Además de herido, “trancado” en un pozo lleno de carbón, en la escribana de 4ª Pozo San Mames.
Lo que sufrió Payarin al ver que me quedé trancado desengolando un pozo en la Escribana de 4ª sur sin saber lo que me había pasado, primero por encontrarme herido y más tarde por quedar trancau en un pozo que él no conocía y al que yo había subido dos veces: la primera vez para reconocerlo y la segunda para cargarle el primer tren de esta rampla, parada desde mucho tiempo atrás y por lo tanto muy peligrosa ya que uno nunca sabía el estado en que se iba a encontrar aquella mina.
“Payarin,” era el (trenista) de aquella zona, no se su nombre porque siempre le llamaron por ese nombre, por ser de ese pueblo
Payarín colocó el primer vagón de su ntren para cargar y cuando me disponía a subir al pozo, ya sobre el vagón para entrar por la boca de la rampla, le dije:
-Payarín voy a soltar para cargar un vagón. Cuando se llene, toca en la tubería para que pare y puedas poner otro a cargar. Vuelve a tocar al terminar con cada uno y así sucesivamente para todo el tren. No te olvides, porque si no lo haces, me dejarás trancau y no podré salir sin que me rescates por abajo y para eso tendrás que “esporiar” tú solo todo un tren de carbón y en esa llanura acabarás reventado o no podrás. Es un trabajo para un oso y no para un hombre con tu estado de salud.
Este hombre era asmático, debería estar retirado pero en aquel tiempo eso no sucedía. Era un dolor ver lo que aquel pobre hombre sufrió y yo lo sentí mucho porque era una gran persona: callado, trabajador, muy prudente y buen compañero.
Subí al pozo y comencé a soltar carbón. Salieron bien los tres primeros vagones y seguí soltando carbón para el cuarto. Yo no podía saber cuánto carbón había bajado. Cuando teníamos ya casi medio tren cargado el estrechón se tapó y el carbón llegó hasta mí. No sentí la señal, quizá Payarín se olvidó de hacerla, nunca supe lo que ocurrió. Aunque no había ningún peligro inmediato el caso es que yo me quedé trancado. Después del estrechón había un ancho lo suficientemente grande como para que el carbón no me enterrara y yo pudiera permanecer sentado sobre esa masa de carbón, libre estaba, pero sin poder salir.
El problema estaba en que la única salida era por la que había subido y que ahora estaba bloqueada por el carbón. Por la parte de arriba el pozo estaba lleno con más carbón y no había salida. No me quedó más remedio que esperar sin saber lo que pasaría: si Payarín iba a resistir todo aquel esfuerzo, que era demasiado o le pasaría algo debido su delicado estado de salud.
En este tiempo, pasaron por mi mente muchas cosas pero lo más importante era lo mal que él lo iba pasar. Él no sabía cómo me encontraba. El sufrimiento que tuvo que pasar pudo ser lo suficiente como para restarle fuerzas además de las que ya perdía el hombre por su grave enfermedad. Seguro estaría pensando que todo era por su culpa, por no haber dado la señal a tiempo, y que yo pudiera estar enterrado.
Los dos estábamos sufriendo el uno por el otro esperando a que todo saliese bien. Además, eso iba suponer un retraso para terminar de cargar la tarea. Ya eran más de las cuatro de la madrugada y habíamos entrado a las seis de la mañana del sábado. Con un pequeño bocadillo, y en medio de aquella soledad tuve tiempo a pensar de todo, y hasta en la “fame” que tenía y la que podría pasar ya que no sabía cuándo podría salir de aquella encerrona. Podía pasarle algo al trenista, ¡sabe Dios cuando vendrían a buscarnos! Mientras se dieran cuenta de que faltábamos y hasta que nos encontraran seguro que llegaba el lunes. Estos y otros pensamientos pasaron por mi mente y no sé cómo nos las arreglamos para que siempre, en estos casos, uno pensara en lo peor.
Este hombre, asustado, se puso a bajar carbón a toda marcha, dentro de lo que él podía. No cesó de llamarme pero yo no le podía oír. Cuando llegó al estrechón y me estaba destrancando le sentí cerca trabajar y le llamé:
-Estoy bien, no te apures, descansa un poco.
Al oírme dijo:
-¿Falta mucho?
-Estas muy cenca desvansa un poco, le dije, no te revientes, no pasa nada.
¿Cómo estaría de nervoso y asustado, temiendo que me pasara algo, que no cesó en su empeño hasta que ya pude pasar a donde él estaba? Se quedó tumbado en la misma chapa ¡Le caían unas gotas de sudor enormes! estaba reventado. Me daba pena ver como respiraba entre aquella cantidad de polvo que producía el carbón al soltarlo. Se quedó rendido de tanto esfuerzo. Respirar en aquella atmósfera tan mala y con tanto polvo resultaba malísimo y desagradable hasta para los sanos. ¡Cómo las estaría pasando aquel hombre!
Allí estuvimos un tiempo hasta que pudo recuperarse pero ya contentos los dos de estar juntos de nuevo. Payarín se llevó un buen disgusto, lo mismo que yo, pero con la diferencia de su estado de salud. Yo, aunque sufría por él, estaba bien. El pobre Payarín estaba mal, sufría y tenía que trabajar hasta reventar para sacar a un compañero que no sabía como estaba. Le tocó lo peor en todos los sentidos. Pasé mucha pena por él.
Continuamos con la faena con mucho cuidado para que no volviese a ocurrir el mismo problema. Terminamos de cargar el último tren en esta Rampla para salir a las 6 de la mañana, nos tiramos exactamente 24 horas trabajando y todavía me quedaba bregar con la gran nevada para subir a mi pueblo. Payarín vivía también en un pueblo, pero de la zona de Blimea, donde había menos nieve por estar situada donde más daba el sol y tardaba más en cuajar la nieve. Mi zona con mas altura y azotada por el norte, donde las nevadas era muy grandes.
Mi pueblo de La Bobia, sin duda es uno los pueblos más castigados por las fuertes invernadas, donde la fuerte ventisca y la nieve azotan con fuerza y en cantidad. Además de la altitud, la muesca que hay entre las dos Montañas hace que haya unas corrientes en forma de cañón que son las que meten la tormenta, de agua o de nieve, vengab del norte o de poniente.
Cuando regresé a casa cansado y sudoroso, ya era media maña. El duro recorrido de cinco kilómetros montaña arriba y con tanta nieve lleva mucho tiempo. Desde luego ya había sido bastante mi tarea en la mina sin necesidad de esta nueva paliza con la nieve, pero las cosas son así. En casa me echaban en de menos y les suplían mucho las horas sin que llegara. No podían saber de mí, no había ni carretera ni teléfono.
También estaban aislados aunque en casa. Lo pasaron muy mal, les faltaba uno de la familia. Aunque suponían que estaría en la mina, pero sabían que sin nada que comer y que estaría pasando mucha “hambre”. Un simple bocadillo para 24 horas y trabajando es pasar demasdo, pero asi era la vida de los mineros, aquel dia nostoco a Payarin y ami , en otras ocasones toca a otros.
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