Salimos de allí, ya nuca más volveríamos al lugar donde pudo ser nuestro fin. El vigilante ascendió al picador a posteador y nos destinó a otro filón, en La Julia de 3ª, a postear un contraataque que había que dividir en dos partes: una para el carbón y otra para la tierra, con una altura de veinte metros, y una anchura de cinco, donde había que almacenar el carbón de dos ramplas y la tierra de una galería de, lo que llamamos en términos mineros un “nivel”. Este contraataque tenía una pendiente casi vertical, como todos estos dedicados almacenar y cargar el carbón en los trenes para ser transportado al exterior. Esta obra era muy mala de realizar, las piezas para postearlo tenían que ser de eucalipto vigas de cinco metros de largo, verde y con un grosor muy elevado, para que pudieran resistir la presión tan grande que iban a soportar. Para entablarlo, en lugar de tablas, empleamos bastidores de eucalipto serrados al medio.
Para poder asegurar bien las piezas había que hacer una balsa al muro y otra al techo, con martillo de picar. Esto resultaría muy difícil. Para poder hacer la del techo, tenía que subir cinco metros por la pieza que ya estaba colocada y luego con una cuerda, subir el martillo de picar. Había que perforar la roca que estaba más dura que el cemento. Era arenisca pura, muy difícil de picar. Allí solo salían chispas y el esfuerzo era muy duro pero sobre todo para un joven, me faltaba experiencia porque solo tenía diecisiete años. Fue una obra de reventar, pesaba más el martillo de picar que todo mi cuerpo. Era de la cruz grande. En aquel tiempo no conocíamos los martillos de la cruz pequeña, que llegaron unos años después y que eran muchos más ligeros, pesan la mitad, aparte de que los de la cruz grande eran ya muy viejos y descalabrados, no daban el rendimiento normal, tenían demasiados fallos y eso revienta a quien sea.
No solo era el problema del peso, además estaban estropeados de tanto uso y no había material de repuesto para repararlos. Los sacábamos a reparar y volvían tal y como habían ido. Allí las pasé muy mal, andamiado en aquella altura. Si me hubiera caído me quedaría como una torta, estrellado en el fondo. Al recordar lo que luchamos y la esclavitud de aquella época y viendo como está la minería de hoy, me da mucha pena. Fue mucho lo que se luchó para conseguir poner las cosas un poco apunto. Aunque hoy en día los trabajo están mucho más humanizados, son más fáciles, están mejor organizados y tienen más seguridad, las cosas están muy feas. Después de conseguir todo esto lo mandaron todo a la porra, casi no lo creemos los que con tanta afición luchamos. Si los antiguos se levantaran de su tumba, volverían a morirse del susto que se llevarían al ver cómo están hoy nuestras minas, cerradas y abandonadas después de tanta inversión para prepararlas y el inmenso trabajo de la gente para conseguirlo. ¿Lo que han cambiado las cosas? Es para no lo creer, la destrucción de las minas, fábricas y la economía de nuestra región, paro, emigración y tristeza de la gente, sobre todo a los que trabajamos durante toda la vida con alegría y dinamismo, a pesar de los malos tiempos y peores jefes que muchas veces teníamos que soportar.
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