Get Adobe Flash player

Calendario

diciembre 2024
L M X J V S D
 1
2345678
9101112131415
16171819202122
23242526272829
3031  

Historial

Temas

Infancia

Mi madre enfermó del corazón, la cosa resultó ser muy grave. Los médicos decían que no había remedio para ella y, por si fuera poco, en lugar de una dolencia padecía cuatro complicaciones, una cardiopatía, una insuficiencia cardiaca, infarto de miocardio, y una angina de pecho, que le producían desvanecimientos espontáneos, en cualquier momento se caía al suelo, trabajando en las tierras o praderas. Yo, que casi siempre era el que la acompañaba por ser el mayor de los que quedábamos en casa, asustado le daba masajes al corazón para recuperarla, porque así me habían enseñado, temiendo que un día no se recuperara. Después de pasar el desvanecimiento mi madre seguía trabajando, sembrando patatas o cavando la tierra, o lo que estuviera haciendo. Era una mujer muy fuerte, su enfermedad se iba agravando pero ella no cesaba de trabajar. El especialista, Dr. Meneses, poco se equivocaba, era un gran profesional. Con cierta frecuencia a mi madre le atacaban aquellas afecciones que la mantenían en cama hasta uno, dos y a veces tres meses. Ella que contaba las estrellas y veía que se avecinaba su incapacidad para poder salir de casa, comenzó a enseñarme a comprar los comestibles. Me llevó a comercios y mercados, a todos los lugares a los que tendría que ir para poder abastecer la casa. Me daba explicaciones de todo lo necesario:

-Apréndete todas estas cosas, decía, porque cuando yo esté en cama, tú serás el que tenga que ir de compras. Ya sabes que tus hermanos mayores están trabajando y no pueden hacerlo.

Me presentaba a los mercaderes con los que más tarde tendría que tratar. En aquel tiempo cada uno tenía sus precios y los había muy estafadores. Había que entender de calidad y de precios, si no, estabas perdido y, por si estos temas fueran pocos, surgían otros no menos pequeños. No había carretera y los caminos estaban llenos de barro y de “chapúzales” de agua, casi intransitables.

El único calzado que teníamos eran alpargatas y madreñas y como el agua pasaba por encima, teníamos que atravesar los “chapúzales” con éstas en las manos, descalzos para no mojarlas. Algunas veces para poder rebasar estos lugares circulábamos por encima de las paredes que cierran las fincas y si te resbalabas te caías al fango. Otras veces saltábamos al prado para apartarnos del barro, pero cuando menos lo esperabas te encontrabas con el dueño, que lo prohibía y nos perseguía riñendo y con toda su razón, ya que el paso de la gente por las praderas lo estropea todo.

Además de este problema de caminos tan malos se añadía el tener que transportar los comestibles a hombros, desde Sotrondio  hasta mi pueblo, La Bobia, cinco kilómetros montaña arriba con una carga superior al peso de un niño de ocho años, que eran los que yo tenía.  

Todo esto lloviendo, nevando o con mucho calor, que con una buena carga también resulta molesto. Todos los días de la semana tenía que desplazarme cinco kilómetros para bajar a recoger el pan en el  economato de Sotrondio y después otros tantos para regresar . Y como éste lo transportaban desde la Panadería la Palma, en el Entrego, en un carro tirado por dos mulas, cuando era invierno y caían esas grandes nevadas, pasábamos el día entero esperando que llegara el carro de la Palma. Con hambre y con frío, para luego regresar, algunas veces oscurecía e iba temblando de miedo por los lobos que circulaban hambrientos por los montes cercanos.

Mi abuela me contó que en los montes de Reinosa los lobos se comieron a una pareja de la Guardia Civil. Atravesaban un puerto de alta montaña, y se encontraron con una manada hambrienta. Primero les dieron fuego y lucharon a tiro limpio, hasta que terminaron las municiones y después a bayoneta calada hasta que no pudieron más. Pero rendidos y agotados fueron devorados por las bestias. Esta noticia circulaba entre la gente y otras más provocadas por los lobos que cada poco se comían algún animal o atacaban a las personas. El miedo que les teníamos daba pavor. Hay que ver lo dañinos y atrevidos que son estos animales pues todavía en estos tiempos siguen haciendo de las suyas, atacando y devorando a los animales.

Estas peripecias y muchas más me las tuve que tragar desde los 7 hasta los 10 años, cuando comencé a trabajar de arriero con un burro y un caballo, transportando carbón de los chamizos, desde las montañas de mi zona hasta Sienrra. Mi oficio de comprador y de transportista de comestibles a hombros lo heredó mi hermana Laudina, pero ésta iba a tener más suerte que yo porque la acompañaba nuestro hermano Constante, ella de nueve años y él de ocho, pero bravos los dos también.

El trabajo de transportar los comestibles al hombro se había convertido en permanente porque cuando nuestra madre estaba enferma no podía y cuando mejoraba, la esclavitud de todo lo que tenía que hacer no le permitía otra cosa que atender los trabajos de la casa, del ganado y del campo, además de los otros niños pequeños. En aquellos tiempos lo primero era hacer los  trabajos del campo. El resto de la casa era secundario. A la escuela no se le daba importancia. Se decía ¿por qué perder tiempo en la escuela si vamos a ser mineros? y nuestras hermanas tampoco la precisarán porque se casarán y se dedicarán a las labores de la casa y del campo. Era la mentalidad de aquellos tiempos.

 

 Los catorce nos criamos juntos.

A pesar de lo duro de aquella época y de ser catorce hermanos nos criamos fuertes y sanos como robles; cuando íbamos juntos a trabajar a las tierras o las praderas era la atención del resto de los vecinos. "Aquel rebaño de gente no hay quién les meta mano terminan con la hierba de un prado a la velocidad del rayo”, decían algunos de los vecinos que trabajaban en las fincas cercanas.

Recuerdo con cierta nostalgia aquellos tiempos por las montañas de nuestro valle. Trabajábamos unidos con mucha gracia y afición. No sé si porque veíamos la necesidad en la casa, o porque llevábamos en la sangre ese privilegio de haber salido todos tan trabajadores como lo eran nuestros padres y abuelos.

El tiempo corría sin detenerse, la gente evolucionaba. Se formaban nuevas familias, comenzaron a casarse primero nuestras hermanas mayores y más tarde los hermanos. Ya habían empezado a trabajar los hermanos mayores en la mina, como mi padre, y quedábamos en casa, nuestra madre y ocho hermanos, los pequeños de la familia, de los cuales el mayor era yo. 

Los antiguos de nuestro valle me contaron que en el mismo pico Palacio, vivió una familia, durante muchos años. En aquel tiempo no había calendario, ni relojes, no sabían la fecha ni la hora. El tiempo lo contaban por las lunas y la hora del día por el sol, medido unas veces, por la sombra que proyectaba un árbol y otras por la de una montaña. Vivían de la caza y del pastoreo. La caza era a base de trampas y con una especie de lanza que empleaban los más fuertes, no existían armas de fuego.

Esta pequeña cordillera nace en La Bobia y nos muestra la vista del Xerru Laural, el pico Llabayu y el pico Palacio de 942 metros de altitud, así como una parte de este bonito valle, que nace junto al Pozo Cerezal y termina en el pico Sereal de 981 metros de altitud.

Dado que los pastos escaseaban, enviaban a su hijo mayor con parte del rebaño a puertos de montaña lejanos.

Ovejas pastando

Al despedirlo el padre le decía, volverás cuando pasen cuatro lunas. Llevaba para su alimentación pan para una semana, que era lo que podía aguantar sin estropearse y harina de trigo mezclada con centeno que ellos producían para hacer su pan y que cocían en piedras de forma plana, llamadas en bable “llábanas”, que calentaban con el fuego. Se alimentaba de este pan, de leche de cabra y oveja y del queso que él mismo hacía. También de carne de los animales que cazaba o de alguna oveja que los lobos atacaban y que con sus mastines conseguía recuperar.

Estos pastores para refugiarse de los lobos y de los fríos intensos de las montañas, se hacían unas chozas para dormir y poder cocinar sus comidas.

El problema de los lobos para estos pastores era muy duro. Atacaban sus rebaños y lo hacían lo mismo por la noche que por el día. Como no disponían de medios para cazarlos, él número de lobos era cada año mayor.

A sí mismo, cuentan que estos pastores una vez al año se subían al pico Llabayu que es el que da vista a nuestro valle para llamar a los pastores de nuestra zona y preguntarles, entre otras cosas, si ya había pasado la cuaresma.

 “Sí, ya pasó”, les dijeron. Los otros les contestaron, “siete tocinos se comieron en ella”. Aquello era considerado por los católicos como pecado, pues no comían carne en el tiempo que duraba la cuaresma.

LoboEn estos lugares de pastoreo es a donde mis hermanos y yo íbamos a “llindar” las vacas, por sus buenos pastos de alta montaña y a buscar el “estru” para nuestras cuadras, por eso conozco la historia de esta gente que mi abuelo y otros antiguos me contaron.

Cuando era niño, con el buen tiempo los ganados pastaban por los montes de altura y los lobos tenían mucho que comer, atacaban y degollaban los animales y no bajaban a poblado, pero en cuanto se bajaba el ganado al llegar el invierno empezaba a escasearles el alimento, sobre todo cuando nevaba, entonces algunas manadas bajaban a los pueblos y atacaban hasta por día, según el hambre que tuvieran.

Recuerdo todavía que habitaban por los montes de nuestra zona. Algunas noches se les oía aullar y bajaban hasta las cuadras del nuestro pueblo para ver si podían atacar el ganado, roían con sus fuertes dientes las puertas de las cuadras y salían los paisanos con fesorias y lámparas para echarlos.

 

 

Don Herminio Rozada, estuvo muchos años dando clases en la aldea de El Vericioso, del valle La Cerezal, situado en la parte central del valle, a 548 m de altitud; a su izquierda, está La Espesura, muy bonita también; a la derecha, El Costayu y La Zorea; más abajo, otra población llamada Las Casas de Abajo, además de diversos caseríos repartidos por este bonito valle que yo conozco bien por convivir con la gente, primero en la escuela y después en los trabajos del campo y más tarde, en las minas. Pertenecen a la parroquia de Santa Bárbara, concejo de San Martín del Rey Aurelio. En toda esta zona vivíamos de la minería, y de la agricultura y ganadería. Gente seria y trabajadora de primera línea. Guardo muy buenos recuerdos de todos estos valles a donde iba a los bailes en los días de fiesta y donde aún tengo muchos amigos de la infancia.

Don Herminio Rozada, fue un hombre muy notable como maestro y, como persona, muy sociable y humano, apreciado por toda la gente. Dio clases a niños y mayores, ilustró a mucha gente, dio clase a muchos mineros para ser vigilantes. Preparó también a muchos estudiantes para capataz de minas. Desde aquí quiero recordarle con mucho afecto, porque siempre permanecerá en mí su recuerdo como buen ciudadano que fue, además de un gran profesional.

También recuerdo la última vez que lo vi antes de morir, fue en el paseo de San Martín de Sotrondio. Él venía por la acera junto al río, yo iba por la acera de la derecha. No le había visto aún porque estaba hablando con alguien y cuando esa persona reanudó su camino, él señor Rozada, me llamó y me dijo:

– Arsenio, cruza para acá que puedes mejor que yo.

Así lo hice, nos dimos un abrazo de amigos y me dijo:

– Arsenio, te felicito por tu último invento. Acabo de ver el reportaje de la prensa dode te ponen  en un alto pabellón y como te mereces. Vaya como escribe el señor Gancedo, y lo explica con todo detalle y como si te conociera de toda la vida. Me gustó mucho, pero sobre todo cuando dice "si notable es el invento, más lo es la personalidad del inventor". Es verdad, siempre has sido un hombre con agallas y lo sigues siendo. ¿Sabes que eres el primer inventor del concejo?

Pues no lo sabía, ni pensé en eso.

– A pesar de tu terrible accidente que te privó de tus manos, conseguiste seguir adelante. Eres un valiente, has luchado duramente y te convertiste en un empresario con tu propio esfuerzo y trabajo. Has conseguido también que tu hijo y las dos hijas estudiaran carrera y eso "cuesta un huevo”. Estás considerado un héroe por tu lucha y lo eres de verdad. Estoy orgulloso de que hayas sido  mi alumno. Ya eras desde niño un gran trabajador, igual que tu padre, hasta te pareces a él en casi todo.

Allí me recordó muchas cosas de mi padre que bien se conocían, habían estado juntos en la mili y fueron amigos toda la vida además de vivir en pueblos cercanos.

Así de bien se explicaba Don Herminio, así de noble fue siempre para tratar y ayudar a la gente. Tenía ese don de la inteligencia natural que siempre empleó para hacer bien y trabajar con dinamismo. Yo también me alegro de haber sido uno de sus alumnos, porque algo se copia de un buen profesor como lo fue este gran hombre, que bien se merce ser recordado. Por eso considero necesario rendirle este homenaje, que sin duda ha de alegrar a su familia y los que fueron sus alumnos y también a los que lo conocieron y convivieron con él. 

 

¡Cómo pasa el tiempo y qué brutales cambios produce!

Recuerdo a Don Aurelio, el maestro, con mucha frecuencia. Fue un destacau sindicalista y defensor de los trabayaores, además de buen profesional y muy apreciau por la xiente de nuestra zona, fue un gran cumplidor de su deber, tenía que ser duru con nusotrus, porque yérimus muy torpis, vivimos en una época un tanto asalvajada. Entoncis tous lus maestrus manexabin muy bien la regla pa poner derechu al que yera torciu y arreglarnus lis uñis con un reglazu en cada mano. Teníamos que poner los cinco deus de cada mano xuntos y parriba y soportar los golpes de esa regla pa luegu ponese de rodillis mirando a la paré con un libru pa seguir estudiando, y tovía yera poco. Pienso que los maestrus, de hoy, están un poco marginaus, no les permiten esis cosis, en mi opinión son necesarais algunis vecis, siempre que sean con prudencia y no con salvajismu. Un reglazu en lis uñis nun rompe huesus y pon firme al más pintau. Creo que nos equivocamus al exigir demasiau y cumprir poquis vecis.

Lo que nunca se vió en aquel tiempu ye el pegar o maltratar a un maestru, si que yerimus retorcius como rayus pero el respetu yera a tope, porque asina nus lo enseñarun nuestrus padres. Sinceramente, creo que hoy lus hay que lo fain al revés, protestando por casi to y sin darse cuenta de lo importante que ye el respetu a su maestru y a lus demás, claro. Como dixin en mi pueblu entre lo pocu y lo munchu hay un mediu.

Don Aurelio, el Maestru de la Peña,  así lu llamabin, por vivir en ese pueblin de Blimea, situau mismo encina de la roca de la curva del Ronzón. Este gran hombre, tuvo mala suerte  porque un día lu matarun. Yo no sé quién lo fexo, a mi corta eda de ocho añus, nun me enteré muy bien de lus hechus. Oí decir a los mayoris que lu matarun por ser sindicalista y defender a los probes trabayaoris reventaus de trabayu y fame, y que el capitalismo lu mató. Todu el pueblu lamentó aquel crimen, sobre todu nusotrus sus alumnus que lu apreciábamus. Es increíble que hayan ocurriu esis desastrosis desgracis. Terrible y triste disgusto a demás del mieu que pequeñus y grandis  pasamus. Tou nuestru pueblu estábamus aterrorizaus por la muerte del maestru de la Peña. Nun merecía tantu dañu porque yera muy güenu pa tous y buen maestru y nun facia dañu a naide, solo defendia la verdá.

Aunque dívamus muy pocu a la escuela, porque había que trabayar en el cumpu, solu podíamus dir lus dís que llobía, valiomus pa aprender  lis cuatro reglis de cunetis y a respetar a la xiente, lo que yera muy importante en aquellus tiempus.

Al faltanus el maestru, mi padre decidió mandamus a mi hermanu Constante y a mí a la escuela de Don Herminio Rozada, al pueblu La Cerezal, situau al sur de nuestru pueblu, tamien en la montaña. Y como tous sin carretera y con grandis barrizalis y charcus de agua producius por el tránsitu de lus arrierus con sus mulos, y las grandes lluvias y nevadas que se producían en aquellus tiempus. Esti pueblu de La Cerezal, era en aquel tiempu de nuestra misma parroquia de Blimea, unus añus más tarde lu pasarun a la parroquia de Santa Bárbara, nunse porqué.

Estuvi en esta escuela hasta los diez años que comencé a trabayar de arrieru, baxando el carbón de los chamizus de lis montañis hasta la carbonería de Alfredo Lamuño, el molineru de Sienrra.