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No todo era desprecio por la falta de mis manos. Había gente que me apreciaba mucho y que me querían para sus hijas. Que yo sepa con seguridad hubo cuatro casos: dos en Madrid y dos en Asturias. A pesar de agradecerles muchísimo el valor que me daban y que con cariño quisieran admitirme en el seno de sus familias, no pude complacerles ya que no me gustaron ninguna de aquellas chicas. No podía entender esos arreglos matrimoniales que me quisieron preparar. Una decisión de esa envergadura sólo se puede tomar cuando por amor quieres a una mujer que realmente es cuando no encuentras fronteras. No hay nada tan hermoso como el amor de una mujer o de los hijos, padres y nietos. No podemos olvidar que por el amor de esa mujer que amamos abandonamos nuestro hogar para formar otro con ella. Por ese motivo yo pienso que hay que meditarlo mucho y estar seguro de que la quieres, y ella a ti, porque el amor es cosa de dos.

Siempre tuve las cosas muy claras, cuando no me gustaba una cosa no me apuntaba a ella. La vida tiene subidas y bajadas, hay que saber vivirla, hay que conformarse muchas veces con lo que uno tiene. No todo fueron desprecios. Me hicieron buenas proposiciones pero no me servían. Seguí mi camino buscando lo que a mí me pudiera gustar. Creo que cuando nacemos tenemos un camino trazado por el que caminaremos hasta el fin, sin poder salirnos de él y que dicho camino siempre será distinto al de tus semejantes. Nadie es igual y nadie recorrerá tu camino, ese nació cuando tú y sólo a ti te pertenece, nadie te lo podrá quitar, sea bueno o malo.

Una noche estaba yo cenando con cierto señor que me apreciaba mucho. En una de nuestras charlas me dijo que me veía muy bien enfocado en la vida, que le gustaba mucho la forma en la que yo la entendía y como me comportaba en el trabajo. Decía que consideraba muy importante mi forma de ser y que en plena juventud ya tenía un negocio, a pesar de sufrir un trauma tan grave y que sabía estar y me pregunto:

– ¿Cómo ves el porvenir, Arsenio? ¿Estás a gusto? 

-Muy bien, le dije. Me siento perfectamente. No tengo ningún complejo, ya superé mi problema. Lucho como los demás por la vida. Lo único que siento es que alguna gente me desprecia por mi mala suerte, no aceptan que soy uno más. No asumen la falta de las manos. Las chicas me aceptan muy bien, aunque haya alguna que se asusta. Eso pocas veces ocurre, normalmente me miran con aprecio y se interesan por mí. El problema surge cuando los padres se enteran. Entonces todo se va a la porra. Los hubo que hasta les pegaron porque no querían dejar que las acompañara.

Este hombre me dijo:

-No te preocupes por eso. Esa gente no sabe por dónde anda. Tú serías bien acogido en el seno de cualquier familia de bien. ¿Sabes el valor que tiene un hombre que, como tú, lucha y combate un problema de esa envergadura? Eso tiene mucho mérito pero esa gente que te desprecia no sabe valorarlo. Que todo esto no te quite el sueño. Ya verás cómo te sale una chica de bien.

Le di las gracias. Este era hombre de mucho mundo y yo un joven con poca experiencia. Había sido jefe mío y esto se lo agradecí mucho. Vi que me apreciaba, que sabía fijarse en los méritos de los demás y que conocía bien mi forma de ser.

Al poco tiempo tuve que desplazarme por motivo de mi negocio a León. Él sabía a dónde iba y me dijo que si podía ir por otro lugar, aunque diera un rodeo, con el fin de pasar por el pueblo donde estaba su hija. Me daría una carta para ella y así aprovecharíamos para estar juntos. Yo no la conocía pero ella a mí sí. A juzgar por su forma de hablar, me pareció que la carta era para poner a su hija al corriente. Yo nunca supe si la hija se interesó por mí o no, ni si la carta tenía algún contenido al respecto. Llegué a ese pueblo, la saludé y le entregué la carta. Le dije que tenía prisa, que llevaba un camión para traer vino y no podía perder tiempo.

Hice el viaje y cuando regresé su padre me preguntó:

-¿Qué tal? ¿Estuviste con mi hija?

-No pude parar. Sólo tuve tiempo para entregarle su carta y seguí viaje.

-Bueno, otra vez será, tiempo tienes.

Aquel hombre me quería para su hija y siguió con su empeño durante largo tiempo, pero a mí no me gustó la chica a pesar de ser muy elegante y educada. Ella no era mi tipo y me disculpé como pude, pero sin explicarle mis razones.

Después de esto pasaron dos años. Él no sabía que yo tenía novia. Eran las fiestas de Blimea donde yo tenía mi almacén de vinos. Le dije a mi novia que bajara con un matrimonio amigo y vecino hasta mi almacén hacia las seis y media de la tarde. Yo llegaría de trabajar un poco antes y los cuatro iríamos a la fiesta que estaba justo delante de mi almacén.

Llegaron y les invité a unas cervezas y mientras terminaba de asentar unas facturas para marchar, apareció por sorpresa este señor con su mujer y su hija. Yo no les esperaba y me quedé de piedra. Nos saludamos y les invité a tomar algo. Mientras que aclaraba las jarras, casi no las veía. Yo no sabía cómo iba salir de aquel atolladero. Mientras servía la bebida, les dije:

-Les presento a mi novia y futura esposa.

El hombre quedó sorprendido. Tenía la jarra de vino en su mano y apuró un trago; las dos mujeres ni probaron la cerveza y, sin decir nada más, salieron. Ni siquiera se despidieron. Nunca más volví a ver a aquella chica. Lo sentí mucho pero no pude corresponder. Era simplemente imposible. Siempre recordé a aquel hombre como una buena persona y con gran afecto por saber valorarme y elegirme para su familia, pero no pudo ser. Yo prefiero la libertad, como los pájaros que no quieren estar en la jaula. Busqué mi propia suerte y hasta hoy estoy muy agradecido del camino que tomé. Sólo pido suerte y que todo siga igual.

Después de aquel día que hablé con mi suegra, cortejamos dos años más y fijamos la fecha de nuestra boda para el 28 de Septiembre de 1963. A los pocos días de esto, era el mes de mayo, tuve que marchar a Francia, a París, a ponerme unas manos mecánicas que, después de dar muchas vueltas, encontramos y que prometían ser muy buenas. Tenían dedos, uñas, y se parecían mucho a una mano normal. Eran realmente bonitas, pero más tarde descubriría que no se podía trabajar con ellas. 

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