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Llegó la hora de irnos a Bruselas. Viajamos en el tren Iberia-Express vía París-Bruselas. Después de viajar un día y una noche, llegamos al amanecer a Bayona. Teníamos que esperar el tren hasta las once de la noche. Dejamos los equipajes en consigna y salimos a pasear. 

Después de comer, otro paseo, éste a orillas del Bidasoa. Había un poco de pradera, estaba nublado y el sol no nos molestaba. Decidimos tumbarnos a dormir la siesta, estábamos cansados del viaje. Cuando desperté me había picado un bicho en la cara y me molestaba mucho. A medida que pasaban las horas mi cara se hinchaba cada vez más. Ya en pleno viaje, a media noche, no se podía ver mi ojo derecho, estaba totalmente tapado por la hinchazón tan enorme que tenía. Cada poco, asustado, me miraba al espejo. Con aquella tremenda inflamación mi cara era como la de un monstruo. Lo mismo pudo ser una víbora que un mosquito infectado, yo no lo sabía ni sabré nunca lo que me atacó. Pensé que al ser tan rápida aquella terrible inflamación y molestarme tanto, creí que sería mi fin, pasé miedo a morir. Le dije: Alejandro, ¿Qué opinas de mi problema?

-Nada, no sé qué decirte porque esa inflamación es demasiado, nunca vi cosa igual.

Me encontraba muy mal, desconocía lo que había pasado y lo que podía ocurrir. Creo que él también estaría asustado, pero se iba de un lado para otro y nada decía al respecto. No tuve más remedio que aguantar en solitario, ya no me atreví a hacer más comentarios. Pasé miedo al creer estar envenenado por una víbora y pena por mis padres por si pasaba algo, lo mucho que iban a sufrir por mí. Yo pensaba: “si ha de ser, que  llegue lo antes posible para dejar de sufrir y no enterarme”. Me encontraba muy solo, no tenía a nadie que me curara ni me consolara. Pasé una noche muy mala. Alejandro iba y venía al bar del tren y no le decía nada. Yo paseaba, me sentaba: no podía parar. Así hasta que amaneció ya en París.

En cuanto me bajé del tren, en Austerlitz, fui a una farmacia y no me entendieron porque no hablaban español. Una señora me dio una pomada que fue muy cara y no valió para nada. Fue un viaje de perros, lo pasé muy mal. Todo el día de espera hasta las once de la noche para coger el tren a Bruselas, que ya era el tercero en el mismo viaje, además, aquellos trenes eran muy lentos. Después de aguantar dos noches y dos días con aquella cara de monstruo doliéndome bastante, cuando llegamos a Bruselas todavía tenía parte de la inflación, pero ya no me dolía. Me conformaba pensando que ya me encontraba fuera de peligro y al menos ya no sufría. Nunca supe lo que me picó y tampoco olvidaré el miedo que pasé y lo mucho que sufrí en ese largo viaje por no poder dormir. Me parecía que nunca terminaría.

Los sufrimientos y la soledad aunque muy malos de soportar, nos enseñan algunas cosas, por ejemplo lo importante que es la convivencia familiar y también a ser más fuertes ante las adversidades de la vida

Yo considero que el vivir solo es como perder media vida. Por lo menos a mi me ocurre así. El perder a mi querida esposa, a la que yo quería con todo mi corazón, fue una de las peores desgracias que me podían ocurrir. Sin ella no es vivir, sin su compañía y su cariño me siento como perdido en el mundo. Es demasiado lo que sufro por ella. Para darse cuenta de lo que suponía para mi, basta con decir que conseguí asumir todas las adversidades que no fueron muy pocas en mi desdichada vida, pero lo de ella no puedo, es demasiado, la llevo dentro de mi corazón hasta en los sueños. El vacío que dejó en mi vida es imposible de reponer. Uno es cariño de los hijos que tan necesario es y que mucho quiero, pero el de la compañera de mi vida, nadie ni nada lo puede sustituir, porque el lugar que ella ocupaba esta vacío, solo, muy solo y para siempre.  

 Hay un capítulo de nuestra vida muy importante, que en su momento y cuando corresponda  mostraré, porque escribo con la memoria y por orden de tiempo.

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