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Una bonita e inolvidable mañana del mes de mayo lucía el sol con todo su esplendor. Iluminaba las flores de la primavera que lucían por las praderas cercanas a mi entorno. Contemplaba desde la ventana de la oficina las montañas de mi valle, sólo y triste por mi desdicha. Cuando menos me lo esperaba, se acercó mi padre. Era portador de una nueva que sería para mí lo que dio la vuelta total a mi vida. Lo que me sacaría del sufrimiento y de la pobreza. Lo que daría alegría y sentido a mi vida.

Después de saludarnos, mi padre, que nada sabía de lo mal que lo estaba pasando porque se decía que los vinoteros ganaban mucho dinero, dijo:

-¿De dónde sacaste ese abono que echamos por distintas partes? Es muy bueno. La gente pregunta si es posible conseguirlo. Se vendería en cantidad.

Antes de contestarle tuve que mirar a otro lado poruqe la alegría que recibí fue tan grande que las lágrimas bajaban por mi mejilla. Saqué mi pañuelo y, disimulado, las limpié y despistando como pude le dije a mi padre:

-En una semana podremos servir ese abono a quien lo pida. Nosotros lo venderemos a un precio razonable. Padre, ese abono se hará en nuestros almacenes.

-¡Cómo! ¿Es que lo puedes producir tú? ¿Cómo lo vas a conseguir? Dijo sorprendido.

-Es fácil.

-Lo difícil era dar con la fórmula para quemar la maleza y eso ya lo conseguimos. El resto será muy sencillo. Compré distintos productos y luego hice formulaciones variadas, unas para abonar los prados, otras para quemar la maleza y otra más para las tierras de sembrado.

-Esta tarde, cuando termine la jornada, iré contigo a verlo, le dije a mi padre.

Al marchar nos dimos un fuerte abrazo. Seguí trabajando muy contento pero algo nervioso esperando ver aquellos resultados. Si para mi fue una inmensa alegría, para mi padre fue una gran sorpresa saber que su hijo había descubierto otro negocio, un negocio para poder vivir porque el primero no lo era.

Aquella tarde, como le había prometido, cuando salí del trabajo subí a casa. Después de darles un abrazo, explicamos a mi madre lo de las pruebas y los dos subimos al monte a ver los resultados de las fórmulas que yo esperaba como el amanecer de cada día. Allí vi que funcionaban. Tomé nota de los resultados de cada una porque estaban numeradas. Recuerdo que en aquella montaña tan solitaria me encontraba como en el paraíso. Aquello, que yo no dejaba de contemplar asombrado, había cambiado mi forma de ser. En pocas horas, ya no era el mismo hombre triste y pensativo, había cambiado todo. Sabía que aquello funcionaba y que era muy importante para muchos ganaderos y agricultores de nuestra región. Y que yo era el productor de aquellas magnificas formulas. La ganadería y la agricultura estaban en pleno auge pero se necesitaban productos para combatir las malezas de los montes y pastizales, ya que convertir un monte en pradera era muy caro. Con estas formulas se hacían unas buenas praderas sólo con segar la maleza y echar ese abono.

La venta de vino pasó entonces a segundo plano. Se mantenía el almacén para servir a la familia y a unos cuantos clientes que yo apreciaba mucho por ayudarme y confiar en mis productos.

Cansado de trabajar y de perder dinero recibí una sorpresa desagradable que me llevé en el bar donde comía al mediodía. Fue lo que me llevó a pensar en la alternativa de aquellas fórmulas de abonos químicos. En aquel bar nos juntábamos cinco amigos a comer todos los días de la semana por motivo del trabajo. Un día estando comiendo todos en la misma mesa, uno de ellos, Silvino de la Cerezal, dijo al chigrero que el vino era muy malo, que yo servía un vino que no lo había en todo el territorio.Que su padre era mi cliente y no querían más vino que el mío. A estas afirmaciones se unieron dos o tres más que también eran mis clientes y con el mismo tono del anterior le dijeron que tenía razón, que no había vino como el de Arsenio. El chigrero quedó un poco sorprendido y dijo:

-El problema será que no va poder competir en el precio. A mí me ponen uno especial.

Pasaron unos días y de nuevo le protestaron. Dijeron:

-Si no sirves el vino de Arsenio marcharemos todos de aquí. No queremos este vino tan malo que no lo beben ni los perros.

El chigrero esta vez tuvo que ceder y dijo:

-Bueno, más tarde hablaré con él para que nos sirva unas cajas.

En efecto, cuando terminamos de comer me llamó aparte y me dijo:

-Lo primero, ¿Qué precio me vas a poner?

Se lo dí y su contestación fue:

-No me interesa. A ver cómo te las arreglas para darme el precio que ves en estas facturas.

-Es totalmente imposible, le contesté

Mis vinos eran más caros sin salir de León que el que yo le tenía que poner. A éste había que sumarle el porte y los jornales de distribución. No me creía lo que estaba viendo. Al explicarle que me era imposible servirlo a ese precio me dijo:

-Pide vino más barato o haz lo que sea para darme ese precio. Yo siempre vendí ese vino y no se murió nadie.

-Consultaré con el bodeguero a ver si tiene algo con lo que pueda competir. Tardaré ocho días en ir a buscar otro camión de vino.

Tenía que completar el viaje y por eso no le pude servir primero. Así se lo hice saber y quedamos de acuerdo. A la semana siguiente llegamos a la bodega y le conté el tema al bodeguero que me dijo:

-Sí que lo tengo. Llévate un bocoy de lo barato para ese cliente.

Así lo hice y al día siguiente por la mañana le mandé unas cajas. Aquel día no fui a comer por haber sido invitado por mi jefe y otros de sus compañeros, también Jefes de Pozo, a una comida. Al día siguiente en cuanto llegué me dijo:

-Arsenio, ese vino no me vale. Tienes que recogerlo.

-¿Porqué, si sabe mejor que el que tienes o por le menos igual? preguntaron mis compañeros.

-Eso no es verdad. No lo quiero.

No tuve más remedio que recogerlo. Fue algo increíble. Mandé al que servía los vinos que lo metiera en el mismo bocoy y protestó como siempre. Dijo que si me sobraba el dinero y que por qué no se podía mezclar con el otro que daba una buena ganancia. Por si esto fuera poco, más tarde tendría otra pelea con el camionero que lo traía. Llegó el día de ir a buscar otro viaje y había que subir al camión este bocoy lleno de aquel vino. Cierto era que costaba mucho trabajo subirlo, pero yo no iba tirarlo ni tampoco darlo a mis clientes. Al cargar le dije al camionero que había que llevarlo. Comenzó a protestar preguntándome si estaba loco, que cómo se iba a subir eso al camión si costaba un trabajo enorme además de que podría ganar dinero mezclándolo con el otro. Comenzó el repartidor a protestar también y estaban los dos contra mí. Yo pensaba: “¿Seré realmente tan tonto como ellos dicen o será que son los dos iguales, sin escrúpulos, capaces de armarla hasta a su propia madre?” No creo que me equivocara Los dos pensaban igual de mal.

Ninguno de los dos me entendía y yo no comprendía su actuación ¿Por qué voy a servir gato por liebre a mis clientes si ellos confían en mí, me ayudan y me echan un cable? ¿Cómo los voy a traicionarlos? Eso era imposible para mí.

Recuerdo un gran paisano de Santa Bárbara, Anselmo el Barrenista, que trabajaba en el Pozo San Mamés. Un día al salir del trabajo, se acercó a mi casa, que estaba al lado y me dijo con toda su nobleza:

-Arsenio, a partir de hoy voy a comprarte el vino. Eres una buena persona, haces mucho por la vida y lo mereces. Hay que ayudarte.

-Muchas gracias Anselmo. Se lo agradezco mucho.

Hay que analizar este razonamiento. Hay que valorarlo por su contenido. Aquel buen hombre, tan sincero como noble, sabía apreciar los valores de los demás. Sabía dónde había necesidad y seriedadad y acudía en defensa del necesitado. Nunca le olvidé. Ya hace años que murió pero al no estar yo allí en aquel tiempo no pude ir a su entierro. No conozco a su familia, ni siquiera sé si la tiene. Les felicitaría de buena gana para decirles que deberían estar orgullosos de haber tenido un padre como aquel gran hombre al que mucho aprecié. Si todos fueran como Anselmo el Barrenista, el mundo sería de otra forma. Sería un paraíso.

Mi economía mejoró, ya me sentía tranquilo. A pesar del mucho trabajo que tuve, me sentía a gusto trabajando aunque fuera ”de estrella a estrella”. Así se decía de los que éramos tan esclavos. Era donde mejor me sentía. Cobijado en el trabajo y en la familia se fueron mis graves problemas y también la tristeza que desde hacía tiempo me invadía.

Comencé a salir con los amigos al baile los domingos pensando que si me gustara una chica ya podría ser uno más, ya tendría algo que ofrecerle. Me sentía con fuerzas y capaz de formar un hogar, de ser un padre de familia.

No me gustaba la soledad y lo consideré una cosa normal. Aunque no ignoraba los problemas que me saldrían al paso. Sabía que iba ser rechazado por los familiares. Seguro que no les agradaría que sus hijas se acompañaran de mí, pero a la vez me daba cuenta de que todos no éramos iguales y que siempre hubo gente buena. Al fin y al cabo yo era muy apreciado. Todo el mundo se fijó en mi forma de ser después del enorme cambio que sufrió mi vida.

La gente es muy curiosa y casi todo lo controla. Yo sabía que era el comentario de todos por donde quiera que fuera. Mis amigos me lo decían. Aunque siempre haya opiniones diversas, el mérito del hombre que lucha y trabaja sin descanso se ve. En aquel tiempo los comentarios eran distintos a los de años anteriores, cuando decían que yo ya no podría levantar cabeza. Es aquí cuando vieron que luchaba con arte y muy positivamente.

Mi procedencia de una familia que todos conocían y que nos consideraban entre los más cumplidores y trabajadores de la zona, suponía mucho. Algunos decían: “éste es un pura sangre y salió adelante con sus agallas. Ya tiene la vida resuelta, ¡qué valiente es!” Todos estos comentarios y otros más llegaban a mí. Yo los valoraba como importantes. Siempre procuré ser educado y atender a la gente lo mejor posible. Hacía favores en el trabajo: rellenaba solicitudes para materiales y lo que precisaran. En aquella oficina había mucho movimiento y todo eso se valoraba mucho.

Cuando perdí las manos cortejaba a una chica hacía poco tiempo pero ella nunca no fue a verme al hospital, que bien cerca lo tenía. No sé si por ella o por sus padres pero el desprecio estaba ahí. Cuando después de pasar tiempo yo comenzé a salir no me acerqué a ella. Nada tenía que buscar allí. Nunca más volvimos a hablar. Su ausencia me había indicado lo que pensaba. No quise ni preguntarle porqué, no hizo falta, bien claro está lo que pensaban.

Me sentí despreciado y muy ofendido. No supieron comportarse. Éramos conocidos de toda la vida de un pueblo cercano y no tuvieron la bondad de ir a verme aunque sólo fuera como amigo o como vecino. Sé que fueron momentos muy duros y no sentí el rechazo que me dieron por mi desgracia. Puedo asegurar que si hubieran ido a verme yo mismo les hubiera dicho, y así lo tenía pensado, que ya no podríamos seguir, que yo ya no tenía nada que ofrecerle. Yo mismo le recomendaría que se echara otro novio. No se trataba de disculparme ni de ninguna demagogia. Es cierto, lo mismo hice con la chica del hospital y eso fue conocido hasta por mi familia. Yo no admito mentiras pero tampoco las digo. Siempre he sido sincero y lo seguiré siendo hasta que me muera. No supieron comportarse ni ellos ni aquel que metió la pata asesorándoles.

Repito que no me iba bajar de mi pedestal. No había salida a mi situación. Me encontraba en unas condiciones pésimas. Pensé que ya no podría salir a la orilla y creí estar ahogado para el resto de mi vida. Por eso no iba tolerar estropear la vida de una joven a la que yo apreciaba mucho porque era una buena chica. Les hubiera dado toda la razón, pero su visita y la de sus familiares nunca llegó. Fueron los únicos que fallaron de toda la zona, porque de todos los pueblos desfilaron a verme.

Por ese motivo y otros de distinta índole, pero también importantes, quiero llamar la atención de gente que con toda frialdad, intentando dirigir y gobernar a los demás sin saber y sin importarles las causas, actúan de forma pretenciosa. Eso pasa con mucha frecuencia; embarcando a los demás para quedarse en tierra y actuando irresponsablemente sin pensar el daño que pueden hacer. Hay que actuar con conocimiento de causa y convencido de que hay que hacer lo que tú quieras para ti, si te vieras en esas circunstancias. Así es como los hombres debemos actuar y no como las gallinas, que vuelan sin rumbo, sin sentido de la responsabilidad y sin contar con uno para nada. Esto solo lo hacen personas poco cultas y sin corazón, pensando que son los más y los mejores aunque en realidad poco o nada saben.

Estos problemas no fueron suficientes para apartarme del camino que más tarde me tracé y que seguí con ánimo y rectitud. Pero tampoco me di de baja. No quise limosnas. Mi accidente me privó de las manos pero no de mi inteligencia y del arte para trabajar y ganarme el pan como los demás. Las cosas fueron así y así las hay que contar por si sirven para orientar a quien tan fácil cree que son las cosas y pueda tomar nota.

Seguí mi camino. Iba por los bailes y las chicas me aceptaban. Pero cuando acompañaba a alguna en cuanto los padres se enteraban lo cortaban con rapidez. No querían verme cerca de la chica. Todo eso yo lo entendía. Siempre me di perfecta cuenta de que era un problema demasiado serio como para que lo admitieran en el seno de su familia. La gente bien me conocía y sabían que mi comportamiento social había sido notable pero a partir de mi accidente las cosas cambiaron totalmente. Hay quien merece mis disculpas porque no sabían cómo me comportaba ni como sería mi vida. A la vez pensaban que a dónde iba ese hombre sin manos. Lo normal para aquella época era que la gente que padecía algo parecido se quedara en la cuneta. Así pensaban muchos y tristemente, así era. Esto demuestra que todos no somos iguales, pues lo mismo pasó con mi caso: unos me supervaloraron y otros no me admitieron y repito que no me pareció mal el rechazo, sino el desprecio de algunos ignorantes que dieron a su lengua sin sentido y que con su mala forma de actuar quedaron mal con gente que les oía criticar.

Tengo muchas anécdotas al respecto pero solo describiré algunas que considero más extremas y fuera de lo normal. A la vez muestran cómo se comporta cierta clase de gente. Hay para todos los gustos.

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