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Bonito encuentro con la jovencita que iba ser mi esposa y la madre de mis hijos.

Cuando bajaba de mi pueblo a trabajar, con frecuencia me encontraba con una bonita y joven chica que todos los días me saludaba al cruzarnos. Se llamaba María Práxedes. Ella iba a buscar leche a casa de unos ganaderos cercanos. Algunas veces charlábamos algo porque el tiempo era escaso. Yo iba a trabajar pero no sin dejar de pensar en ella porque me gustaba. El día que no la veía me quedaba mal a gusto. Ya no podía pasar sin verla. Me di cuenta que la quería, sentía ganas de que llegara el día siguiente para estar con ella. Comencé a valorarla como realmente yo la veía: una bonita joven muy educada, muy prudente, con un buen tipo y su bonita y blanca carita que tanto me gustaba contemplar. Por eso, yo procuraba verla todos los días hasta que me di cuenta de que estaba enamorado de aquella niña que solo tenía quince años.

Dado que nunca me gusto engañar a nadie, tenía que pensármelo muy bien porque yo no podía fallarle ni a ella ni a su familia que había sido azotada por la desgracia y la soledad al perder al padre en un accidente de trabajo en la mina. Yo daba vueltas en la cama por las noches, pensando que tenía que tomar una decisión muy importante, pues el amor también quita el sueño. Decidí que si el destino no me lo impedía ella sería la madre de mis hijos. Comenzaría para los dos una nueva vida. Seguimos viéndonos en silencio hasta que su madre se enteró y como era normal, quiso impedirlo.

Aquella madre estaba sufriendo por la desaparición de su marido, que había muerto hacía cuatro años en un accidente de trabajo en el Pozo San Mamés. Ahora se le presentaba un problema importante: su hija era novia de un hombre sin manos. No me extraña que esta pobre mujer aturdida por la pérdida de su marido y sola con sus cuatro niños, no supiera qué hacer. Las madres siempre quieren lo mejor para sus hijos. Ella me conocía y también a toda mi familia, conocía mi forma de comportarme en la vida después de aquel accidente, pero las dudas la atormentaban. No sabía qué camino pudiera tomar yo junto a su hija en la vida.

Como me temía, al enterarse trató de impedirlo. Una mañana me esperaba la chica que, después de saludarnos, muy triste me dijo que su madre se había enterado de lo nuestro y que le había echado la bronca diciéndole que tenía que dejarlo ya.

Recibí esta noticia como si me hubiera caído un rayo encima. Por un momento me quedé sin decir nada. La chica, tan joven y tan guapa, a pesar de su tristeza me miraba con todo su cariño esperando mi respuesta. Porque sabía que yo la quería con toda mi alma. La abracé con todas mis fuerzas y le di un beso, diciéndole: “No sufras cariño mío. Te quiero con todo mi corazón y te pido que aguantes, que no te enfades con tu madre. Ella tiene toda la razón. La pobrecilla bastante sufre con su soledad para que encima se le presente esto que para ella es un gran problema y encima sin saber qué hacer”.

“Ella quiere lo mejor para tí y no sabe cómo me voy a comportar yo contigo. Ten mucha paciencia y aguanta las broncas sin contestarle ni enfadarte con ella. Yo iré a verla para hablarle y decirle lo mucho que nos queremos y que los dos deseamos unir nuestras vidas. Intentaré demostrarle que la falta de mis manos nunca será un obstáculo para que mi vida discurra con normalidad. Por eso creo que cuando le prometa que cuidaré de ti como corresponde a un hombre y que te respetaré como te mereces por lo noble que eres es posible que sepa apreciar las cosas como se las presento y que tenga en cuenta que mi posición me permite ser responsable para formar una familia”.

Aquel día, como algunos más, lo pasé muy mal. Le daba vueltas a las cosas pensando en cómo la podría convencer de mis buenos propósitos. Ni por un momento se me pasó por la imaginación el dejarla. No podía olvidarla. Yo quería a aquella mujer y no quise perderla. El sufrimiento de pensar en dejarlo me atormentaba noche y día. No podía dormir ni comer. Mi disgusto era tan grande que hasta en casa me lo notaron. Me disculpé como pude pero no les dije nada. Una noche, reventado de sufrir por ella y sin poder dormir en todo ese tiempo, cansado y con mucha amargura, me dije: “Tú no eres ningún cobarde ni tratas de hacer daño a nadie. Amas a una mujer y debes hacer lo posible por no perderla”. Era mi deber ir a hablar con su madre y exponerle mis razones, haciéndole ver que yo era un hombre con educación, con capacidad suficiente, moral y material para defenderme en la vida por mis propios medios además de querer a su hija tanto como a mi propia vida. Así lo manifiesto porque es verdad.

Tengo que decir de corazón que en aquel tiempo yo ya tenía dos ofertas de familias que me querían para sus hijas, cosa que mucho les agradecí, pero no pude complacerles porque no me gustaba ninguna de las dos. El amor real es cosa de dos. No se puede comprar ni amañar por nadie más que por la propia pareja. Se trata de una cosa muy seria. Es para toda una vida y no se puede jugar con esas cosas. Yo quería a aquella joven, la consideraba ya parte de mi vida, como lo hice toda mi vida y lucharía por no perderla. Entre esto y otras valoraciones, se acercaba la hora de ir a trabajar. Madrugué más de lo normal, nervioso y disgustado. De no ser porque a aquella hora no la vería, me hubiera marchado al trabajo ya. Esperé como siempre para poder ver a mi novia porque ya no podía pasar sin estar con ella. Bajé y tuve que esperarla impaciente, pero con esperanzas de poder verla. Temía que la madre supiera que la esperaba y que le retrasara la hora de ir a por la leche. Hubo suerte y la vi llegar. Como siempre, le dí un beso y le pregunté por la cuestión. Dijo que su madre seguía en lo mismo, que no quería que siguiéramos más.

Los dos nos miramos con tristeza. Mientras la contemplaba, le dije:

-Te quiero y no puedo abandonarte. Ya formas parte de mi vida y no vamos a claudicar. Esta tarde después de que oscurezca iré a hablar con tu madre. Te ruego le digas que deseo hablar con ella. Con su permiso, iré esta tarde a verla a las nueve.

En ese momento afloraron las lágrimas a sus ojos y me dijo:

-Yo también te quiero y tengo fe de que cuando hables con ella la convenzas, porque la he oído alguna vez, cuando no sabía nada de lo nuestro, hablar muy bien de ti. Dijo que eras muy buena persona, muy trabajador además de muy elegante. Que era una pena que te tocara a ti esa mala suerte de perder las manos. Yo sé que eso para ti ya no es ningún obstáculo, me dijo. Todo el mundo habla de ti y dicen que eres un artista que sabes trabajar de todo y con mucho arte y mejor que muchos con manos.

-Muchas gracias cariño mío, te agradezco mucho el que tú valores mi persona tan positivamente además de contarme lo que ella piensa de mi. Por lo menos ya sé que no me desprecia al contrario de otros.

Su madre sabía apreciar el valor de las personas, lo que consideré muy importante. Esto me dió ánimos para ir a verla y exponerle mi decisión de responder por aquella mujer que yo amaba y que sigo amando a pesar de haber transcurrido cuarenta años. Siempre juntos a todas partes, excepto cuando iba al trabajo.

Así fue. A las nueve llamé a su puerta y me recibió la madre. La saludé y le dije que perdonara mi atrevimiento al molestarla. Ella dijo que no era ninguna molestia y con mucha educación me dijo:

-Ya me dijo la niña que vendrías y te lo agradezco porque yo no quiero dejarla. Todavía es muy joven y hay que dejarla que se críe antes de cortejar.

-Ya sé que es muy joven pero yo la quiero mucho y por ese motivo vengo dispuesto a responder por ella. Le prometo que si nos da paso nunca le ha de pesar. Siempre velaré por ella antes que por mi vida. Le aseguro que lo de las manos no va ser ningún obstáculo ni para mí ni para ella. Formaremos un hogar y nada le ha de faltar. Soy hombre noble y con muchas ganas de trabajar y preciso la compañía de su hija que adoro y quiero que sea la compañera de mi vida. Sé que es difícil comprenderme. Usted quiere lo mejor para su hija pero le ruego que tenga en cuenta que los hay con mayores defectos que el mío. Yo lo llevo a la vista y otros lo llevan oculto. No es bueno despreciar a una persona por un defecto físico si éste tiene solución y el mío ya la tiene. Me siento con suficiente capacidad para trabajar y responder en todos los órdenes como si tuviera las dos manos. El tiempo ha de ser testigo y usted también lo será. Le ruego sea paciente y tenga en cuenta mi forma de ser y lo mucho que amo a su hija.

Fué mujer noble y razonable. Decía que su hija era muy joven, que no sabía hacer nada, que adónde iba yo con esa niña. En efecto, sus argumentos eran reales y propios de una madre. Tenía toda la razón. Le dije:

-Eso no es problema ninguno. Yo le daré cariño como esposo y le enseñaré como padre. Irá a cursos de cocina, le compraré libros y siempre seré su fiel compañero. Seguro que en poco tiempo se prepara. No se olvide de que hace más el quiere que el que puede y ella y yo nos queremos mucho. Considero que eso es lo mejor para los dos y fundamental para que ella pueda aprender a ser una buena ama de casa y una gran esposa. Con cariño y amor se consigue. Este es mi proyecto.

Su madre se mostraba en principio dura y dijo que no podía ser. Ví que estaba muy cerrada, con muy buenas palabras pero siempre negativas. Cuando ya me marchaba le dije:

-Le ruego piense mucho en lo que le propongo, que es con toda mi firmeza y le agradecería lo tenga en cuenta. Volveré dentro de unos días.

Me despedí de ella dándole las gracias por recibirme y ser tanta atenta conmigo.

Me fuí muy preocupado pero sin darme por vencido. Por lo menos, me había recibido y escuchado mis proyectos de futuro. Me trató con educación, como lo hacen las buenas personas.

Al bajar para el trabajo nos seguíamos viendo y yo le preguntaba por la reacción de su madre que seguía con la misma idea de que no podía ser, aunque parecía que ya había bajado un poco el tono de las broncas que le echaba y parecía un poco más tranquila. Aquello a los dos nos tranquilizó pero no sin la duda, que aún permanecía, pues faltaba la última palabra de su madre y había que respetarla.

Llegó el fin de semana y volví a visitar a su madre. Al igual que la vez anterior, le dije a su hija que le dijera que aquel sábado al caer la noche volvería a su casa. 

Otra vez llamé a su puerta y salió a recibirme. Le dije que había hablado con mis padres de la decisión que había tomado y que les había parecido muy bien, cosa que me alegró mucho y que esperaba que ella apreciara y, que si nos daba su autorización, a partir de mañana domingo vendría a buscarla a casa y a traerla siempre y también por la semana, después de salir del trabajo, los visitaría algunas veces.

Desde luego que dura sí que estaba, pero me pareció que al ver que ya había hablado con mis padres, aquello sirvió de algo. Creo que su madre apreció en mí seriedad y ánimo para seguir y, aunque no dijo que sí y parecía seguir con sus argumentos, al marchar le dije que mañana llegaría a buscarla a las seis de la tarde. Así fue y ya nunca más me separé de mi novia. Cumplíamos con la hora de llegada que ella marcaba y todo fue bien.

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