno para él.
Me resultaba desagradable no complacerle y se criaron los tres a la vez. Al llegar la hora de hacer el sanmartín resulta que a él no le interesó.
Una mañana llegaron a casa estos dos señores de la pista Linares. Se presentaron pero yo no los conocía. Dijeron que necesitaban un cerdo para la matanza. “Llegáis a tiempo. Sólo tenemos tres pero uno puede ser para vosotros” les dije. Los miraron y les gustaron mucho. “Escoged el que queráis. Los otros dos son para nosotros” añadí.
Dijeron que les gustaban los animales y preguntaron lo que costaban. Les dije el precio y lo aceptaron y por cierto que muy contentos por la buena calidad de estos animales. Se trataba de gente entendida y lo valoraron como lo mejorcito, tanto que cuando ya después de hacer los chorizos este hombre vino a pagarlo y me dijo con toda nobleza:
– Arsenio, dime cuánto tengo que darte de más porque el cerdo es de primera y me parece poco dinero para pagar su calidad.
-No tienes que pagar nada más. Me vale con cubrir gastos. Yo ya estoy jubilado y no me dedico a criar. No hay problema.
-Por lo menos para pagarte algo del trabajo por criarlo.
-Tranquilo, lo mismo me da atender a dos que a tres.
-Eso no puede ser, por favor déjame por lo menos que complete los ciento treinta y cinco kilos (el animal había pesado tres kilos menos).
-No tienes nada que pagar de más. Vale con lo que acordamos.
Este hombre se llama Javier y es del Entrego. Es un vigilante de minas retirado. No sé cómo se llama su mujer que le acompañaba, pero vi que son a cual mejor persona y eso es lo importante y digno de destacar. Ahí queda eso, ahí se ve la categoría de muchas personas. Querían pagarme más de lo tasado. Eso debería dar clase a muchos. Por eso Alejandro confió en ellos dejando dinero en su casa. Eso no se puede hacer en todas partes. Estos señores que yo no conocía, me conocían a mí ya desde aquel tiempo y sabían que era ganadero entre otros oficios más, por eso vinieron a comprar el cerdo.
-Te conocemos de toda la vida y sabemos que eres formal y my cumplidor, Alejandro te apreciaba mucho, siempre nos decía que le ayudaste mucho. Que eras el que mejor manejabas los aparatos, me dijeron.
-Muchas gracias, también sé que vosotros lo sois. Mi compañero mucho os apreciaba, lástima que no pueda estar con nosotros.
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