Casi todas las explotaciones mineras de esta zona pertenecían a la Empresa Duro Felguera. Fue la que revolucionó la economía de la región. Era también la primera productora del carbón del país
Se portaron muy bien conmigo además de trasladarme del interior de la mina a las oficinas tras sufrir el accidente, como describo en párrafo anterior
Recuerdo una tarde en Madrid. Yo paseaba por las aceras del Palacio de las Cortes para asistir a una reunión y sin darme cuenta llegó por mi espalda D. Agustín García, Jefe de Minas de Duro Felguera. Extendió su mano para saludarme y me dijo:
-¡Hombre, Arsenio! ¿Cómo por aquí tan solo?
Después de saludarle le expliqué:
-Vamos a una reunión con D. José Redondo, el Jefe Nacional del Sindicato del Combustible. Mientras que paseo espero por Alejandro que se quedó en un taller de bicicletas a poner un cable que se le acaba de romper en una de sus manos metálicas. Aunque tenemos hora para la reunión procuro llegar un poco antes porque no me gusta llegar tarde.
-Ya sé que eres un gran cumplidor, aunque hace tiempo que no te veo. Estoy bien informado de tu vida. Sé que no sólo cumples muy bien en tu trabajo, sino que también estudias y vas muy bien. Tus Jefes directos te aprecian mucho y eso es muy bueno. Me alegro mucho de que seas tan valiente y hayas superado el trauma tan fuerte que acabas de sufrir.
Le conté el motivo de la reunión. Íbamos a la Exposición Internacional de Bruselas, por lo de las manos que anunciaban. Me preguntó cuánto dinero precisaba.
-Muchas gracias, D. Agustín. No preciso dinero. Va con cargo al Ministerio de Trabajo.
-Para ti lo que haga falta, dijo. Bien te lo mereces por ser como eres y pertenecer a una familia trabajadora como la tuya. Ya sabes dónde me tienes.
En ese momento llegó un señor que yo no conocía que le dijo a D. Agustín:
-Buenas tardes ¡Cuánto me alegro de verle! Tenía que hablar con usted a ver si me echa un cable para mandarme de vuelta con mi familia a Asturias. Estoy aquí deportado y muy aburrido.
El jefe de Minas le dijo:
-Oiga, yo no puedo hacer nada por usted. Está usted bajo arresto político del Gobierno y yo nada puedo hacer. Además, usted en el Pozo María Luisa fue como Sara Montiel para los obreros. Yo sólo ayudo a hombres como Arsenio que por su grado de cumplimiento y su personalidad, lo merecen. Usted se olvida de que hay que sembrar antes de recoger.
Después de marcharse aquel hombre, D. Agustín me contó que era un barrenista del Pozo María Luisa que se metió en líos demasiado serios y que ese no era su problema. Dijo que sólo al interesado le tocaba resolverlos. Yo ni le conocía no le volví a ver nunca más. D. Agustín se mostró duro con aquel hombre pero amable y bueno conmigo. La diferencia fue notable.
Nos despedimos y seguí paseando hasta que llegó Alejandro y, al poco tiempo, el Jefe, D. José Redondo. Nos saludamos y pasamos con él al interior. Después de aquella reunión, sólo tardamos en marchar diez o doce días. La espera fue en Madrid.
Anteriormente y a mi regreso de uno de los viajes a Madrid yo le había comunicado a Alejandro la noticia de este viaje que los dos considerábamos muy importante por tratarse de nuestras manos. Le dije que teníamos que preparar los pasaportes y esperar a que llegara la fecha de partida y el dinero para los gastos a nuestra cuenta en la Caja de Ahorros.
Alejandro nunca creyó que haríamos ese viaje.
Se prepararon los pasaportes pero el dinero seguía sin llegar. Él venía algunas veces por la oficina y siempre me decía que no se acordaban de nosotros, que ellos estaban bien fartucos. Yo le decía:
-No seas desconfiado. Tu bien sabes que Lavadíe es una gran persona y no fallará. Él me lo prometió y así será, como todo lo demás que hizo por nosotros.
Pasaron unos cuantos días más. Una tarde de jueves, estaba yo sentado en el banco al lado de la centralita charlando con Libertad, la telefonista, cuando llegó Alejandro. Nos saludó y comenzó otra vez con lo del dichoso dinero. Puso el brazo sobre mi hombro y dijo: “Socio, ¿Por qué no llega el dinero? ¿Todavía sigues con fe en que venga?
-¡Claro que llegará! Respondí.
-Mira, amigo, la leche que nos van a dar esos tipos ya la mamamos. Ni se acuerdan de nosotros y lo peor no es eso para ti, es que vas a tener que abonarme los viajes y gastos del pasaporte que me hiciste gastar por creerles.
-Tranquilo, eso poco es si tuviera que abonártelo. Además, sé que no va a ocurrir porque ya no ha de tardar en llegar. Puedes estar tranquilo. ¿Por qué iba llegar antes si no empieza la feria hasta el primero de Mayo? le dije. Seguro que en estos días lo ingresarán.
A la Telefonista, que seguía a nuestro lado, no le gustó que Alejandro dijera aquello. Me guiñó un ojo y cuando se marchó dijo:
-Este hombre es tonto ¡Con lo que tú le ayudas y se porta así contigo!
-Es broma, ¿Cómo me va cobrar los gastos, mujer? Alejandro no hace eso, nunca se colgó de nadie. Él paga como es debido cuando le toca.
-A mí no me perece que lo que dijo fuera broma, dijo ella, y aunque así fuera, me parece muy mal que hable de esos señores así. Es muy mal hablado. Tú confías en ellos y él no. Eso es muy importante. Yo lo mandaría a la porra.
-¡Qué dices! ¡Cómo voy a hacerle eso si somos compañeros! Es su carácter ¿Qué vas a hacer? Yo le entiendo y no hay ningún problema, sólo es un poco desconfiado y algunas veces algo brusco pero no es mala persona. Siempre nos parecen más fuertes las palabras de las personas que no conocemos y eso es lo que te ocurre a ti en este caso. Puedes estar segura de que en el caso de que no llegara, cosa no probable, él no me lo reclamaría, de eso estoy seguro.
Esto ocurrió un jueves por la tarde y al día siguiente por la mañana llamaron de la Caja de Ahorros. Libertad me llamó al teléfono. Bajé y me comunicaron que había llegado una cantidad de dinero a mi cuenta procedente del Ministerio de Trabajo de Madrid. Les di las gracias y colgué. Le dije a la Telefonista que me pusiera con Alejandro en el pozo Sotón. Ella escuchó mi conversación con los de la Caja y después con Alejandro, porque estaba a mi lado. Ésta se quedó de piedra y me dijo:
-Arsenio, si yo fuera tu compañero metía la cabeza en un saco. Hay que ver lo que te dijo ayer por la tarde y hoy mismo llega el dinero. Si me lo dice a mí lo mando a paseo mil veces. Siempre vino por aquí con el mismo rollo del dichoso dinero. ¡Vaya aguante que tienes, amigo!
-No pasa nada. Lo está esperando como agua de mayo y yo también. Llámalo otra vez, que me quedó decirle la hora para que suba a firmar conmigo la recogida de ese dinero. Aunque está en mi cuenta él debe firmar lo que le corresponda.
Al momento se puso y quedamos para vernos en la Caja.
Si analizamos este párrafo veremos la diferencia de criterio de cada persona. Libertad era una gran mujer, buena persona, amable y servicial. Siempre nos apreciamos mucho, pero ella no comprendía la forma de ser de Alejandro, no le gustaba su forma de comportarse. En cambio, yo le entendía aunque no me gustaba que hablara mal de los que fueron nuestros protectores. Alejandro tenía sus rarezas pero a mí siempre me respetó. Yo no le dejaba beber y le indicaba cómo tenía que ser y no me reprochaba nada, sabía que yo no admitía tonterías, sino las cosas como son.
Llegó el día siguiente. Bajamos a la Caja y sacamos el dinero para salir a Madrid el lunes, donde pasaríamos unos días esperando para poder marchar.
En los días que estuvimos allí salíamos a pasear por la Capital. Una tarde entramos en una cervecería a tomar unas cañas. Al poco tiempo entraron dos chavales poco más que nosotros en edad y nos dijeron:
-¡Mira a los dos que salieron en el Nodo!
Pidieron cerveza para los cuatro, tomamos aquella ronda y pedimos otra. Mientras que conversábamos observé que uno se apartó con Alejandro a un lado y el otro conmigo. Me tocaba en todo momento por distintas partes. Miraba para el otro y hacía lo mismo con Alejandro. Me puse un poco nervioso y pensé que eran homosexuales o carteristas. Le dije a Alejandro que saliera un momento, que quería hablar con él. Este seguía su conversación y no salía. Esperé un momento y le repetí que si no salía yo marchaba solo. Se dio cuenta de que algo pasaba y salió a la puerta donde yo le esperaba.
-¿No te das cuenta de que tenemos un problema? ¿No te fijaste en que estos tipos no hacen más que tocarnos y se apartaron uno para cada lado con nosotros? O son de la acera de enfrente o son carteristas. Yo estoy muy nervioso. No vaya ser que en lugar de salir mañana tengamos un problema con estos tíos, que haya que darles un porrazo y terminemos todos en comisaría.
-Puede que tengas razón. Yo notaba algo raro. Hay que largarse. Apuramos el último trago y nos vamos.
Eso hicimos y al día siguiente iniciamos viaje a París como estaba previsto. Nunca supimos de qué se trató todo aquello.
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