-¡Ya estamos a salvo, compañero! Dame mi lámpara que voy a saltar a la galería.
Hasta ese momento todo lo hice con la oscuridad de la mina. Allí no se podía manejar más que las manos. Solo Alfredo podía tener luz con las dos lámparas por estar arriba.
Nada más saltar a la galería vi una luz que se acercaba con rapidez: era Alfonso Cuello, nuestro jefe que nos echó de menos y fue a preguntar a lampistería si habíamos salido. Al ver que no estaban nuestras lámparas ni las fichas cambiadas bajó al pozo y mandó a un maquinista de la locomotora que lo llevara hasta el final del recorrido, que era el desanche de la tercera planta, hasta donde estaba electrificado para sacar los trenes de carbón de todas aquellas minas. Desde allí le quedaban ya a unos veinte minutos andando a paso normal, supongo que ese día los recorrería en me nos, ya que estaba muy asustado. Sabía las que se guisan en esos casos y sobre todo a allí que no había auxiliar y que en la segunda rama, como en el Rimadero y en el paquete de Blimea, el gas era como el pan de cada día, nunca faltaba y en cantidad. Al llegar junto a mí y verme tan mojado y negro como el mismo carbón me dijo.
-¿Qué pasó, Arsenio? ¿Estáis los dos bien?
-Sí, no hay problema, a la vez que tiraba el carbón de la boca rampla abajo para que pudiera salir el picador, que no podía pasar por el pequeño agujero por el que salí.
Salió el picador y después de saludarlo le dijo:
-Nos asustamos un poco pero Arsenio reaccionó muy rápido, a mí no se me ocurrió lo que él hizo.
Le contó todo el proceso y Alfonso, después de darme las gracias dijo:
-Eres decidido y duro como el acero, no se atreve cualquiera a meterse cabeza abajo en una vertical de tanta distancia y de esa forma, impone respeto, ¿no pasaste miedo Arsenio, me pregunto Alfonso?
Si pase miedo, claro, pero al grisú, usted sabe que el peligro lo teníamos a nuestra espalda y que en poco tiempo podíamos dormirnos. En cuanto al resto del trabajo sí que impone respeto le dije, pero era más el miedo a que llegara el grisú que a la profundidad del agujero y al tremendo esfuerzo que eso supone. Trabajando no sufres tanto. Pobre de nosotros si nos invade el miedo y nos quedamos parados esperando, sería mucho peor, allá nos podíamos quedar para la eternidad, el gas no perdona y lo teníamos ya a nuestro lado. El tiempo fue fundamental, un poco más y pudo ser trágico.
Así es dijo Alfonso, menos mal que se te ocurrió esa idea de buscar salida, sino a estas horas ya seria tarde, tuvisteis bajo un grave peligro.
Cuando describo este párrafo, recuerdo a los que lucharon en la guerra, que a pesar de ver caer a los compañeros en el campo de batalla como mosquitos, siguieron la lucha hasta caer ellos también y sin miedo a la muerte. Algo parecido nos ocurre a los mineros cuando vemos que estamos en un grave peligro de muerte, luchamos contra el miedo y los problemas de la mina, unas veces con suerte y otras nos quedamos allá como los del frente en la guerra. Así es la vida de dura, unas veces con alegrías y otras con duros avatares que hay que soportar.
Desde muy joven y no sé por qué razón, siempre tuve muy claro que el peligro nos acecha ya desde el momento de nacer. Nunca se sabe cuando nos toca, ni de qué forma y por eso lo mejor es luchar hasta el final y sin miedo claro. Porque eso es una ayuda muy grande para defenderse del peligro. Pensando de esta forma te evades del miedo, porque es así, realmente no sabemos nada de lo que va ocurrir. Todas estas cosas hacen al hombre más resistente, más valiente, no os olvidar de este consejo que es muy importante. Es posible que después de tantos problemas como tuve en los trabajos, me haya salvado por esa capacidad de reacción para luchar
La verdad es que al abrir aquel agujero, aunque no había llegado a la boca rampla, después de un tiempo comenzó a rodar en mi entorno la ventilación y eso ya evito que el grisú nos atacara. De no haberme decidido a sacar aquel carbón del agujero, ya no había más remedio que aguantarlo hasta que nos durmiera para siempre, ya que lo teníamos mismo a lado y este avanza con rapidez cuando no hay ventilación. Desde luego que esas decisiones en momentos trágicos, unas veces nos salva pero otras nos matan, así que adelante y hasta el fin.
Los tres salimos por todo el recorrido, como siempre andando y comentando la odisea que pasamos, mientras que nuestro jefe nos dijo que esa chimenea quedaría parada hasta que se le hiciera un auxiliar.
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