Al incorporarme al trabajo Alfonso me destinó a la Rampla San Luis de cuarta Pozo San Mames. Era la chimenea que habíamos subido, anteriormente cuando yo era ramplero y que tan mala era. Tenía todos los defectos: falsa, había que empiquetar el techo, daba agua, el carbón duro de picar y del medio para bajo era tumbada y no andaba ni el carbón por las chapas. Era de lo malo lo peor, como estaría de duro que en algunas series había que disparar al carbón.
Cuando fui a destino el sábado, antes de entrar el relevo de las tres de la tarde, Alfonso me destinó para entrar el lunes a las seis de la mañana a esa Rampla. Terminó de meter a la gente y más tarde bajó por esa Rampla. Al llegar a lo alto del contraataque se encontró con el vigilante y cuando atravesaron por el paso de obreros que había en la parte superior de la Rampla comentó con el vigilante:
Los picadores que tienes “no pican ni para el vale de carbón”. Era l cupo de carbón que daba la empresa a los mineros casados. El lunes vendrá un picador que va a darles una lección de cómo se trabaja. Es un chaval muy joven, mira por él, hay que hacerlo posteador y más tarde será vigilante.
-¿Quién es, Corsino? Le pregunto aquel zorro de vigilante.
– No aunque también es muy bueno, los dos son de lo mejor del pozo éste le dijo.
-Es Arsenio Bobia.
-Si es bravo, trabajo con migo en la escribana de 4ª y fue un buen esporiador, nadie consiguió manejar aquel mal trabajo como él.
Corsino de la Potoxia Santa Bárbara, siempre fue de lo mejor que hubo. Fuimos compañeros y amigos, trabajamos juntos en rellenos. Aunque nos vemos muy poco nos seguimos apreciando como siempre, cuando nos encontramos, siempre recordamos algo de nuestra historia de mineros, todavía nos consideramos compañeros. Esas cosas del duro trabajo de la mina nunca se olvidan y a los compañeros tampoco.
Mientras que los dos tenían esa conversación, un picador de aquella rampla se encontraba detrás de una encelegada haciendo sus necesidades. Al sentirlos llegar apagó su lámpara para escuchar su charla.
Dado que la Rampla era muy mala y el precio del metro por avance era muy bajo, los picadores habían decidido ponerse a bajo rendimiento, y con toda la razón.
Desde luego que aunque no fueran muy bravos, tenían toda la razón, era uno de las Ramplas peores del pozo y con poco precio.
El picador que escuchaba y que bien me conocía, pues había sido su ayudante en otras Ramplas antes de irme a picar, además de vecinos. Comunico a los compañeros lo que a cava de oírles.
El lunes entramos al y trabajo, pero por el camino no me enteré de nada. Íbamos un grupo de varias ramplas, se charlaba normalmente como siempre. Al llegar al contraataque y poner la madera en tira, observé que nadie me decía ni hola, aunque todos eran conocidos de haber trabajado juntos o cerca. Estaban en silencio, cosa anormal en un grupo que siempre tenía algo que comentar.
Al darme cuenta de que era conmigo el tema, pregunté a uno que había sido mi picador y que siempre nos apreciamos mucho:
-¿Qué es lo que pasa, Tino? Observo algo anormal entre la gente de esta Rampla.
Éste, que no quería quedar mal con los otros, se rió y me contestó con sus chistes sin darme ninguna clase de explicaciones.
No tuve más remedio que dedicarme a investigar por mi cuenta. La primera medida que tomé fue el controlar a todos la tarea de cada día. El vigilante me destinó a la última serie de abajo. Cuando terminamos la tira y llegamos al punto.
Ya estaba solo en mi tayu, llegó este vigilante y me dijo:
-Bobia, en esta serie no vas a poder trabajar casi nada, el carbón no baja por lo llano que está, tendrás que dedicarte a exporiar. Pica lo que puedas, ya te pagaré un promedio.
Me puse a picar y se fue. Entonces aprovecho la ocasión para ir a la serie junto a la mía donde estaba Tino Asenjo y de nuevo le pregunte:
-¿No sueltas prenda, muchacho? ¿Qué pasó por ahí?
Nada le pude sacar. Siguió con sus bromas. Al marchar le dije:
-¡Qué equivocación hay por ahí si yo no hice daño a nadie! No entiendo nada de lo que pasa.
El tipo, sin soltar nada pero con su forma de actuar, que yo bien conocía, insinuaba que algo había. Se reía y no le saqué de sus gruñidos.
Regresé a mi tayu y seguí trabajando. Terminó la jornada y al salir tenía que pasar por el punto de cada uno, y vi que no se rendía lo normal, lo que me hizo pensar: “estos traidores no me dijeron que estaban a bajo rendimiento”. Desconocía lo que habían oído decir a los dos vigilantes. Quise estar seguro de lo que pasaba. A los tres días fue la primera visita del vigilante, que precisamente era el que no me pagó las horas en la Escribana de cuarta, y que me explotó picando en un lugar peligroso. Yo, muy disgustado por lo que estaba pasando sin haber intervenido en nada y sabiendo quien era aquel zorro vigilante, le dije:
-Eres un traidor, tan traidor como estos oveyas que no saben a quién tienen delante.
Me escucharon por lo menos dos o tres picadores, los más cercanos a mi serie. Seguí diciendo:
-Ni ellos ni tú me dijisteis que están a bajo rendimiento. Yo no soy un esquirol, no voy a marcar el paso a nadie, así que en esta serie, rotaremos una semana cada picador por turno, comenzando por el que me sigue y así sucesivamente. Y que os quede bien claro a ti y esos malditos borregos. Todo esto lo digo en voz alta para que se enteren y aprendan que yo no traiciono a nadie; eso es lo más bajo que un minero puede hacer.
El más cercano, Tino, se tronchaba de risa. El vigilante se fue y yo continué trabajando hasta la hora de la salida y tampoco me dijeron nada.
Al día siguiente, ya en el tayu, me llamó Tino y me dijo:
-Para un poco, Bobia, no quieras comerlo todo en un día, deja algo para mañana, y a ver si te pasa el enfado.
Yo, que bien le conocía, me di cuenta de que quería charlar conmigo. Me desplacé a su serie y con una sonrisa le dije:
-¡Habla canalla, habla! No debía perdonarte, fuiste duro conmigo,t ú sabes que yo no merezco esa farsa. Fuiste el peor de todos, porque siempre te concederé un amigo y me fallaste, me trataste como si fuera un desconocido y eso lo has hecho muy mal. Bien sabes que ante todo soy un compañero, no un traidor.
-Perdóname, metí la pata, es cierto que no mereces eso. Por eso te voy a informar de lo ocurrido.
-¿Por qué tardaste tanto si sabías cómo era yo? Las pasé mal y me hiciste enfadar con el vigilante.
-No te preocupes, se lo tiene bien merecido, le dijiste la verdad. Es muy mala persona, un traidor de los malos de verdad, lo mismo que no te pago, lo hace con todos, es un ladrón del sudor de los mineros, no tiene otro otro caslificativo, dijo Tino Asenjo.
-Es de lo peor que se conoce, se ríe hasta de su.sombra. Pero conmigo esta vez se equivocó, yo no marco el paso, pero tampoco me voy a pelear con él, le dije, prefiero marchar de la rampla si fuera necesario, no me pondré a la altura de ese farsante.
Porque vas amachar, tú cumples como uno más y nada te puede hacer, le dijiste la verdad pero con respeto.
A partir de aquel momento todo se acabó. Seguimos a bajo rendimiento y sin problemas, aunque con aquel vigilante no se arreglaba nadie. Lo tuvimos que tragar largo tiempo. Tino Asenjo fue el que escucho la conversación de los dos vigilantes y el mismo me lo conto.
Trabajé una temporada en esa maldita Rampla que, era una de las peores del pozo. Mi serie, como algunas más, echaba agua sin cesar, pasaba toda la jornada debajo de esta lluvia con una gran mojadura. No había con quien tratar. Hasta el vigilante era malo. Todos estábamos a disgusto, no se ganaba casi nada y no se veía forma de que le pusieran precio. Trabajar en un punto tan mojado, con un techo tan falso y, además, sin dinero era demasiado, un suplicio.
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