Trabajando en peligro permanente en la Escribana de 4ª Sur Pozo San Mames
Después de este pasado trabajo en el contraataque, me destinaron a rellenos en una mina muy peligrosa, ya que trabajábamos en la parte explotada y hundida por muchas partes. Había que estar toda la jornada debajo de grandes peñones, (rocas) cuarteadas que se podian soltar cuando menos lo piensas sobre nosotros. Pero había que rellenarlas para que no se hundiera la rampla. Aunque esta era muy falsa y peligrosa, daba mucho carbón y de muy buena calidad. Tenía una “potencia” (anchura) de techo a muro de tres y hasta cuatro metros, con terribles (repuelgos), siempre muy desigual. Un “repuelgo” es un techo en roca desigual y con ondulaciones muy peligrosas, Fallos de la roca que se cortan con facilidad y los hundimientos son frecuentes.
Éramos un grupo de cuatro hombres: Corsino de la Potoxia Santa Bárbara, dos forasteros y yo. Corsino era un gran trabajador y muy buena persona, vivo como un rayo para el trabajo. Siempre nos apreciamos mucho. En aquel tiempo estábamos considerados los dos guajes mejores del Pozo aunque él era mejor que yo, ya que sabía postiar bastante bien, aparte de ser mayor dos años, pudo aprender en la rampla con los picadores. En cuanto al resto de los trabajos éramos igual de bravos y decididos. Para estos trabajos normalmente iba un “postiador”, con dos o tres rampleros. Un “posteador” es minero esperto en la mina y que a falta del vigilante es quien dirige los trtabajos. A pesar de ser un trabajo difícil, Alfonso sabía que los dos podíamos defendernos al frente de estos trabajos.
Entre los dos nos las arreglábamos para dirigir los trabajos y nunca tuvimos un accidente. Manejábamos este trabajo como si fuéramos veteranos. Mientras que trabajábamos en ese punto un día faltó Domingo, “el esporiaor”. El vigilante de la rampla me dijo que fuera a sustituirlo por unos días hasta que volviera de baja. Pocos días estuvo sin trabajar pero lo suficiente para que aquel vigilante, que era como el anterior, no pagaba ni los trabajos reales cuanto más las horas extras, se diera cuenta de que yo manejaba aquel trabajo como tenía que ser y sin problemas. Por lo que ya no quiso dejarme ir a mi punto anterior. Le dijo a mi jefe que no había nadie que resolviera tan fácilmente como yo aquel maldito trabajo donde casi me cuesta la vida un poco más tarde.
Fue costumbre de toda la vida de los jefes el reventar de trabajo a los que dábamos el pecho. Ellos con decir: “ese no vale” se cubrían. Si ese no vale paga bien al que lo merece “canalla,” pero de eso nunca se acordó. La mayoría de los vigilantes siempre pagaron bien al que lo merecía por sus trabajos extras y peligrosos. Éste, en lugar de pagar, se reía de la gente, además de explotarte.
Allí tuve que tragarlo aun sabiendo que era muy peligroso y de mucho trabajo además de estar siempre solo “desengolando”. Si no era un pozo era otro, por si uno fuera poco a había nada menos que tres pozos: el de La Escribana de cuarta planta de adelante, la del medio y la de atrás. Este tremendo trabajo, lo soporte por obedecer Alfonso, que pagaba muy bien y que siempre le aprecié mucho por eso de saber mandar a la gente y valorar los trabajos como son, pero con el problema que allí el que tenía que pagar era el otro vigilante, pero eso nunca lo entendió.
En la rampla de a lante había doce picadores; en la del medio tres, y en la de atras cinco, que estaban sacando “las llaves” (un macizo de carbón), que tiene por la mina hasta abandonar la rampla. Para bajar el carbón, el pozo era de tercera a cuarta y por un lugar ya hundido toda la rampla y el pozo en muy malas condiciones, por estar parado de mucho tiempo y con “pelgones” (Anchurones) muy desordenados, hasta cuatro o cinco metros. Muy falso y peligrosos. La madera estaba rota y atravesada por cualquier lugar. A unos cien metros de la bocarampla había un estrechón donde se quedaba engolado el carbón con cierta frecuencia, por un peñón que se atravesaba.
La rampla de atrás con sus cinco picadores, tenia la producción de cinco dias igual que la anterior, estaban sacando las llaves de la parte de tercera planta.
El Pozo también estaba matado, hundido por los lados, y con bastantes peligros, era la misma “escribana”, o capa, con la misma falla y con los mismos “pelgones” y “sotambios,” pero con un problema añadido. En los últimos cuarenta metros por abajo estaba tumbado, el carbón no andaba ni por las chapas. Para conseguir que éste bajara había que antes limpiar bien y soltarlo desde arriba con fuerza. Por cualquier cosa el carbón se paraba y el minero se podía quedar trancado; ya que había la misma falla que en la rampla del medio. Esta maldita falla, que además de lo falso que resultaba, iba diagonalmente y por lo tanto había otro estrechón más, que si se “engolaba” te la jugaba y no podías salir hasta que fueran a rescatarte, sacando carbón por la parte de abajo del estrechon para abrirme paso.
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