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Mi último trabajo en la mina, en los “Macizos” de San Gaspar de 3ª planta sur Pozo San mames. Donde trabaje como picador de carbón, hasta el viernes día 3 de Diciembre de 1.954. Al día siguiente sábado 4, a las nueve menos diez perdí las manos, dando fuego a la dinamita. Fue la segunda explosión que sufrí. Aunque las dos explosiones fueron muy peligrosas, me dejaron con vida y pude seguir viviendo con el cariño de los míos, aunque con mucha lucha y sacrificio para combatir tanto dolor. El traumatismo que uno sufre en un caso como el mío, es demasiado fuerte para combatirlo, no se pude describir con palabras lo que sufrí.

 Alfonso Cuello, vigilante de primera de a aquella zona, me había destinado a un buen punto de trabajo, seguro que uno de los mejores del Pozo. Los macizos de San Gaspar. En lugar de estar a centímetros, estábamos encolectiva”, (Trabajar el grupo de picadores, cobrando por vagones) que se producían por día, a unce pesetas unidad, lo que se re partía entre todos, eso es una colectiva, donde sacábamos un buen jornal. Además de este buen punto de trabajo de picador, quiso que hiciera de encargado de aquella pequeña Rampla. Pequeña porque solo tenía cincuenta metros de altura, donde trabajábamos cuatro picadores y un solo ramplero. Una rampla normal tiene de 150 a 200 de altura, según la pendiente de la capa, donde trabajan unos cuantos picadores mas, en algunos casos hasta 16 o 18, más barullo y menos tranquilo. 

El precio medio de un picador en aquel tiempo era de 2.500 Pta. Por mes, nosotros salíamos por bastante más. Desde luego, trabajábamos mucho, además había tres picadores de los mejores del Pozo y yo tampoco era de los flojos, no me quedaba atrás picaba como una locomotora también. Simón Toral, Trabancal; Gerardo, el Ramplero Francisco y yo. Éramos los que formábamos el grupo en aquella Rampla tan buena. Este punto era el que Alfonso me había prometido cuando me tuvo por puntos como la chimenea de San Luis y otros lugares de duros trabajos y en lugares peligrosos. Este hombre como buen profesional que era, bien sabía que aquel tremendo trabajo que soporte, en múltiples trabajos, pocos lo aguantaban. Había que ser muy duro y tener mucha afición a la mina para soportarlo. Así había sido mi padre, hombre duro de la mina y popular por sus propios meritos como trabajador y como persona experta para velar por la seguridad del personal.

Alfonso, no se olvido de lo prometido cuando dijo, estás trabajando mucho más de lo normal pero te lo pagare. Reconocía mis excesivos esfuerzos y cumplía como el caballero que siempre fue. Enseñar al que no sabe y pagar al que trabaja.

Hace poco que murió a la edad de noventa años. Desde aquí quiero recodarle con gran afecto y aprecio, porque se lo mereció. Su recuerdo como jefe y como buen vecino permanecerá siempre conmigo. Así mismo recuerdo a su gran esposa, Felicidad, para los vecinos “Lida”, como buena vecina, que con mucho cariño me dio de comer muchas veces cuando era un niño porque hambriento me encontraba por la escasez de la posguerra. Allá por la “fame” del  1941 y 1942 fueron varias veces las que me dio de comer.

Recuerdo sobre todo, un día que me encontraba debajo de un orrio, porque llovía muy fuerte, estaba muy frio, solo y hambriento, Lida, vivía muy cerca, se acerco y me invito a su casa, mando que me sentar a la mesa, me puso un gran plato de lentejas y un pedazo de pan, casi me como hasta el plato, el hambre era tremenda, le di las gracias y con todo su cariño me dijo. Tranquilo, bien los mereces, eres muy trabajador, a tú corta edad ya haces de todos los trabajos del campo. No dejes de venir algunas veces que te daré de comer. Así de bien se comportaba aquella vendita mujer, porque era buena persona de verdad, como lo era su suegra Barista. Le daba pena ver el hambre que pasábamos. En nuestra casa éramos 16 personas y en la de ella solo tres, porque la ultima hija no había nacido toda vía. 

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