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Cuando desperté tenía varias  metralletas apuntado a mi cabeza, del susto que me lleve casi me quede sin habla, tarde en reaccionar.

Una mañana, a las nueve llegaron a nuestra casa un grupo de la brigadilla, a cachear todo hasta la cuadra del ganado, por si teníamos a los de la guerrilla guardada. Los recibió mi hermana Laudina. Yo  me encontraba en cama porque  trabajaba en la mina, al relevo de la noche y me había acostado a las siete de la mañana. Hacía poco tiempo que me habían destinado al relevo de la noche.

Le preguntaron si había más personas en casa, asustada del miedo que les teníamos, no se recordó qué me encontraba durmiendo y les dijo que estaba sola.

Comenzaron el cacheo, cuando llegaron a mi habitación y me vieron tapado hasta la cabeza porque había una fuerte helada y no teníamos calefacción, me encañonaron con sus armas y gritaron

-¿Quién es él que está en cama?

Con los gritos de uno de ellos y de mi hermana, que llorando les dijo:

-Es mi hermano, no me acordé de que trabaja por la noche.

-¿Cómo se llama y qué edad tiene?

-16 años-. Les dijo Laudina.

Me desperté asustado, y les dije: porque me encañonan así, yo no hice daño a nadie.

Uno de ellos, como si fuera un salvaje, tiró de la ropa de la cama. Allí me quede asustado, delante de todos y casi desnudo, en “calzoncillos y camiseta de tirante”, no teníamos ni pijama. Seguramente para asegurarse de que no tenía armas, y con mucha brusquedad me ordenó que saliera de la cama inmediata mente. Revisaron toda la cama y hasta debajo de ella.

Me preguntaron dónde trabajaba y por qué a ese relevo de la noche, con quién trabaja, en qué punto, quién era mi jefe. Al ver que era un chaval y comprobar mi carné de identidad ya se serenaron. Pero el susto que nos dieron fue demasiado. Una persona del corazón no lo aguantaría. Lo mismo mi hermana que yo nos llevamos un fuerte disgusto. Nos trataban a todos muy mal, seguro que el miedo les hacía rabiosos. Hay que decir también que con ellos venían siempre alguno de aquellos que pertenecía a la llamada contra partida y que conocían a la gente porque trabajaban por allí, eran de la zona. Por esa razón nos preguntaban, ¿Con que vigilante trabajas? en qué punto y que trabajo realizábamos.

Según los comentarios de los mayores, decían que algunas veces eran peor los que les acompañaban que la misma fuerza.

Con cierta frecuencia cacheaban las casas de los pueblos, porque decían que todos éramos rojos y  colaboradores de los maquis, así les llamaban. Llegaron a mi propia cama con metralleta en mano y más fieros que un puma. Cacheaban toda la fincas, no dejaban ni un rincón libre y nos obligaban a acompañarles siempre delate de ellos, maltratándonos unas veces de palabra y otras veces dando leña a la gente sin más, solo porque no les decíamos donde estaban los del monte. Lo que menos nos importaba a la gente eran sus problemas, nosotros lo que queríamos era trabajar y vivir aunque fuera con hambre, pero no despreciados sin ningún motivo, ni meternos a denunciar a nade.

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