Dado que el negocio de vino no funcionaba, no daba dinero pero sí mucho trabajo, pensé en buscar otro que fuera más rentable. Estudié un poco y comencé a investigar unas formulaciones de abonos químicos para hacer del monte prado. Un abono que pudiera quemar las árgomas, los artos y otras malezas. Hice varias pruebas y terminé con seis fórmulas que se probarían por distintas partes de la zona en montes y pastizales. Estas se llevaron a cabo a finales del otoño y yo no podía saber su resultado hasta la primavera. Se iban a cumplir los dos años de lucha con los vinos. En los últimos meses perdía dinero. De dos mil a dos mil quinientas pesetas al mes y a veces más. Pagaba la factura del vino, la reparación de colambres, el pienso para los caballos, el jornal del repartidor y algunos gastos más. No pagaba renta por el almacén ya que mi hermano no me cobraba. Yo nunca cobré jornal alguno pero si realizaba mucho trabajo y aun así perdía esas cantidades que para aquel tiempo eran cantidades importantes. Si en lugar de perder ese dinero lo ganara, eso sería suficiente para sobrevivir en el negocio.
Una tarde, ya cayendo la noche, íbamos a salir con los caballos cargados con dos pellejos de vino para los pueblos de la montaña cercanos al nuestro. Nos disponíamos a marchar. Bajó mi hermano Corsino que vivía encima del almacén y me dijo:
-Arsenio, si no tienes mucha prisa querría hablar contigo. Que siga él con los caballos para que no estén parados con ese peso-.
Los dos entramos y cerramos la puerta del Almacén. Mi hermano no sabía cómo iba comenzar la charla. Le pregunté por lo que me iba decir y él dijo:
-No sé cómo voy a empezar. Tengo miedo de meter la pata. Tú tienes más mundo que yo a pesar de ser más joven.
-Somos hermanos, suelta ya, hombre.
-Perdona, no quiero que te parezca mal. Estuve mirando los libros y vi con sorpresa que pierdes dinero desde hace algunos meses.
-¿Qué más da que mires los libros? No tiene ninguna importancia, lo que sí está claro, hermano, es que este negocio no funciona.
-Lo que me sorprende es cómo puedes seguir con el negocio si pierdes dinero. Mi pregunta es: ¿A dónde quieres llegar? ¿Por qué continúas?
-No sé a dónde voy hermano. Estoy luchando conmigo mismo. No sé ni qué voy a hacer. Sólo tengo clara una cosa y es que si cierro el negocio, mi nombre como industrial muere. Ya sabes lo que les ocurrió a otros que cerraron.
-Te entiendo, pero perdiendo dinero tarde o temprano tendrás que cerrar.
-Cierto, pero hay que dar tiempo al tiempo. No me puedo precipitar, debo pensar muy despacio las cosas antes de decidir. Lo único que quiero en estos momentos es que no se enteren nuestros padres. Se llevarían un disgusto tremendo. Tú sabes que están pensando, como toda la gente, que es un negocio bueno, que da dinero. Estoy estudiando otro negocio, si me sale mi nombre seguirá como un industrial más y podré hacer vida normal. Si me falla no tendré más remedio que esperar a que nuestros padres sucumban y yo con ellos. Date cuenta, hermano, que el sueldo que me paga la Empresa no da ni para mi pensión. ¿Qué va ser de mí cuando falten los padres? ¿Adónde voy? No voy a soportar vivir colgado de nadie. Tú sabes que mis agallas no lo van a permitir.
Le expliqué lo de las formulas y le dije que eran mi única esperanza. De momento no veía otra salida. Le di una palmada en el hombro y le dije:
-Deséame suerte, hermano, que bien la preciso.
Me marché, salí montaña arriba sin saber por dónde caminaba. Iba como el sonámbulo que camina sin rumbo, sumido en mis pensamientos y harto de sufrir. Confieso que en alguno de los cruces de camino seguí por el contrario, como el que perdido va, hasta darme cuenta y tener que retroceder. Recuerdo que en ese momento me miraba Herminia la de Mariyina y me dijo: “Redios. ¿Por qué ibas por ese camino y das la vuelta? Esta buena señora se sorprendió al verme seguir un camino equivocado y me dijo: “No lo entiendo. Tú no bebes y borracho no estás”.
Me salieron los colores y me dio una cierta vergüenza. Le dije: “Porque iba distraído pensando”. Así discurría mi juventud, trabajando noche y día. Por el día en trabajo real y por la noche esclavo de mis pensamientos, metido en una batalla que bien pensé que no tenía fin. Pero como siempre, llegó un amanecer y vi los horizontes más claros. Parecían desaparecer aquellas tinieblas que me rodeaban desde hacía largo tiempo.
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