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1.     La odisea de mi mal negocio al abrir un almacén de vinos

No acerté al elegirlo . Hombre muy joven sin experiencia, solo preparado para trabajar. El negocio de almacenista de vinos, que años atrás dió mucho dinero, en aquel tiempo estaba ya en decadencia. Había más vinoteros que bebedores. Era muy grande la competencia.

Se abría el almacén de jueves y el domingo anterior me invitó Laureano Suárez Corte (un corredor de vinos que por cierto fue un gran paisano) junto con otros cuatro vinateros a probar los vinos de las Bodegas de Cándido González en Valdevimbre, León. Bajamos todo el grupo a probar los distintos caldos que en aquel tiempo eran exquisitos. Una vez que recorrimos toda la bodega, nos pusimos a comer un cabritu que salió delicioso con aquel pan tan bueno de hogaza que hoy ya no se hace más que en alguna parte. Bebimos aquel vino, que era de destacar, sentados en la cueva Laureano junto con el Bodeguero y los demás. Entre los cinco vinateros, dos eran hermanos de la Güeria de San Andrés, San Martin. Uno de ellos preguntó a Laureano:

-¿Es Arsenio también de la rama del vino?

-Sí, ya lo es. Abre el próximo jueves.

Éste se dirigió a mí y dijo:

-Muchacho, eres muy joven, yo creo que mejor sería que no abrieras el almacén, la cosa va muy mal y te puedes arruinar. Si económicamente eres fuerte, bien; si no, mejor es que no te aventures en un negocio que ya es ruinoso.

Le dije, como siempre, la verdad:

-Soy pobre. Por eso quiero trabajar en este negocio que ha dado dinero hasta la fecha.

-Cierto que dió dinero pero, como todo, esto también falló. En la actualidad es ruinoso.

Le dijo a Laureano:

-No le mandes el camión, es una pena que se meta en un negocio tan malo y tú lo sabes.

Aquel hombre, que nunca más volví a ver, me dió una opinión honesta y veraz, adviertiéndome de dónde me metía sin saber lo mal que lo iba a pasar.

Laureano le dijo:

-Ya tiene todo preparado, ¿Cómo no se lo voy a mandar?

Tras un momento de silencio pensando en lo que había dicho, le comenté que yo era de un valle minero donde la gente bebía mucho vino y que mi familia, al igual que yo, éramos apreciados por la gente y todos decían que me ayudarían, dada mi precaria situación.

Él mismo, que no le gustaba ya su propio negocio, dijo que ese sería mi mayor error: Los conocidos y los vecinos serían precisamente los que no me comprarían ni un litro de vino. Su hermano y él lo sabían por experiencia y exactamente eso fue lo que les pasó, ya vería yo como no fallaba. Me quedé sorprendido y mirándole fijamente, sin saber que podía hacer, me puse nervioso pensando: ¡Pobre de mí! ¿Adónde voy si ya gasté un montón de dinero para montar el almacén? Me quedé sin habla. A pesar de tener mis dudas al respecto, de parecerme casi imposible que pudiera ser lo que aquel hombre decía y que su hermano afirmó ser cierto, pensaba, mientras seguían con sus conversaciones: “¿Cómo me va fallar tal persona?” Iba pasándolos por mi mente como si de una revista se tratara y no lo podía comprender.

Aquello que yo creí imposible salió como los dos hermanos pintaron. Bien seguros estaban cuando uno dijo: “tú mismo lo has de comprobar”. Tan cierto como sorprendente, en mi pueblo sólo un vecino me pidió un pellejo de vino (así era como se vendía el vino en aquella época). Uno solo en todo aquel tiempo. El resto nunca se acordaron de mí. En todo el valle, muy pocos, una media docena. Aunque esos fueron precisamente buenos clientes y les estoy muy agradecido. Nunca me olvidaré de esa buena gente que supo echarme un cable. Desde luego cada vez que me encuentro con uno de aquellos clientes les miro con agrado con cariño. Me quedaré eternamente agradecido y siempre les recordaré como si fueran algo mío. Algunas veces hasta les comento que todavía sigo recordándoles con el aprecio que se merecen, jamás les olvidaré. Eso es algo que les tendré en cuenta mientras viva.

Respecto a los demás, que recuerden un poco aquella canción Asturiana que dice: No le niegues pan al pobre que a tu puerta pica y llama, éste recorre el camino que tú seguirás mañana. Nunca sabe uno de quién puede necesitar. La vida da muchas vueltas. Lo que hoy nos parece oscuro puede que mañana sea claro. Hay que pensar las cosas muy bien. No vaya ser que cuando queramos dar la vuelta ya no encontremos el camino de regreso al estar cerrado por lo oscuro que lo dejamos al pasar

Se abrió el almacén de vinos y comenzamos a vender por distintos pueblos. Siempre compraba el vino en Baldevimbre, que era de los mejores que había. Lo transportábamos en bocoyes de setecientos litros y con una manguera llenábamos las colambres. El vino se servía directamente sin ninguna manipulación. Un cliente decía que era vino inmejorable, otro que no se podía beber. Cuando llegaba a mi casa mi padre me decía:

-Hijo ¿por dónde andas? Hay gente que se queja diciendo que no es buen vino, en cambio otros dicen que es muy bueno ¿Qué es lo que pasa?

-Yo estoy tan sorprendido como tú-Le decía yo a mi padre-No sé la razón. Se sirve el mismo vino a todos. Nadie está más interesado que yo por atender bien a nuestros clientes, que mucho les aprecio. Sólo por confiar en mí les doy el mejor vino que hay en la provincia de León. No puedo saber el porqué de esas quejas que me vuelven loco.

Por mi falta de experiencia (yo era muy joven, tenía veintitrés años y acababa de empezar) lo pasé muy mal, hasta que me dió por comprobar los pellejos que entraban, controlando de dónde venían para ver si encontraba el motivo.

Comencé a comprobar el olor de cada uno y con sorpresa vi que alguno de éstos olian mal por estar mal curtidos. Daban la “carnaza”. Así se llamaba a lo que hacía que el vino tuviera un sabor raro. Se fueron seleccionando y se retiraron del servicio. Tuvimos que quemarlos, puesto que el que los sirvió no quiso saber nada del tema. Eran muy caros y perdí mucho dinero. De entre cien colambres, salieron mal algo más de veinte. Eran demasiados. Además de las pérdidas, me dejaron de comprar varios clientes que no entendieron mis explicaciones, seguramente pensando que eran falsas. Aunque muchos disgustos y dinero me costó todo esto, me di perfecta cuenta de que el cliente tenía razón y, como siempre, pagamos justos por pecadores.

Fue un botero de la Felguera al que le compre todos esos colambres. Me traicionó miserablemente. Tan “oveya” era que no se dió cuenta de que él mismo perdía a un buen cliente.

Aquello fue un duro golpe para mi negocio. Con esa mala suerte, fue como haber firmado la sentencia de cierre. Si al principio el negocio daba poco, después menos. Fue demasiado lo que sufrí por ese motivo. No se puede describir. La vida es tan dura algunas veces que a pesar de procurar hacerlo de la mejor forma y con la mejor idea del mundo las cosas salen mal. La gente algunas veces no se fía de nadie. Yo no les traicioné y lo digo con todo mi corazón porque fue así. Aunque haya quien no lo crea, es tan cierto como mi propia existencia. Si estos clientes que desconfiaron de mí me conocieran como muchos me conocen, no me hubieran dejado y mi negocio podría haber sido, si no muy bueno, por lo menos que no me diera pérdidas. Así son las cosas muchas veces, aunque parezcan imposibles.

Con esto no pretendo hacerme el mejor, ni tampoco disculparme. Agua pasada ya no mueve molino. Lo único afirmar una vez más lo que realmente ocurrió porque yo nunca valí para  traicionar a nadie y menos robar a los que tanto aprecié por ser mis clientes. Así nací y así seré hasta el fin, aunque haya alguno que lo dude. Por mucha picaresca que haya, yo, desde aquí, doy fe de conocer a mucha gente con esa nobleza de no valer para engañar, porque a través de nuestra historia siempre hubo de todo. Eso lo tengo muy claro.

Seguimos trabajando y las cosas no mejoraban nada. De hecho, iban cada vez peor. De los tres que trabajaban en la distribución de vinos, uno de ellos tenía carnet de primera de conducir, pero con muy poca práctica. Él mismo reconoció no haber cogido más vehículo que el de la academia. Al darle la furgoneta dijo que lo mejor sería que antes de comenzar a trabajar con ella hiciera unas prácticas porque ya hacía mucho tiempo que no manejaba un volante.

Decidimos los dos que por las tardes después de mi regreso del trabajo, yo le acompañaría durante esas prácticas que haríamos varios días. Al terminar estas, pensó que ya podría salir con el primer viaje de cajas de vino para los pueblos. Quedamos entonces de acuerdo y aquella tarde y como siempre después de yo llegar del trabajo, saldríamos con este viaje que poco iba durar. Este hombre era una gran persona, noble y callado, pero seguramente algo nervioso. Cuando solo habíamos recorrido poco más de un kilómetro y en un lugar nada difícil y a pesar de ir muy despacio, el siguió hasta darse con una roca. Esta maldita roca era la única que hay en aquella zona y todavía está allí. Fue el lugar perfecto para deshacer el morro de la furgoneta y romperse varias cajas de vino que salieron volando por encima de nosotros. Afortunadamente nada grave sucedió pero terminsmos con varias magulladuras, aparte de la pérdida económica que para mí suponía en este tiempo de tanta pobreza.

Yo le dije: “No sufras. La furgoneta se arregla. Lo importante es que no nos pasó nada grave”. Esto mucho me lo agradeció. Se acercó a mí y me dió con su mano en el hombro diciendo: “Gracias Arsenio. En lugar de reñirme me calmas. No te puedes imaginar lo que lo siento”. “Tranquilo hombre, que ya pasó todo”. Vi que se emocionó un poco por mi forma de razonar las cosas. Es precisamente en esos momentos donde de verdad se ven las personas. Este hombre era una gran persona y muy trabajador y de toda confianza hasta para cobrar a los clientes. Nunca se olvidó de aquello y me apreció hasta su muerte. Era de mi edad y murió muy joven. Había sido minero. Una enfermedad le atacó y como tenía poca pensión vino a trabajar a nuestro almacén. Lo sentí mucho porque si antes ya nos tratábamos muy bien, después de aquel accidente más todavía. Él quedó muy agradecido por que se sintió culpable de las perdidas. 

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