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Hora y media de bajo de aquel enorme peñón cuando tenía 19 años

En el año 1.953, nos destinaron a levantar la rampla de San Luis de 2º planta sur Pozo San Mes.  Alfredo Lamuño, mi vecino, como posteador, Marcelino García Cuetos “Lino” del Cepedal San Mames, Cortina de Tiraña y yo como picadores

Esta rampla llevaba mucho tiempo parada por su escasa potencia en carbón, solo tenía unos de 0,50 a 0,60 centímetros en carbón, el resto tierra y al muro. Esta estrecha capa fue lo que me salvo de morir destrozado por aquel enorme peñón.

Después de cuadrar el tajo, comencé a picar la tierra. Dado lo estrecho que estaba yo picaba como siempre echado de medio lado en el muro. Mis hombros pegaban en el techo y en muro eso fue lo que amortiguo el golpe del peñón. Al desprenderse y encontrase tan cerca con mi cuerpo, este apilo hacia un lado, es decir, bajo y se apoyo en el muro, quedando mi cuerpo debajo del pero con una inclinación que evito que todo el peso de aquella roca sobre mi cuerpo toda, lo que sería más que suficiente como para dejar como una torta y muerto en el acto, ya que su longitud era de 2 metros de largo por de 1,10 m. Así me lo dijeron mis compañeros en el hospital cuando ya más tarde fueron a veme porque los primeros 4 días estuve sin conocimiento, solo que respiraba y podía oírla gente hablar. Por ese motivo no pude conocer el peñón que casi me manda al otro mundo.

Todo esto ocurrió por la negligencia de un vigilante que no tenía ni idea del peligro de la mina. Después de poner la rampla en un frente y cuando estábamos picando la tercera jugada de avance, mandaron unos picadores más y un vigilante.

Aquel día de mi accidente, a media tarea y cuando ya estaba a punto de cuadrar mi tajo, donde arrancaría con el suyo Aladino Suarez Llaneza, mi vecino, llego el vigilante y me dijo, Bobia, la gente van a comer el bocadillo, quédate para cuadrar y comenzar a picar la tierra. Así mismo dijo: esa jugada está muy estrecha y las chapas son muy anchas, no caben. El mismo vigilante cogió mi martillo y en un momento marco el ancho que le pareció para que yo siguiera con el resto de la altura de 12 metros.

Le dije: él carbón esta gruñido, como ceniza por el tirón de las rocas,  eso es un peligro exagerado, encima hay unos peñones cuarteados enormes que pueden bajar en cualquier momento.

– No se ve ningún peñón dijo.

 Si que los hay coge el acho y pela ese borle que tiene el techo y los veras, no te olvides que esta toda la rampla hundida, mira hacia atrás,  igual que esos que ves, los hay aquí mismo compruébalo. No me hizo ni caso. Nadie pudo entender como a aquel vigilante mando tamaña barbaridad. A los tres metros para atrás donde arrancamos, había peñones en bajo de todos los tamaños y por lo tanto todo el techo cuarteado del enorme tirón que sufrió toda la rampla al hundirse.

 La rampla de San Luis como la de San Gaspar, llevan un techo y un muro de pura roca y cuando lleva un avance como esa de sabe dios los metros de longitud, que habían sido explotado de allí para atrás, comienza atronar la roca, mete un ruido que hay que largarse, si da tiempo, porque cundo comienza a soltarse ya no hay remedio, solo salir corriendo. A sí estaba esta rampla era un lugar muy peligroso. Tenía que mandar hacer machones, “llaves” de madera, como se hizo en otras partes pero este necio vigilante ni se entero del peligro. Lo malo de esto es que siempre cae el inocente, el se libra, encima de mandar un hombre al peligro, si le tocara a él posible mente actuara de otra forma más segura.

Yo tenía la experiencia de la rampla San Gaspar de tercera, y de otras más, que a pesar de tener  cantidad de machones, esta iba bajando el techo poco apoco y a los 10 metros del testero llego el momento que ya no se cavia ni tumbado en las chapas para esporiar el carbón. Cuando llegan a estos extremos en cualquier momento se hunde toda la rampla.

Una mañana y cuando todos trabajábamos en este San Gaspar, 16 picadores y 10 rampleros,  tuvimos que salir a toda prisa para no quedar todos enterrados. Comenzó a meter un ruido al cortarse la roca como cuando truena. No dio tiempo más que librarnos la gente pero allí se quedo todo el material, martillos, mangas y todas las herramientas, así como un “combeyo”. Este es un sistema de chapas movido por un gran motor para bajar el carbón que vale mucho dinero.

Más tarde hubo que ponerse a levantar esta rampla como la de San Luis, pero con más seguridad. Allí había un vigilante de categoría, José Cuetos “Leto” de La Caguerna San Mames, un minero, no un oveya como el de San Luis que no tenía ni idea del peligro de la mina. Para mandar un grupo de gente sea en la mina o en el exterior, hay que poner a un hombre, no a un gallina. Estos problemas son las consecuencias de las tortillas que algunas veces mueven algún jefe de la misma categoría que el que pone como responsable de un grupo de trabajadores, sin pensar en el daño que esto puede suponer para el personal.

Alfredo Lamuño, Eladio, y Aladino Suárez Llaneza, hermanos, Marcelino García “Lino” del Cepedal y Cortina de Tiraña,  como buenos compañeros que fueron, permanecerá en mi mente mientras que tenga vida, que Dios los tenga en su gloria. Actuaron en mi salvamento, Eladio, librándome de la descarga de alta tensión y los  otros compañeros, que lograron sacarme cuando sepultado debajo de un peñón estuve hora y media, en San Luís de 2º a 3ª planta en el pozo San Mames, en el año, 1.953. En todo el tiempo que permanecí enterrado, aunque no podía hablar ni pedir auxilio, solo respiraba, pude oír lo que mis compañeros comentaban mientras picaban el peñón para liberarme de aquel terrible peso que poco apoco iba destrozando mi cuerpo por el tremendo peso. Lino era el que picaba, Aladino le dijo, pica con cuidado no baya ser que el martillo llega a pincharlo. Cortina dijo, ya no se entera, Arsenio está muerto no ves que ni se queja ni dice nada. Tampoco podía saber si respiraba porque no podían llegar a mi cuerpo. En ese momento Alfredo Lamuño dijo, Pobre Arsenio, era un gran trabajador, tenía una gran afición  a la mina y esta lo mato. Todo lo que ocurría en mi alrededor yo lo podía oír, aunque para ellos ya nada se podía hacer para salvarme, solo sacar el cadáver de un compañero.

Aunque haya sido hombre duro y soportado tantas adversidades, al escribir este episodio, me paro considerar lo desgraciada que fue mi juventud y lo mucho que tuve que sufrir.

A pesar de ir agotándose mis fuerzas por la opresión que ya no soportaba, ya que tenía rota la clavícula y el cuerpo estrujado como una sardina, mis esperanzas eran que si no tardan demasiado en quitarme el peso, podría seguir respirando aunque muy poco era lo suficiente para mantenerme con vida. En algún momento pensé que había llegado mi hora porque ya no podía con más peso y recordaba a mis padres y hermanos lo mucho que iban a sufrir.

 Aunque todos los compañeros actuaron lo más rápido que pudieron para salvarme. Hay que destacar la actuación de del picador Cortina.

Todos habían ido a comer el bocadillo. Cortina, era de Tiraña, un pueblo del Concejo de Laviana. Este gran compañero, se encontraba en el primer tajo de la rampa por arriba, yo en el segundo, picado en mi tajo más abajo. Entre el punto de Cortina y el mío no había paso, la mina estaba hundida y el único paso que había se quedo atrancado por el carbón de varios días. Por lo tanto Cortina no podía ir a mi tajo. Solo se dio cuenta de mi accidente porque no oía el ruido de mi martillo. Me llamo varias veces pero no le pude contestar, mi estado era tan duro que ya pensé seria mi fin. Cortina, sabía que yo me había quedado para cuadrar mi tarea y al regreso de la gente entregar el tajo a mi vecino Aladino Suarez. Al pensar en que algo me ocurría, este valiente hombre con un gran peligro se dispuso a pasar por la parte hundida de la mina. Atravesando entre peligrosos peñones que lo podían matar al moverlo para abrirse paso. Aunque le llevo mucho tiempo logro llegar a mi tajo donde pudo verme debajo del terrible peñón. Me llamo, Bobia, Arsenio, no me oyes. Asustado y pensado que ya era cadáver, fue a buscar al resto de los compañeros que estaban lejos en un anchuron que había junto al contraataqué de 3ª, a los que les dijo. Bobia está muerto segura  mente porque ni se le oye respirar, esta debajo de un enorme peñón y no hay quien lo mueva por su gran longitud, aparte de que ya lleva mucho tiempo con tanto peso, pues yo tarde en darme cuenta de lo que ocurría, les dijo. Además estaba trancado por el carbón y tuve que pasar por los minados pero me llevó mucho tiempo hacerme paso.    

Solo quedamos Cortina y yo, el resto ya murieron, Alfredo Lamuño, Eladio Suarez Llaneza y su  hermano Aladino, Marcelino García Cuetos, “Lino” ya no están para contarlo. Siempre que nos encantábamos recordábamos nuestras peripecias en la mina.

Tengo el honor de decir que todos estos hombres fueron a cual más trabajador y buenas personas.  Gente de pueblo con toda seriedad, y de dicados al duro trabajo y a su familia con arte y dinamismo y padres de familia.

Alfredo Lamuño de La Bobia, trabajamos juntos en varios lugares el cómo picador y yo como su ayudante, un gran hombre y buen compañero, murió de mayor y seguro por consecuencias de la silicosis. Los dos quedamos trancados en una peligrosa mina donde el gas a punto estuvo de matarnos.

Aladino Suarez Llaneza, padecía de una fuerte silicosis, como casi todos los mineros, pero no estaba como para morir, todavía trabajaba en las labores de sus fincas y vivía con normalidad, dentro de lo que supone padecer esta terrible enfermedad. La muerte lo sorprendió precisamente en una de sus fincas, La Raposa, su preferida, por estar situada en la montaña. Allí tenía una buena cabaña provista de lo necesario para dormir y cocinar. Consideraba ese lugar para recrease y tomar buenos aires de montaña. Tiempo atrás había hecho un comentario a la familia, de esos que surgen en la vida y sin pensar en morirse claro. Les dijo que cuando le llegara la hora le gustaría que fuera en el prado de La Raposa. Aquello se iba a cumplir. Un día, ya cercano a la Navidad, aunque estaba nevado, fue hasta ese prado a buscar el árbol de Navidad. Allí, sin más, se quedó para la eternidad. Cuando la familia vio que se retrasaba fueron a buscarlo y se encontraron con su cuerpo sin vida. Allí le sorprendió la muerte sin darse cuenta, aunque haya sido como él mismo pidió.

Fue un buen minero, aunque solo trabajamos unos días en la misma rampla. Los dos éramos picadores de carbón. Por eso le tocó intervenir, junto con otros compañeros, en mi salvamento cuando me quedé enterrado en la mina.

Eladio Suarez Llaneza, lo mismo que su hermano Aladino, fueron muy buenos vecinos y unos trabajadores de marca. Por ser vecinos de toda la vida nos vimos casi nacer y crecer, juntos por aquel pueblo de montaña, en La Bobia. Lo mismo uno que el otro tuvieron mala suerte porque murieron muy jóvenes. Aladino de la silicosis y Eladio no se que le pudo pasar, solo con unos días como si fuera una gripe y se lo llevo. Este hombre había sufrido la pérdida de una hija muy joven y eso fue un trauma muy malo para toda su familia. Todos los vecinos lo sentimos mucho porque en estos pueblos siempre hubo una convivencia muy amistosa y muy unida para todo. 

Siento la pérdida de estos hombres de corazón, siento por ellos y por su familia, que siempre estuvo muy unida a la nuestra. Con frecuencia recuerdo a sus padres, Bernardo Suárez y Josefa Llaneza, dos personas muy apreciadas, buenas y nobles. Trabajadores y buenos padres, y vecinos de toda la vida. Bernardo Suarez, para los vecinos Bernaldo el de Josefa, murió en accidente te trabajo en la mina, cuando sus seis hijos eran muy pequeñitos. La mayoría de los hombres de nuestro pueblo murieron en accidentes de mina o por la maldita silicosis, así discurrió la vida de los mineros, entre el duro trabajo accidentes y las peripecias de la pos guerra. 

Allí, delante de la casa de Josefa Bernardo, pasamos parte de nuestra juventud. Había un cobertizo donde tenían el carro para bajar la hierba de los prados de alta montaña y los aperos de labranza. Por estar bien ventilado y con hueco suficiente nos servía para cobijarnos de la lluvia y del calor y para estar de tertulia. La casa de esta familia está situada en un lugar estratégico, con vistas a casi todo el valle. Este lugar y el Xerru de la Muezca de La Bobia siempre fueron los lugares preferidos por todos nosotros para tomar el sol y pasar el tiempo de la invernada cuando no se podía trabajar en el campo. 

Una respuesta a Grabe accidente en la mina

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