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La señora que le gusto todo menos trabajar

Lucrecia una señora muy amiga de adueñarse de lo ajeno, de trabajar nada, de beber mucho y  muy amiga de hacer favores a los hombres. Parece que entre las visitas que recibía en su casa, Alguna era a los del monte. Aunque la gente lo sabía nadie se preocupaba del tema, bueno es que la gente goce cuando pueda; pero como casi siempre el demonio anda sueltu, así decía mi abuela Filomena, cuando algo le salía mal. Un día una señora, que creía que su marido también pasaba por la casa de Lucrecia, se le ocurrió denunciarla a la brigadilla. Les dijo que esa señora era una zorra, la querida de los del monte y que casi todas las noches dormía uno con ella.

Lo que nunca supimos y nos llamó la atención de todos, fue cómo se enteró la bondadosa señora de que había sido denunciada, solo se sabía que ella estaba siempre en guardia, vigilando porque suponía que muy pronto vendrían a detenerla. Bien sabía que estaba terminantemente prohibido relacionarse con los contrarios al régimen.

Lucrecia, que a pesar de valerle casi todo, no era tan tonta como para no darse cuenta de que tarde o temprano vendrían a por ella, siempre estaba vigilando para saber cuándo llegarían y librarse de ellos con facilidad, haciendo una de las suyas. En efecto: como ella pensaba, una mañana les vio llegar y se preparó para recibirles. Se acercó a la cuadra, soltó una cerda y cuando iban a detenerla la encontraron montando aquel animal que era enorme, una cerda reproductora, la mayor que tenía su padre. La cerda que no le gustaba su cargamento, gruñía tanto como corría, pero no conseguío librase de la señora que sabia montar. Aunque el animal era potente porque pesaba m.as de 200 kilos, la señora pesaba unos 80 que era mucho para un animal de patas cortas, pero pudo con ella. Aquello fue la comedia del pueblo durante unos cuantos días y nunca nos olvidamos de aquella ocurrencia de Lucrecia.

La cerda con su montura se alejo por aquella caleya a toda marcha, la mujer bien agarrada consiguió alejarse de la vista de la fuerza. Sorprendidos de aquel espectáculo que no dejaba de ser gracioso, pues seguro que nunca vieron una mujer a caballo de una cerda, se marcharon riéndose a carcajadas y seguro que pensando que se trataba de una mujer mal de la cabeza. Se fueron y nunca más la molestaron. Lucrecia siguió con sus amantes y dándole a la botella como siempre.

Nadie pudo enseñarle a seguir otro camino. Vivió como quiso. Decía uno de su familia que la cabra que al monte tira no hay cabreru que la cuide. Muy cierto, siempre fue así y seguiría su retorcido camino hasta su muerte. Aunque murió de la cirrosis por tanto beber, aguanto más que un caballo, duro unos cuantos años más de lo que los médicos decían. Desahuciada y sin dejar la bebida ni sus favores a los hombres, siguió su rumbo hasta el final. Fue más dura que un regodon, decían los paisanos del pueblo. 

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