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Al poco tiempo fui destinado con un picador a subir una chimenea. Ya estaba considerado como un buen ramplero, además de ser “del país”. Ya que éramos a los que los picadores reclaman como compañeros para lugares peligrosos, pues aunque había gente de afuera muy trabajadora que acaban de llegar, no conocían todavía bien la mina y eso lo consideraban muy importante.

Comenzamos a subir una chimenea en San Luis de cuarta planta para la zona sur. Alfonso Cuello apreciaba mucho a aquel picador Alfredo Lamuño, era vecino también de nuestro pueblo y muy trabajador.

Para calar la chimenea de San Luis desde cuarta a tercera, se trabajaba a dos relevos. Con el otro  picador trabajaban dos rampleros, de veintitrés y treinta años, que llegaban de afuera y vivían en la residencia de la empresa. Para llegar a esta chimenea había que bajar dando “tira” ( ir dando la madera, de uno a otro hasta llevarla al punto de trabajo, para postear la mina) desde la tercera planta hasta el contraataque de cuarta, por la Rampla de San Gaspar, para luego subir por un contraataque que chorreaba agua por sus cuatro hastiales.

Es decir, para llegar a nuestro punto de trabajo, había que a travesar por otra rampla más, cosa anormal, porque una chimenea, normalmente arranca desde la galería de una planta a otra. En este caso desde cuarta a tercera. Alli la galería muy lejos y si entramos por cuarta había que subir por un segundo contraataque, muy largo y mojado tambien.

En la tira subíamos los materiales necesarios: la madera para el posteo, una chapa para bajar el carbón y la tubería para el difusor. Si esta tira resultaba muy pesada por ser la rampla larguísima y muy tumbada, peor era subir todo un equipo por el contraataque de unos veinte metros, casi vertical con tanta agua, donde cogíamos ya la gran mojadura. Lo mismo ocurría en la chimenea que también daba agua por toda ella, A medida que el testero avanzaba, el agua se iba recalando, por eso había que “empiquetar” poner tablas en el techo para evitar que se hundiera.

El picador en la tira se cogía la misma mojadura que yo, pero tenía la ventaja que subía otra ropa envuelta en un plástico para cuando llegáramos al punto de trabajo, se pudiera quitar la mojada y ponerse la seca, que era en el testero de la chimenea donde ya no se mojaba. No era ese mi caso, que tenía que aguantarme con la mojadura que cogía en la tira durante toda la tarea, porque el carbón había que esporiarlo” desde el testero hasta el contraataque a tirón de paisano. Y el agua que daba esta chimenea se iba corriendo para arriba cada día; por el mismo recorrido que los picadores avanzaban en su tarea. Estos tenían la suerte de que el techo tardaba en recalarse dos días, por lo que había unos tres metros donde no daba agua y que era precisamente donde el picador trabajaba.

Llovía como si de una nube se tratara. Hay que tener en cuenta lo que supone trabajar una jornada de siete horas en este trabajo. La jornada en el resto de la mina era de ocho. A pesar de tanta agua y bastante fría, no pasaba frío porque trabajando se entra en calor, pero la humedad y esa maldita lluvia penetrando tantas horas por el cuerpo resulta difícil de aguantar. Aparte de que no podía parar ni descansar por exceso de trabajo que había y por él frió que entraba si paraba, era un reventón diario. Por si esto fuera poco, los dos rampleros del relevo del otro picador me dejaban todos los días la chimenea “enrrastrerada” de carbón, dejarlo lleno y sin bajarlo al pozo. El trabajo para bajarlo, se multiplicaba por estar debajo del agua varias horas, se ponía duro como el cemento y pegado a las chapas. El esfuerzo para arrancarlo era doble, mientras que el trabajo diario, al no perder tiempo no le daba lugar a empaparse. De esa forma resulta mucho más fácil arrastrarlo a tirón de piernas, “eso es lo que se llama esporiar”. En un lugar donde está muy llano y no corre el carbón por las chapas.

A pesar del duro trabajo lo pude soportar, el picador se daba cuenta del exceso de mi trabajo y con su gran conocimiento de lo que esto suponía, un reventón de trabajo diario, Alfredo lo explicó a nuestro jefe, Alfonso. Le dijo que yo estaba reventado de tanto trabajo, que era insoportable, que me dejaban la chimenea enrastrerada los del otro relevo. Yo supongo que Alfonso nunca dudó de lo que Alfredo le dijo y tampoco de mí. Sabíamos que nos apreciaba mucho, pero un día quiso ver lo que allí había y el esfuerzo que me costaba poder dar saque solo a todo el carbón de mi picador, más lo que correspondía bajar a los otros, que eran dos.

Una tarde que entramos a las tres, cuando íbamos dando tira a lo último de la rampla de San Gaspar de 4ª, ya casi abajo para comenzar a subir el contraataque a San Luis, Alfonso después de meter al personal de todo el relevo, se desplazó para ver aquel tremendo trabajoy ayudarnos a dar la tira que tan mala resultaba. Quiso comprobar todo lo que allí había, cogiendo la gran mojadura como nosotros, y aguantó hasta finalizar el transporte del material que llevábamos y comprobó que, efectivamente, la chimenea estaba enrastrerada y llena de carbón, como siempre y de la forma que Alfredo le había dicho.

Cuando llegamos al testero se acercó a mí y dijo:

-Arsenio aguanta, sé que estás trabajando mucho pero te prometo pagártelo bien. Te he de ayudar porque eres un pura sangre como lo es tu padre y lo fue tu abuelo.

Le di las gracias por lo atento que fue al reconocer el enorme trabajo que había. Se despidió de nosotros y marchó a su trabajo, que era visitar como vigilante de primera que era, los puntos de trabajo: ramplas, chimeneas, contraataques, guías, travesares, pozos maestros y también el mismo transporte de la galería. Fue un hombre competente, trabajador y un buen jefe. Sabía bien quién trabajaba, así como el valor de cada productor. Fue un experto minero y con conocimiento para reconocer las cosas por su valor real. Sabía mandar y también pagar al que trabajaba. Eso es muy importante: reconocer y dar a cada uno lo suyo. Aunque siempre haya alguno que lo critique porque para todos no somos iguales, por muy bien que uno lo haga y sobre todo para el que no le gusta apurarse. Alfonso Cuello sí que fue un pura sangre.

Me pago una bonificación extraordinasria y más tarde al cumplir los diciocho años, me destino apicar carbón a una buna rampla donde se ganaba un buen jornal. Nunca se olvido de mibuen servicio como trabajador y cuando ya llevava dos años como picador de primera me puso de encargado, para ser vigalante al poco tiempo, pero la desgracia me lo impidió, cuando mejor vivia en la mina y ganando mucho dinero, perdi las dos manos y eso fue terrorífico lo que sufri.

La mina era el lugar de trabajo preferido para mi, donde yo mejor me encontraba, me gustaba, era minero de profesión y lo vivía con afición ya desde niño y nunca olvide a la mina.

Al perder las manos y dejar la mina, casi me buelbo loco, ni yo mismo se como pude salir delante de tanto dolor. Hay que ver que algunas veces hasta sueño trabajando en la mina, después de pasar 59 años de dejarla.

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