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Yo pasaba el tiempo en aquella terraza pero mi compañero Alejandro no paraba. Eso junto con mi forma de ser, creo que fue suficiente para que la gente hiciera una valoración diferente, pero muy positiva. Nunca podré explicarme porque siendo forastero me pusieron en tan alto pabellón. Estaban muy bien informados de cómo ero yo.

Aparte de los periódicos aquel pollo que no me quería para su cuñada, hablaba muy bien de mi, además de muchas personas que me conocian en la capital. Aunque ya había pasado temporadas en Madrid, nunca había estado por aquella zona. Años antes comíamos en un restaurante donde nos hicimos amigos de los dueños, que precisamente eran oriundos de Cabrales Asturias. El restaurante se llamaba “Casa Frutos” y estaba en la calle Tetuán nº 20, al lado de Sol. Teníamos mucha amistad y parábamos siempre con ellos. Aquella familia fue para nosotros muy buena. Sólo por el hecho de ser sus antepasados de Asturias, nos dieron cariño y tuvieron toda clase de atenciones con nosotros. Lo mismo el padre y la madre que los tres hijos, nos trataron excelentemente.

Siempre fui muy amigo de vivir en familia y no me gustó nunca la soledad y por eso siempre paraba donde había confianza y buena amistad. Nunca me gustó deambular por esa inmensa soledad que es la gran ciudad, donde algunas veces te encuentras más solo que en el mismo bosque, a pesar de haber tanta gente.

Algunas veces salíamos con uno de los hijos que era de mi edad. Un gran chico que nos enseñaba la Capital y nos ayudaba en lo necesario. Siempre les recuerdo con mucho afecto. Al morir los padres, ya de mayores, siguió este hijo, el más joven con el bar pero lo dejó hace años. Siempre que voy a Madrid paso por allí aún me llama la atención por el recuerdo de aquella familia, a la que deseo volver a ver. Este bar lo regenta otra gente y no sé de aquella familia excepto del más joven que parece que se casó con una chica de muy buena familia y que es uno de los jefes de una compañía cervecera, según me contó un señor en ese bar que decía conocer a la familia por haber parado allí. Sería para mí una gran satisfacción volver a ver a los tres hermanos, que tan nobles fueron con nosotros. Es increíble el afecto que se siente por una familia. Ya no están en el bar pero lo sigo visitando como si fuera para hacerles un homenaje con mi presencia a aquellos padres que ya no existen y a esos hijos que ya no están, pero que su recuerdo y afecto ira conmigo mientras viva.

Por si fuera poco lo que sufría, otro problema más. Alejandro se iba de rumba y algunas noches ni se acostaba. Una mañana cuando desperté, mi habitación estaba iluminada a través de su enorme ventana con un sol espléndido y brillante. Era uno de esos hermosos días de primavera, en el mes de mayo, que invitan a contemplar el paisaje al despertar. Me levanté y me puse en la ventana que desde un sexto piso dominaba una gran vista en la misma orilla del Manzanares. Mientras que miraba los claros horizontes y escuchaba el ruido de las aguas del bonito rio manzanares, pensaba en mi novia y me decía: “mejor estaría a su lado en mi querida Asturias”. Sentía morriña y también sentía pena por aquella familia que tanto cariño me daba. Sabe Dios como sería su destino y con quien acabaría aquella bonita chica. Sólo podía desearles suerte, porque otra cosa no podía hacer.

Sumido en esos pensamientos me acerqué al lavabo para asearme. Cuando estaba afeitado de un solo lado pues siempre me afeité con jabón y cuchilla, llamaron a la puerta. Quien es. Era una señora de unos cuarenta años que trabajaba en el Hotel.

¿Estoy afeitándome y en ropas menores? Le dije.

-¿Puede esperar un poco?

-¡Qué más da! Abre, no tiene ninguna importancia.

Le abrí, nos saludamos  y dijo,-tranquilo, termina.

Se sentó en mi cama. Me puse nervioso y casi no podía ni terminar. Era una mujer que no me gustaba nada. Yo estaba enamorado de mi novia y nunca la traicione Me resultaba imposible. “¿Cómo me las iba arreglar?” Me preguntaba a mí mismo. Pasé un mal rato. Terminé y me puse el pantalón y la camisa. Ella muy atenta se levantó y me ayudó a abotonar la camisa. Terminé y dijo:

-Siéntate que no vengo a lo que tú piensas.

Respiré a gusto.

-Vengo a hablarte de un asunto importante. Arsenio ¿Conoces a la Galleguita?

-Bueno, sólo la vi por ahí. Parece que hace poco que vino.

-Oye, ¿Te gustaría para ser tu novia?

-¡Vaya pegunta que me haces! Ni me lo he planteado. Sólo la vi dos o tres veces, nunca nos hablamos. ¿Por qué me lo preguntas?

-No conoces nada de su vida ¿verdad? ¿No sabes que es huérfana de padre y madre? ¿No sabes tampoco que se mataron hace sólo dos meses? Cayeron con su tractor por una pendiente y no se salvó ninguno y como no tiene a nadie, la trajeron a trabajar aquí, al hotel.

-No sabía nada -le dije- lo siento mucho, pobre chica.

-Pues ese es el motivo de mi visita. Toda la gente del hotel siente pena y dolor por ella y todos pensamos que tú puedes ser la salvación de su soledad. Solo tiene 18 años y está sola en este mundo tan malo, sin protección de nadie. ¿Qué va ser de ella? “Pobrecilla” me decía.

-Pensamos que tú al ser formal y tener negocios, la puedes llevar contigo para que le busques trabajo cerca de ti y que seas su novio y asunto resuelto. ¿Qué te parece esto? Si tú quieres, mañana miércoles que descansa ya puedes salir con ella.

-Me quedé sin palabras y como aturdido. Se levantó y sin decir más abrió la puerta. Allí esperaba la Galleguina. Le mandó que pasara y me la presentó. Yo no sabía ni qué decir ni qué hacer. Lo pasé muy mal. Solo acerté a darle un beso y, mirándola con intensidad al igual que ella a mí. Por un momento los dos guardamos silencio. La señora que tenía buen desparpajo dijo:

-Bueno ya estáis juntos.

Se despidió y se fue. Quedamos los dos sin saber qué decirnos el uno al otro. Lo único que se me ocurrió decirle fue que sentía mucho lo ocurrido a sus padres, que no sabía nada de eso y que me extrañó verla vestida con ropa de luto. En aquel tiempo todas las familias se vestían de negro durante un año por el luto de un familiar

Seguidamente le dije que no sabía el tiempo que podía estar allí y que, como amigos, la acompañaría los días de descanso hasta que me marchara. Le pareció muy bien. Se fue a su trabajo y quedamos al día siguiente para salir por la tarde.

Yo estaba medio aturdido y sorprendido por el valor que daban a mi persona pero a la vez agradecido por haber tanta gente buena que sabía apreciar a las personas por su propio mérito. Aquello fue para mí una experiencia inolvidable por distintas razones. Había sufrido desprecios y humillaciones, llegando a pensar que mi desgracia por no tener manos servía para conocer la crueldad de alguna gente y todo se presentaba como si de un castigo se tratara. Solo me encontraba con obstáculos al principio de mi vida de mozo soltero. Me parecía imposible que todo hubiera cambiado y que de la noche a la mañana, en lugar de esas torturas comenzara a recibir agasajos y aprecio además de una valoración que a mí mismo me parecía excesiva. ¡Qué diferencia tan notable! ¡Qué alegría saber que aun había gente que te quería y apreciaba desinteresadamente y que a la vez luchaba por el bien de otras personas!. Por eso se dice que por mucho que llueva, algún día saldrá el sol.

A pesar del aprecio que me brindaban, a pesar de las buenas chicas que me salían, el corazón de una persona, mujer u hombre, tiene que saber valorar las cosas y a veces eso te produce sufrimiento y pena por no poder complacer a tanta gente. Aunque hay momentos que te da alegría por ver cómo te valoran, no puedes olvidar que no has podido hacer más por ellas. Así son las cosas. Yo no podía convertirme en tres. Estaba destinado a la que iba ser la madre de mis hijos y no había más vueltas que darle. Yo tenía un camino para seguir y me alegro de haber acertado a cumplir con mi deber sin lesionar los derechos de nadie y menos de aquella gran gente que tan maravillosamente se portó conmigo. Lo mejor de toda esta historia es que supe respetarles, mostrándome en todo momento con lealtad y sin engaños para no traicionar a nadie. Al final eso es lo que sirve para nuestra tranquilidad. No se puede olvidar que la bravura en la juventud y el deseo, puede llevarnos a malos caminos. Pero fui valiente y los aguante, sin hacer daño a nadie.

Al día siguiente, como estaba previsto, salí con la Galleguina. Era muy guapa y con su blanca y fina piel y negra vestimenta. No me cansaba de mirarla Hera tan bonita y cariñosa, que la consideré una de las mejores chicas que había conocido. Era una niña con solo 18 añinos, pero digna de un buen hombre y, a mi juicio, tenía todas las cualidades para ser una buena compañera y esposa. Pero tampoco pude hacer nada por ella. Los sentimientos de un hombre a veces son tan grandes que uno desinteresadamente desearía multiplicarse y convertirse en tres o cuatro para poder ayudar a la gente, pero eso no es posible. El amor es cosa de dos y no sirve romperse la cabeza. Yo ya tenía el mi amor. Estas tres chicas tenían que buscarse el suyo por otro lado. Yo sólo podía brindarles mi amistad y respetarlas como se merecían,  como si fueran mis hermanas. Eran dos mujeres hermosas en la plenitud de la vida. Me alegraría muchísimo saber que tuvieran la suerte que se merecían.

En nuestras salidas a pasear por la capital, llevé a la Galleguina a museos y lugares de recreo, ya que ella aún no conocía nada. Procuraba hacerle compañía, distraerla y evitarle el sufrimiento que en sus bonitos ojos se veía. Algunas veces me decía, ¿qué feliz me harías Arsenio si me llevaras con tigo. Aunque le había dicho que no podía, ella no perdía la esperanza. Tan sola se encontraba y tanto le metieron en la cabeza que yo sería el novio ideal para ella, que no se lo podía olvidar. Una tarde tomábamos el fresco bajo unos arbustos en la Casa de Campo junto al lago y recordando a sus padres lloraba como la niña que era. Yo la abrazaba con todo mi respeto y la animaba, arrimando su cara a la mía y ella me besaba dándome las gracias por lo bien que me portaba con ella. Me dijo:

-Arsenio, yo te quiero; parece como si te conociera de toda la vida, ¿Por qué no me llevas contigo? ¿Es porque no me quieres? Si me quieres tuya soy; si no, respétame.

Por un momento me quedé sin habla. Aquella frase me había llegado a lo más hondo de mi ser. Con lágrimas en su bonito rostro y llena de amor por mí, me dio tanta pena que no sabía qué le podía decir para calmarla. Es demasiado lo que se llega a sufrir por una persona desinteresada mente, sin más motivo que el de la amistad y el cariño que se coge a una persona.

Fue allí cuando ya no pude más y le dije:

-Lo siento de corazón pero no puedo llevarte conmigo. Estoy comprometido, tengo novia y voy a casarme en Septiembre. Tienes que tranquilizarte. Eres joven y bonita, has de tener suerte, ya encontrarás a otro hombre que sepa tratarte como yo. No dudes que hay chicos muy buenos y te aconsejo que antes de decidirte, sepas de quién se trata y no tengas prisa para escoger a tu pareja. Es demasiado serio y los hay muy torcidos por ahí. Yo estaré contigo hasta que marche al extranjero. Cuando vuelva ya no podré parar aquí. Tendrás que ir acostumbrándote. Te conviene tener una amiga para salir. No salgas sola, ya sabes lo mal que se pasa rodando por ahí.

Me daba dolor y pena verla, tan hermosa, tan noble y por un momento pensé que mejor hubiera sido no haberla conocido, pero no lo podía remediar. Sin duda la gente del hotel, sin darse cuenta y creyendo hacerle bien, le había causado un gran sufrimiento que seguro tardó en olvidar. Creo que me cogió cariño y lo tuvo que pasar fatal. Aun recuerdo cómo lloraba al despedirnos diciendo que si podríamos vernos alguna vez. Yo no se lo pude prometer porque no sabía cuándo volvería a la capital. En efecto, tardé varios años y no fui por allí nunca más. Aparte de que yo siempre viajaría con mi esposa. Nunca supe más de ella, ni de las otras dos. No sé la suerte que pudieron tener. Me gustaría saber cómo les fue la vida, pero ya será casi imposible, sabe Dios dónde estarán y que habrá sido de ellas.

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