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Seguí trabajando en aquel perrillo del “Ramplón” en la María Teresa, allí derroché mis energias  por cuatro perras. Todavía estaban las cosas muy mal, se comía poco y se trabajaba mucho. En aquel tiempo se casó mi hermano Belarmino, “Mino”en el pueblo de La Cuesta Los Valles de La Bárgana. Allí tuvo lugar la boda. Fue un día grande para todos, lo pasamos muy bien, una buena comida, buen baile con acordeón. Aunque en esos pueblos no había” luz”ni en las casas, se alumbraba con “candiles de carburo”, (Conservo uno de estos candiles por curiosidad) Fue una juerga de categoría, con comida y cena. Todos comimos hasta hartarnos. Mi hermano “Constante” y yo hasta acompañamos una moza. Aquella boda fue la más popular, una de las mejores, creo que por dos razones: una por ser la primera que comí hasta hartarme y la otra porque fue la boda de mi hermano “Mino”, que siempre fue muy apreciado por todos nosotros. Yo soy el que le sigo en edad, nueve años más joven que él y que corrí por el mundo cogido de su mano, con cariño y con gallardía, la que Mino siempre tuvo. La boda de Joaquina y Mino, siempre será recordada entre muchas cosas, el bailar a la luz del carburo y del candil, porque había barios, “el candil” lo hay de de distaintas formas. El mas normal es un recipiente de fundición donde ba el aceite y que por medio de un agugero sale una mecha para quemar el aceite, lleva un gancho para congarlo. Este fue el primitivo, depues ya vino el carburo que es mas potente para alumbrar

La boda fue de sábado y el lunes entré a trabajar a las seis de la mañana. Seguía en el famoso “Ramplón”. Me sentía mal, aquella tarea fue escasa, no me dejaban trabajar los dolores que padecía en mi barriga. Llegué a casa y no pude comer, tampoco había comido el bocadillo de la mina. Me metí en cama. Al día siguiente fui al trabajo pero tampoco pude hacer nada. Así hasta el jueves que llegó el vigilante “Pano” y me encuentro tumbado en el tayu, me dijo:

-Estás malo Arsenio, vete para afuera, tienes que estar muy mal para estar echado y sin trabajar.

-Me siento muy mal, saldré cuando el relevo.

Permanecí allí, ya no faltaba mucho para la hora de salida. Pano estuvo conmigo observando lo mal que me encontraba. Se acercó y puso su mano en mi frente, que a pesar de estar parado, estaba sudorosa por lo que sufría. Pano dijo:

-Estás muy mal, tienes una fiebre de espanto.

Ya no me dejó solo, llegó la hora y me ayudó a bajar el contraataque. Se quedó en la galería y yo seguí con el resto de los compañeros. Nos despedimos y me deseó suerte diciendo:

-No dejes de ir al médico, que estas muy fastidiau, no vaya ser que te pase algo malo.

-Gracias amigo.

Ya nunca volvería a la María Teresa de tercera planta a trabajar con “Pano” a quien recordaré mientras viva por lo buena persona que fue, y a la Rampla, por ser muy buena y donde se picaba muy bien, excepto en el Ramplón, donde comencé mi oficio de picador de carbón.

Llegue a casa y fui a la cama de frente, mi madre me dijo:

-Llevas sin comer varios días ¿no te pasan los dolores?

-No solo no me pasan madre, ya no puedo con más.

Llegó mi padre, que también venía de la mina, trabaja en el Pozo Cerezal. Mi madre le puso al tanto de lo que me pasaba. Subió a mi cama, me palpó un poco la barriga y dijo:

-Levantate y vete al médico, seguro que será el apéndice, puede ser peligroso, ya llevas días aguantando y estas sudando.

No me gustaba salir de la cama, no me sentía con fuerzas para caminar tan largo camino. Mi padre me ayudó a levantarme y me fui. Bajé hasta el cargadero Santa Bárbara, que llamábamos “la hullera” porque allí estaba el botiquín de accidentes y el consultorio médico. Eran las 5 de la tarde, había gente esperando, pero al verme tan mal me dijeron: ¿Pasa al  medico, estas muy mal?.

Él médico era Dr. José Roca, muy buen profesional, agradable y muy buena persona. Sabía tratar muy bien a sus pacientes y fue muy apreciado por todos.

Debía notarse mucho mi mal estado porque al verme, dijo:

Es posible que sea el apéndice ¿dónde te duele?

Le indiqué y dijo a la vez  que me ayudaba a subir a la mesilla para reconocerme.

-Estás muy grave ¿Tienes algún conocido en la consulta? Sí, hay un vecino, Marcelino Suárez. Abrió la puerta y preguntó por él.-Pase ¿viene usted a mi consulta?-le preguntó. Sí, vengo a por él parte, estoy de baja. Se lo daré al momento ¿Puede acompañar usted a Arsenio al hospital? Es muy urgente y no puede ir solo en el autobús.

-Sí, dijo Marcelino. El médico le rogó que por favor no nos detuviéramos por nada, estaba en un estado de máxima gravedad. Salimos de allí a coger el autobús, tan mal me sentía que ya no era a caminar. Iba con la mano in la barriga sujetando y agachado sin poder ponerme derecho, la gente miraba y preguntaba ¿qué le pasa que tan mal esta? Llegamos al Sanatorio Adaro de Sama, le dimos la carta al médico y sin mirarme dijo:

-¡Al quirófano rápidamente! ¡A la mesa de operaciones! 

“Marcelo”, que era amigo mío y habíamos trabajado juntos en el Rimadero, hoy es mi cuñado. Más tarde se casó con mi hermana Laudina

Mientras me operaban esperó a la puerta del quirófano.

Salió el médico que me operaba con una tripa en la mano y le preguntó

-¿Qué tiene usted con el enfermo?

Marcelo, casi no era capaz a contestarle, creyó que había muerto. Cuando reaccionó, le dijo:

-Somos amigos y vecinos, ¿es que murió?

-No murió, se salvó por poco. Ya tenía el apéndice cubierto de pus, para salir la gangrena. Creemos que puede salvarse porque es joven y fuerte como un mulo, no todos aguantan tanto, es increíble que haya podido llegar por sus pies. 

Marcelo le dijo, si, se ve bien lo mal que esta, ya no podía ni caminar para llegar, además de que tenía mucha fiebre, su frente quemaba. 

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