Mi destino como picador de carbón a la María Teresa de 3ª Planta sur, Pozo San Mames Entrábamos por la planta de segunda para dar tira a la madera para abajo, para evitar el desplazarla cuesta arriba por la Rampla. El vigilante era Cipriano, “Pano”, Era vecino de un pueblo de la cuesta de Laviana, un gran minero, conocedor de la mina además de muy buna persona, buen pagador y muy inteligente. Desde aquí quiero recordarle con gran afecto. Se murió siendo joven, lo que sentí mucho
Porque además de enseñarme a postiar con amabilidad y arte, supo pagar al trabajador lo que se merecía. Fue hombre bravo, nuca tuvo miedo al gran jefe que sabía patear al débil. Pano, tampoco se dejo avasallar porque sabía cumplir como tiene que ser. El hombre debe ser recto y caminar siempre por el sendero de la verdad y sin curvas ni gaitas.l La persona que no cumpla, va equivocada por la vida, mas tarde o mas temprano vera las consecuencias, porque los demás no son tontos.
Aquella Rampla era muy buena, el techo y el muro muy seguros, el carbón andaba por las chapas y muy bueno de picar. Con una potencia de setenta cm. a un metro, realmente lo mejor para un novato como yo que solo tenía dieciocho años. Alfonso, que también le recuerdo mucho, sabía a dónde me destinaba para ayudarme también, a ser un bien picador.
Comencé a picar en una serie situada en medio de la Rampla, me asignó diez metros de altura. Bajó el vigilante Pano a mitad de la jornada para visitar los trabajos y vio que yo ya había terminado y me disponía a colocar las dos últimas mampostas. Se dio cuenta de que eso no era mi fuerte y me ayudó a colocarlas, sorprendido, dijo:
-¿Cómo te las arreglaste para hacer esta tarea tan grande?
-Está muy bueno de picar. Si me puedes aumentar el tajo mejor.
-¿Cuánto crees que puedes hacer en la tarea? Hay libre otros siete metros, ¿serán muchos?
-Creo que puedo con ellos.
-Ahí los tienes.
Me puse de nuevo a picar y cuando llegó la hora de salir ya los había terminado de picarlos, además de palia el carbón para echarlo al pozo claro. Seguí con los diecisiete metros de altura, aunque un poco apurado los hacía todos los días. Se me daba muy bien el martillo, a pesar de no saber postiar, me faltaba práctica. Resultaba más difícil que manejar el martillo. El motivo de haber sido destinado a diversos trabajos no me permitió aprender tan rápido como yo quisiera, además era muy joven. Como en todo los oficios, el aprende lleva su tiempo, de haber sabido poner la madera todavía sería poca la altura que me asignó.
Perdía mucho tiempo en el posteo y fue aquí donde intervino Pano el vigilante. Me ayudaba algunas veces a postiar el tayu, me enseñaba a la vez que me decía:
-No hay quien te gane a picar, el día que aprendas a postear, serás uno de los mejores picadores del pozo. Picas como una locomotora, muchacho. Eres muy joven, solo tienes 18 años, no te “azotes tanto”, (eso quiere decir, no trabajes tanto) a ese paso te estropearás muy pronto. Tienes mucho tiempo por delante, tranquilo me decía aquel hombre de buen corazón. No se daba cuenta de que él había sido un picador como una montaña y que también se murió siendo joven de silicosis y por exceso de trabajo. Lo que siempre ocurre con los hombres bravos de la mina. El también quiso “comer al trabajo”. Su destino fue morirse reventado y silicótico, sin poder ni respirar y hasta que los pulmones terminaron deshechos por el polvo del carbón, que los cubre, pegado como el cemento y sin medios para poder combatirlo.
Un día, mientras me ayudaba a postiar, me dijo:
-No conozco a tu padre y me gustaría conocerle, me han dicho que es un picador de los pocos conocidos y que no hay quien le meta mano en su oficio. Tú vas a ser como él, solo te falta que aprendas el posteo y con tu afición lo conseguirás en poco tiempo. Pero no te olvides de trabajar un poco más despacio, no quieras comer a la mina, porque a ese paso que tú trabajas ella terminará contigo, entre lo mucho y lo poco hay en medio.
A los veinte días de picar en aquella rampla, una madrugada, cuando llegamos a la guía y nos disponíamos a poner la madera en tira, “Pano” me dijo:
-Bobia, tú no pongas madera en la tira, vas a utru tayu. Vete al travesal a buscar una manga para empalmarla con la tuya, al tayu que vas no te alcanza una sola.
Marché a buscarla, yo siempre tenía la costumbre de llevar mi lámpara colgando del pescuezo y de caminar a velocidad, al momento regresé y como mi dirección hacia el travesal era distinta a la de la guía, ni él ni los compañeros me pudieron ver, al llegar de nuevo, oí que Panó les dijo al resto de picadores en voz alta, pero con el buen corazón que él tenía y sin faltarles:
-Sois unos gallinas, entre dieciséis picadores que estáis aquí, Bobia, al recuento de la tercera semana ya tiene el doble de metros que el que más tiene de la Rampla. Tengo que mandarlo al Ramplón a comerle el sudor, me da mucha pena pero no puedo hacer otra cosa. Las pasaré moradas, no sé quién aguantará al Capataz cuando a final de mes vaya a pasar con él y vea esa cantidad de metros, ¿qué me dirá? Casi no me lo creo ni yo que un guaje que empezó hace días se come el trabajo de esa forma.
No tuve más remedio que quedarme hasta que terminara aquel repertorio. Me resultaba un poco apurado y esperé, hasta que comenzaron la tira de la madera.
El famoso “Ramplón” arrancaba del “contraataque” de adelante, donde comenzaba a formar la base de la Rampla. Siempre se llevaba este trabajo adelantado para dar paso a la Rampla, en el momento en que esta se alejara del otro “contraataque” (Es donde se almacena el carbón) para de un relevo, para que pudieran trabajar y no les estorbara. Se arrancaba una sobreguía y tres o cuatro series, dependiendo de la pendiente de la Rampla. Salía la diagonal, que podía ser de unos veinticinco metros de altura, hasta enlazar con la línea de la rampla, que se explotaba en un frente, donde picábamos dieciséis picadores divididos entre los doscientos metros de altura que tenía esta Rampla.
Esta longitud, a pesar de ser como casi todas de planta a planta, se a largaba mucho por su escasa pendiente, pero un buen tajo y buen carbón, sin duda era la mejor Rampla del Pozo. Lo mismo las del Rimadero que las de la zona de Blimea o las de la segunda Rama eran muy anchas, falsa y con mucho grisú además de verticales donde había que postiar de “chulana” Esto es poner madera al tacho y al muro, por estar casi vertical y ser tan peligroso el muro como el techo.
Para trabajar en estas había que ser un buen profesional y saber potiar muy bien y todo era poco. Desde luego yo en esas no me defendería hasta más tarde que supiera postiar mejor, eran muy malas y peligrosas. Basta decir que el mandar a un picador normal, a la segunda rama ola zona de Blimea, era considerado como un castigo.
En mi finca de Sotrondio, tengo una obra de posteo de “chulana”Como un pequeño museo de mina igual que se hacia en esas Ramplas de mucha potencia y verticales. Esta techado y bien conservado, la dedicamos al cobijo de las gallinas y gallos de caleya.
Deja una respuesta