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En aquella triste mañana la desgracia me esperaba para quitarme las manos

A los pocos momentos regrese a casa ya sin manos y tan destrozado que nadie me recocía, lleno de heridas y sangre por todas partes. El tremendo susto de mi familia, pensaron que venía herido de muerte.

Dormíamos en la misma habitación mi hermano Constante, uno en cada cama, cuando los disparos de dinamita que otros vecinos daban fuego nos despertó. Era la fiesta de Santa Bárbara. Le dije a mi hermano:

-¿Vamos a disparar unos cartuchos que traje ayer de la mina?

– Voy a dormir un poco más me a coste tarde.

Efectiva mente, trabajaba por la noche y se acostaba mas tarde. Nuestro padre que estaba en la cama a lado de mi madre en una habitación cercana, oyó nuestra conversación y dijo:

-Arsenio, no vayas, deja esa dinamita, puede ser peligrosa. 

-No pasa nada, padre.

Salí de mi cama y me aseé. Yo era aficionado a la canción asturiana, al salir de casa iba cantando la canción de El Presi: “Cuando yo salí de Asturias”. Esta canción iba ser inolvidable para toda la familia pues cada vez que la oían les recordaba la tragedia. En aquel tiempo en los pueblos de la montaña se cantaba mucho, pero sobretodo en las labores del campo

Durante aquella fría mañana iba cambiar mi vida totalmente, cuando al detonar la dinamita poco faltó para destrozar mi vida por completo. Reconozco que a pesar de la gravedad de mi accidente, aun pudo ser peor. Mi amputación de manos no me privó de seguir caminando por la vida, con mi eterna cruz pero conseguí sobreponerme y continuar por el camino que mi suerte trazó. Con mucho sacrificio y dureza pude seguir por este mundo que muchas veces lleno de espinas e inconvenientes está.

Cogí el paquete con la carga, eran las nueve menos diez de la mañana de aquel sábado, 4 de diciembre de 1.954, tenía veinte años. Sin darme cuenta casi voy al matadero. Mi vida estuvo pendiente de un hilo. La cantidad de dinamita que detoné, como explico al comienzo, era más que suficiente como para volar una gran cantidad de roca. No sé cuándo llegará mi fin, pero sí puedo decir que tuve siete vidas como los gatos. Sé que vivo de milagro porque es casi imposible salir de los accidentes que me ocurrieron.

Si en lugar de cogerme la explosión de medio lado hubiera estado de frente la onda explosiva por defecto detonarían los 7 de tonadores que me quedaban en el bolso. Fui ametrallado por distintas partes de mi cuerpo, por mis propios huesos de las manos, al ser voladas. Estos actuaron como la misma metralla. Suerte tuve, que aparte de las manos, solo me dejaron marcas sin ninguna importancia en la parte interior de mi pierna izquierda, y en la parte de abajo. El resto de la metralla, incluso lo de la cara, curó sin secuelas ni marcas. Técnicamente se sabe que esos detonadores explotan a una distancia relativa y por simpatía. Puede ser que las vibraciones del ambiente al detonar una carga sean suficientes para que exploten. En este caso tuve suerte y puedo contarlo. Se sabe que a varios metros de distancia en la mina, al detonar una pega, en un transversal, explotaron todos los detonadores que había en el arca y a una distancia de varios metros, por eso se calcula que fue una casualidad que en mi caso no se disparan.

Las arcas que guardan los detonadores en la mina están situadas a más de 50 metros, según los casos y en la misma galería, pero más allá de una curva, fuera de la línea de tiro para que al salir la pega de un frente no las coja. Y todavía explotaron todos los de las arcas y no una sola vez, se sabe de varios casos y en distintas minas  

2 respuestas a En aquella mañana la desgracia me esperaba

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