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Llego el día de marchar. Salíamos de la Estación del Norte en tren, que se llamaba Expreso Portugal-París. Haríamos trasbordo en Venta de Baños Palencia. Alejandro, lo primero que hizo nada más levantarse fue decirme:

-¡Menudo día que tienes hoy, muchacho! A ver cómo te las vas arreglar con tus dos novias. Con una van a despedirnos casi toda la familia y con la Galleguina, los del hotel. No me quiero ver en tu pelleyu, amigo.

-Alejandro-le dije, en primer lugar yo no tengo más que una novia y está en Asturias. En segundo, no hay ningún problema, no tienen por qué verse. Para que no haya ningún malentendido, como vamos a estar en la terraza del restaurante. Un poco antes de salir para la estación, tú te vas con la familia de la Madrileñita, yo voy al hotel para llevar los equipajes con el Maletero. Aunque me acompañen la Galleguina y sus compañeras, yo llegaré a la Estación por la puerta de arriba. Entraré por la puerta de la derecha del vagón, subiremos las maletas, las despediré y por dentro del tren saldré por la puerta de la izquierda donde estarás tú con la otra familia y asunto resuelto. Será una gran paliza para mí recorrer todo el vagón con el equipaje después de arrancar el tren ya que nuestras reservas están por la entrada delantera. Pero no hay otra solución. ¿Te quedas tranquilo?

-Espero que salga así, me dijo:

Después añadió: ¡coño! ¿Lo tenías bien pensado, eh? Yo no me di cuenta de ese detalle. Vale, vale, eres muy astuto.

Me reí un poco y él también. Le dije, yo no tuve la culpa de que las chicas se interesen por mí, lo siento mucho pero ningún daño les hice. La vida es muchas veces algo dura. ¿Que te crees que toda esta historia fue agradable para mí? Yo también lo paso muy mal, porque nada puedo hacer para evitarlo. Son muy buenas personas  pero yo no pudo multiplicarme por tres para complacerlas.

La verdad es que las chicas no sabían la una de la otra. Yo nunca las engañe en nada y tampoco creo que debía decirles nada, ya que en ambos casos no se trataba más que de una amistad, aunque ésta nos produjera sufrimientos a todos. Fue sin mala idea y circunstancial, sin ánimo de ofender ni de lucrarme de nada y eso es lo que consideré más importante. De no lo haber hecho así, tendría un pesar para toda la vida ya que no me perdonaría una maldad de esa envergadura. Así me enseño mi padre y así lo cumplí toda mi vida. Desde luego que siempre fui vacado apetecido para las chicas y no sé por qué razón.

Todo salió como lo pensé, aunque tampoco pasaba nada si se veían. Lo hice de aquella manera para no verlas llorar juntas. Me resultaba duro soportar la pena que me daba de todos ellos: la madre lloraba y también las dos hijas, al padre y al hermano poco les faltaba. En el otro grupo iban cuatro: la morena que me había presentado a la Galleguita, dos compañeras suyas y la Galleguita. Aquellas estaban tranquilas pero la morena y la Galleguita me abrazaban llorando como si me conocieran de toda la vida.

Nunca me olvidaré de aquellos dos grupos de gente que mucho me apreciaron. Hay que pasar por esos momentos para saber lo que se sufre cuando uno lo hace con todo el respeto y el cariño humano que eso supone. Era demasiado. Salí de allí deshecho como si dejara algo de mi ser por el hecho de apreciarnos y haber convivido un tiempo juntos como en familia, sanamente y sin traiciones. Todo eso se siente cuando se tiene una mente seria y se hacen las cosas como Dios manda, respetando a los demás como uno quiere que se respete a su propia hermana. Sería para mí muy grande poder volver ver aquellas personas y no me refiero solo a las chicas, sino a todos los que de alguna forma intervinieron en el tema. Lo mismo a los padres de la chica madrileña, que a las compañeras de la Galleguita. Quisiera darles un fuerte abrazo y decirles que no pude más porque mi corazón no se pudo dividir en tres. Amaba a la que iba ser mi esposa. ¡Qué podía hacer! Nada más que cumplir con mi deber. Sólo pensaba en mi conciencia, en no haberle dicho antes a la otra familia que ya tenía novia, pero me conformaba porque viendo lo que sufría la Galleguita habiéndoselo dicho bien a tiempo lo mismo le hubiera pasado a la madrileña.

Cuando escribo este pasaje siento pena y morriña por todos, sobre todo por mi compañero Alejandro que ya no está. Sin duda los dos atravesamos una etapa durísima, conviviendo como hermanos mucho tiempo. Los dos pasamos momentos muy tristes pero también alguno con ilusión durante aquellos viajes por distintos países buscando remedio a nuestro problema. No debemos olvidar que la convivencia de las personas crea afecto y eso ocurre hasta en el trabajo. Todos tenemos amigos desde la infancia, en el trabajo en la escuela y en muchas partes más, hasta en un viaje puede nacer una gran amistad.

El día antes de marchar de Madrid para París me compré una bonita chaqueta que vi en un almacén de la capital. Lo curioso fue que Alejandro también quería comprar una chaqueta pero no acababa de encontrar una que le gustara y como se acercaba la hora de marchar, dijo:

-Oye, Arsenio, ¿Te molesta si compro una como la tuya? Es que sólo me gusta esa.

-Bueno, ¿Qué quieres que te diga? Si te gusta, cómprala.

Regresamos al mismo almacén y la compró. Desde luego que era una gran americana para aquella época, muy moderna y de las primeras que salieron con la abertura por atrás. Era a cuadros grises y grandes con un fondo tirando a crema muy claro, casi blanco. Era preciosa.

Cuando en el tren nos preguntaron por nuestro accidente y como llevábamos la chaqueta igual preguntaron si éramos de alguna institución. Alejandro cansado de dar explicaciones, la verdad era demasiado lo que preguntaban, les dijo:

-¿Qué os importa? Ya estoy hasta la coronilla de dar tantas explicaciones.

A mí me dio vergüenza y le dije más tarde que no se enfadara con la gente porque era demasiado lo que les llamaba la atención ver a dos hombres de esta forma, que tuviera en cuenta que hay momentos que todos queremos saber el porqué de las cosas. Cierto era que ya se cansaba uno de dar tantas explicaciones pero no teníamos más remedio que asumirlo y decirles el motivo sin enfadarnos. Yo le dije no debía olvidar que nos había caído ese sambenito y que por donde quiera que fuéramos, solos o acompañados, seríamos la atención de la gente y siempre por el mismo motivo: las manos. ¡Qué vamos hacer más que explicarles como había sido!

Al regresar a Asturias descubrí que no se conocían aquellas chaquetas y algunos decían: “Estás loco, ¿Cómo traes esa chaqueta abierta?” Tanto les llamó la atención la dichosa chaqueta con su abertura que terminé pidiendo a mi madre que la cosiera para que se callaran. Las modas de antes tardaban mucho en llegar a provincias. Sin embargo, aquello que tanto les molestaba y que tanto criticaron llegó poco tiempo después a nuestra zona y todo el mundo lo asumió como los demás. Así ocurren muchas cosas por desconocimiento y sin más. Siempre hay quien cree saberlo todo pero en realidad acaba metiendo la pata hasta el fondo.

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