Las primeras prótesis que fabriqué, las hacía con hierro y aluminio, ya que en aquel tiempo el acero inoxidable andaba escaso y era muy caro.
Antes de comenzar a construir mis prótesis, en mi casa, tuve que aprender a soldar hierro. Me compré un grupo de soldar y a base de tiempo y en ratos perdidos me practicaba, pero el problema seguía conmigo. Aunque conseguí soldar hierro, no podía soldar el aluminio, ya que mi grupo era de corriente alterna y no servía para el aluminio. Comprar otro de corriente continua era muy caro y mi economía era débil. Esas máquinas al salir al mercado fueron carísimas. Pensé que lo mejor sería que la empresa que tenía varios de esos grupos, me prestara uno por un tiempo para que me diera lugar a saber si podría soldar el aluminio. Si lo conseguía podría compra uno de ocasión. Así fue, hablé con el perito de Hunosa, la empresa donde yo trabajaba como conserje, y me dijo que ellos no soldaban aluminio pero que me lo cambiaba por el mío durante un tiempo y sin problema. Trajeron el grupo de corriente continua y se llevaron el mío.
Me compré un paquete de electrodos de aluminio que eran súper caros. Salían a unas 50 pesetas cada uno. Lo que me resultó muy caro, pues un novato como yo tuve que quemar electrodos en cantidad para poder aprender. Aunque al principio me dio mucho que hacer ya que con frecuencia se quedaban pegados los electrodos, seguí con las prácticas. Con paciencia y tiempo conseguí soldar también el aluminio. Les llevé el grupo de ellos, me devolvieron el mío y asunto resuelto.
Durante años seguí haciendo mis prótesis de hierro y aluminio, hasta que más tarde comenzó a comercializarse el acero inoxidable. Pero yo no me sentía capacitado para trabajar este material de un milímetro de grosor. Pues si hoy todavía no soy un buen soldador, porque solo soy un aficionado que me defiendo, pero no como un profesional, peor lo era en aquel tiempo y por eso las construía en aluminio. Después de muchas pruebas y de trabajar durante largo tiempo soldando hierro y aluminio, me decidí a probar a soldar y trabajar el acero inoxidable y ya nunca dejaría de trabajar con este buen material que, a parte de su fortaleza, es mucho más limpio y bonito.
El aluminio que trabajé durante varios años era de un grosor de dos milímetros, lo más ligero que se podía poner, pero muy sencillo y soltaba un oxido que manchaba las camisas y, para evitar ese problema, lo cubría de cuero. Lo que al principio se veía muy bonito, al poco tiempo se impregnaba del aceite del engrase de los rodamientos y seguía manchando la ropa, además, de acumular más peso a lo que ya iba sobre cargado. Para manejar bien estos aparatos deberían ser lo más ligeros posible. El peso repercute a la hora de trabajar, por eso tuve que estudiar muy bien el hacer unas prótesis en acero inoxidable, procurando no aumentar más el peso, pero respetando la resistencia necesaria para soportar los esfuerzos del trabajo y del volante del coche. Para asegurarme de su resistencia, los sometí a grandes pruebas de peso, manejando sacos de abono de 50 kilos y tirando por pesadas viguetas además de soportar el esfuerzo de labrar la tierra, o hacer una zanja con pico y pala.
Para conseguir un buen acabado de mis prótesis, diseñé y monté una máquina pulidora, para pulirlas y dejarlas brillantes como una patena. Tan fuerte y robusta es esta máquina, que a pesar de los años de trabajo que tiene, sigue trabajando como siempre. Esmerila y pule como es debido. Hasta me sirve para pulir las hebillas que hago para mi reloj de pulsera, ya que las comerciales vienen con un pasador que no aguanta la presión de mis aceros y cada poco se pierde una hebilla y a comprar otra pulsera. Por esa causa decidí hacérmelas caseras, pero muy bonitas y seguras, además de que son eternas por ser de un solo cuerpo y en acero inoxidable, claro.
Otro detalle de esta hebilla, es que me dio mucho quehacer la primera, pero resultó una gran experiencia, porque se me ocurrió hacer una prensa, provista de un fuerte usillo y con unas matrices que me permiten hacer cosas artesanales con unas medidas milimétricas, porque para cada caso hago una plantilla y en un momento. Todo es cuestión de pensar en la forma de hacer las cosas lo mejor y más rápido posible.
Por ejemplo, para manejar el ratón de mi ordenador, tenía un cilindro que me permitía manejarlo aunque con cierta dificultad, por lo que diseñé otro sistema en varilla de acero y a medida de mi prótesis que me permite trabajar a la perfección. Me resultó muy fácil de construir con esta nueva prensa que monté. Además me sirve para realizar unos cuantos trabajos más como son la artesanía en acero inoxidable.
La construcción y montaje de estas prótesis, duró largo tiempo. Trabajé dos meses abundantes. Fue una obra de artesanía casera en acero inoxidable que llevaría muchas horas de trabajo a un buen profesional, por lo que a mí, un aficionado, cualquier tipo de trabajo me lleva mucho más tiempo. Por muy hábil que uno sea, las dificultades para algunas cosas están a la vista. Hay cosas que no puedo hacer con la rapidez que quisiera, pero con mucha paciencia van saliendo y desde luego a mi gusto, ya que es muy importante a la hora de trabajar con estas poótesis. Se trata de una obra muy delicada, a medida de cada brazo y con mucha paciencia para adaptarlas y mecanizarlas, además de darles el acabado con el brillo necesario, bien pulidas, como si fueran de fábrica. Así lo decían los que me rodeaban, familiares y amigos, que me visitaban y miraban con toda la atención asombrados del trabajo que un hombre puede desarrollar.
Desde luego que les comprendo, porque ni yo mismo hace unos años me podía imaginar que conseguiría hacer trabajos de esta calidad. La necesidad, la paciencia y el arte, te ofrecen estos excelentes resultados que por muy difícil que parezcan están ahí.
Como anécdota, después de aprender a soldar este material, un amigo mío carnicero, me pidió que le hiciera una obra de soldadura en aluminio. Era chapear el interior de su furgoneta, la DKV Mercedes, en toda la superficie del interior. Me invitó ir a ver una obra similar que le habían hecho a un colega suyo para que yo la viera. La medí, tome nota de todo y se hizo esa obra.
Dado que para mí solo era una obra muy pesada y de mucho tiempo y yo tenía mucho trabajo, contraté un soldador para que los dos trabajáramos en equipo.
Ocurrió algo muy curioso. Cuando le dije al soldador de qué se trataba, dijo: yo no sé soldar aluminio y tú tampoco. ¿Como lo vamos hacer? Yo le contesté: en poco tiempo lo conseguirás, tú eres profesional, yo un aficionado y lo conseguí. Sólo es ponerse y con tiempo se consigue. Respondió: ¿Qué tú ya sabes soldar a aluminio? Pero si hace menos de quince días no sabías. Así es, le dije, pero hoy ya puedo soldarlo.
Le mostré lo que yo había soldado y se quedó muy sorprendido. ¿Tú soldaste esto? Por favo,r quiero ver como lo haces. Cogí la pantalla y me puse a soldar. Él con otra para mirar lo que yo hacía. Aquello lo animó y se puso a soldar y, en un tiempo razonable, aprendió también a soldar él.
Cuando terminamos de realizar esta obra vinieron a verla los mecánicos de la empresa Hunosa y, además, el ingeniero y el perito porque querían comprobar cómo soldaba yo porque no se lo podían imaginar ya que allí nadie sabía soldar con alumnio.
Lo que son las cosas, aquel favor que me hicieron al prestarme el grupo, les sirvió para que más tarde yo mismo les soldara las manillas de los martillos neumáticos que se utilizaban para apretar los tornillos de los cuadros metálicos de las minas, que por ser de aluminio se rompían con cierta frecuencia.
Desde luego que las cosas no se consiguen por estar mirando como correnlos aires, así decía mi madre. Los trabajos algunas veces presentan problemas que no son fáciles de resolver. Al comenzar a trabajar el acero inoxidable, no encontraba el material apropiado con las medidas necesarias para trabajarlo, porque la casa que lo vende sólo sirve cantidades grandes para la industria y no a los particulares.
Tuve que buscarlo por los desguaces y esto me costó muchos más días de trabajo para fabricar las piezas, hasta que me encontré un señor que me había conocido tiempo atrás, en mi finca, y que más tarde me vendió el acero necesario y con el grosor ideal para trabajarlo sin tener que convertir una llanta de 50 mm. en una de 25, por ejemplo, lo que multiplica el trabajo.
Cuando tenía doce años, un día se le rompió la pata de una silla a mi madre. “Qué pena dijo” es una bonita silla con las patas torneadas y muy caras, nunca servirá ya para nada. No la tires Madre, le dije: déjala, que le voy a construir una pata nueva, quedara muy bien y nadie la va a distinguir de las otras.
Mi madre dijo. Eso es imposible, no tienes con qué hacerla, eso sólo lo puede hacer un buen carpintero que tiene herramientas apropiadas. ¿Con qué la vas hacer tú? No podrás hijo, es una obra muy difícil, hay mucho que trabajar, no pierdas el tiempo en eso.
Cierto que hay mucho que trabajar Madre, pero no perderé ningún tiempo, procuraré hacerlo cuando llueva y no podamos trabajar. No sé cuando será, porque aquí nunca se termina el trabajo, lo mismo da que llueva o haga sol, siempre hay algo que hacer.
Busqué madera apropiada y a navaja y con mucho tiempo, conseguí copiarla exactamente. Una vez colocada le di el mismo color de pintura, y a pesar de ser una pata torneada y con diversas formas, no podían reconocer la nueva. Lo que no recuerdo y que sí me gustaría saber, es cómo me las arreglé para darle el mismo color. Era difícil, no había muchos medios adecuados, no sé cómo me salió ese color.
Aquella pata de la silla, se convirtió por unos días en el juguete de mi madre, la presentaba a la familia y les preguntaba a ver si sabían cuál era la nueva pata. Muy curioso, ella tampoco lo sabía, aunque yo se lo decía, al poco tiempo ya no la distinguía de las otras. La miraban, le daban vueltas y nunca fueron a diferenciarla de las otras. Aquello fue mi primera y pequeña artesanía, popular entre toda la familia. Mi padre, cuando la vio por primera vez, me abrazó y me felicitó casi emocionado por conocer una obra de su hijo que consideró un arte muy importante por tratarse de un niño que nunca había visto trabajar esas cosas.
El primer día que baje a Sotrondio con mis nuevas prótesis
A mi regreso de la Clínica ya con mis nuevos aparatos, y después de pasar dos o tres días, bajé a visitar a D. Elviro Martínez, Alcalde, y darle las gracias. Me sentía muy agradecido con él. Alejandro seguía en la Clínica, por no haber terminado su rehabilitación.
Le mostré mis nuevos aparatos que sustituían a mis manos de una forma muy parcial, ya que hacia con ellos lo que podía porque era muy nuevo con ellos y todo eso de trabajar, fue a base de largo tiempo. Le expliqué cómo funcionaban. Los miraba como todo el mundo y con asombro. Nadie los conocía y llaman la atención. Le conté cómo había sido todo el proceso de rehabilitación. Charlamos un buen rato y me dijo que estábamos de enhorabuena, que La Empresa Duro Felguera nos trasladaría a trabajar a las oficinas del Grupo. Ya había estado con la Dirección y todo estaba a punto. De nuevo le di las gracias y nos despedimos. Salí de allí muy agradecido viendo que aquel buen hombre no se olvidó de nosotros, que a pesar de estar lejos siguió trabajando para ayudarnos para conseguir lo que tan importante es para todos, el trabajo. Pero más aun para nuestro caso, al no poder regresar a nuestro trabajo de mineros.
Aquel día me acompañó un familiar. Aprovechamos para dar una vuelta por Sotrondio y tomar unos culetes de sidra. Hacía largo tiempo de que no estaba por aquí, era mi primera salida después del accidente y por mi tierra.
Sería un día histórico para mí, comenzaba una nueva vida y que iba ser ya mismo muy dura. Pues el primer problema iba ser al momento: no podía tomarme la sidra. El vaso no aguantaba la presión de mis aparatos y se rompió al cogerlo. La gente quería darme de beber. Yo quería aprender, tenía que investigar la forma de beber sin romper el vaso y perder la sidra. Cuantos más cogía mas se rompían. El dueño del bar no quería cobrármelos, yo no podía tolerar dejarle sin ellos, lo pasé fatal. Cambié de postura, procuré cogerlos con las dos prótesis a la vez, y un poco mejoró la cuestión, pero cada poco otro al suelo. Fue demasiado, no sabía qué iba hacer.
Ese problema que desconocía, agudizo a partir de ese mismo instante mi lucha para comenzar a pensar noche y día cómo me las iba arreglar para construir otro modelo que me permitiera no solo beber sino trabajar. Los que me pusieron en la Clínica eran de Aluminio y se rompieron muchas veces, solo servían para defenderse de una manera muy precaria, aparte de su triste figura, que bien claro se veía que la genta al verlos sufrían en cantidad. No podemos olvidar que al ser de un metal las cosas resbalan. Todo te cae y te sientes desolado. Tenía que hacer algo que con una materia noble que pudiera manejar los objetos sin salir disparados. Fue esta necesidad la que me empujaría al diseño y a la invención con más fuerza y nuca se alejaría de mi mente. Creo que fue motivo de un desarrollo de mi inteligencia, casi atrofiada. Primero por el trabajo y la baja formación que tuve y después por el sufrimiento al perder las manos y después por comprobar que aquellos aparatos no eran lo suficiente para defenderme en la vida. Trabaje sin descanso para conseguir lo que me llevaría a poder defenderme y a ser un hombre libre, ya que en aquella situación me sentía como atado de pies y manos, bloqueado y sin poder hacer casi nada más que comer.
Seguida mente tuve que hacer prácticas entrenándome para trabajar hasta el ocho de agosto cuando comencé a trabajar en las Oficinas del Grupo San Mamés, situadas a lado del Pozo donde trabajé desde niño. Este Pozo tenía una plantilla de mil quinientos cincuenta productores más las minas de monte de la Sección de San Mamés hasta el séptimo piso, Pozo Cerezal y las minas de monte de la sección de Santa Bárbara hasta el noveno piso. La sección de minas de monte de Váldelospozos situada la primera boca de mina en Blinea y el resto por los pisos de la montaña. Más el exterior del Grupo donde trabajaban cuatrocientas cincuenta personas. Entre estas un grupo de unas sesenta mujeres, llamadas carboneras. Había dos ingenieros que mandan todas estas explotaciones con base en las oficinas centrales de este grupo minero. Que fue muy importante ya que hubo unos cuantos años donde había trabajo para todos y una buena economía donde la gente ganaba buenos sueldos, lo que nos saco de aquellos malos tiempos de la posguerra donde las pasamos muy mal.
El día que sacaron fotografías a mis máquinas
En una ocasión llamé a Justo Arienza, el fotógrafo de Blimea, para hacer unas fotos de mis máquinas. Era un gran profesional, muy trabajador y una excelente persona, apreciado por todos en nuestro valle. Vino con su hijo, de unos veinte años. Después de saludarnos Arienza me dijo:
— Arsenio, cuando entramos a tu finca y te vi, me acordé de tu accidente y de lo mal que lo pasaste y le dije a mi hijo “este hombre es de acero, mucho aguantó, y mira donde está. Yo tuve que sacarle su polla para orinar, fue la única que cogí en mi vida”. Luchaste mucho pero hoy estás en un pabellón muy alto. Los que conocimos tu situación casi no lo podemos creer. Saliste adelante, hay que ser valiente, decía mirando a su hijo, mira estas máquinas que le fotografiamos. Él mismo las inventó y él mismo las hace, no se puede creer si no lo ves. Fíjate hijo, le dijo, como será este hombre de luchador, que hasta las manos que lleva él las inventó y las fabrica aquí en su casa. Es casi imposible creer que en estas condiciones sea capaz de hacer estas máquinas. Cuando las personas que sabemos cómo fue tu accidente comentamos tu caso, los que no te conocen, no lo pueden creer. Les parece imposible que te hayas podido recuperar y sobre todo que puedas trabajar con esos aparatos que, además, son metálicos y deben pesar mucho. Tienes a la gente asustada de lo mucho que trabajas. Eres mundial, dijo.
Habían pasado más de cuarenta y cuatro años y no se había olvidado del sufrimiento que vio en mí cuando me tuvo que ayudar, así me lo dijo.
—No hay palabras suficientes para describir tu fuerza de voluntad, amigo, dijo él al despedirnos.
Había sido panadero en su juventud, y me ayudó cuando subía con su mulo y sus maniegas a los pueblos del valle San Mamés a servir el pan. Caminando por aquellos caminos llenos de barro y estrechos por donde las maniegas no cabían. Precisamente los mismos caminos por donde yo paseaba lleno de amargura y sufrimiento y agobiado por mi situación, esperando encontrarme con un vecino que me ayudara para poder orinar. Todavía no había luz, ni teléfono, ni carretera por algunos pueblos, aunque sí en el nuestro.
Cuando llegamos a casa, mi madre y hermanas nos esperaban impacientes. De nuevo los abrazos y las lágrimas de alegría. Era demasiada la emoción, aunque intentaron ser fuertes, no pudieron evitarlo, ni yo tampoco.
Después de saludarnos, nos sentamos a la mesa para comer, todos pendientes de cómo me las arreglaría. Les parecía imposible que pudiera arreglarme solo. Fui a mi maleta, saqué mis cubiertos especiales para mí. La cuchara tenía un pequeño tubo ovalado y remachado en el mango, para enganchar mi pinza, y lo mismo para el tenedor y el cuchillo. Empecé a comer y nadie más metió mano a su comida, lo primero era ver cómo funcionaba el recién llegado. Aquellas simples y finas pinzas, que tanto miraban les parecían imposibles para que uno pudiera comer, y mucho menos para poder trabajar. La sorpresa fue monumental para todos, sufrían y se preguntaban cómo iba ser la vida de este hijo, de este hermano. En todo momento me di cuenta de que estaban destrozados, pensando en el tremendo problema que creían que no tenía solución. Por eso me tuve que hacer fuerte y demostrarles que yo, como ellos, también me asusté al principio pero yo ya estaba convencido de que me iban s servir para defenderme. Sin pérdida de tiempo y con mucho cuidado tuve que hablarles, explicarles que tuvieran confianza, que todo iba por buen camino. En este tiempo lo primero era liberarles del sufrimiento, pues ya lo habían pasado bastante mal y no podía permitir que siguieran sufriendo tanto por mí.
Les tuve que explicar con todo detalle como funcionaban, pues a pesar de estar a la mesa para comer nadie lo hacía. Me puse de pie y les dije:
—Sé que todos esperábais otra cosa, sé que estáis sufriendo y os pido que os tranquilicéis porque yo también lo estoy. En este corto tiempo, sólo cuatro meses, ya he podido superar las duras pruebas de la rehabilitación. Lo hice con ganas. Hoy me encuentro muy contento y agradecido, por eso quiero que vosotros también tengáis confianza en mí. Todos sabéis que soy duro y que ya veo las cosas con mucha claridad. Llegó la hora de buscar mi progreso y creo de verdad que lo conseguiremos. Sé como vosotros que mi vida dio un cambio total, pero también sé que todo ello no ha de ser un obstáculo para abrirme camino y forjar mi nueva vida como uno más. Sé también que los esfuerzos han de ser duros pero yo también soy lo suficientemente fuerte como para combatirlos. A todos os pido que tengáis fe en mí, no os defraudaré. Como siempre conseguiré el camino del bien y del trabajo. Ya veis que en poco tiempo me perfeccioné y que ya me puedo defender. Quiero deciros algo que considero muy importante para vuestra tranquilidad y también para la mía. En el caso de que Duro Felguera no me diera trabajo, lo tengo en Madrid. El Director y los médicos de la Clínica me piden que después de visitaros y de pasar un poco de tiempo en vuestra compañía, regrese a trabajar para dar clases en la Clínica a mis compañeros y a otros más. Así mismo os digo que me aprecian mucho, tanto que ya me propusieron ante el Ministro de trabajo para ocupar ese cargo. Eso os debe de animar mucho lo mismo que a mí, porque es muy importante ya que he tenido la suerte de ser propuesto para un trabajo que, además de ser importante, me resolvería el problema, al tener un sueldo bueno para poder vivir. Si vosotros viviérais en Madrid, yo aceptaría el trabajo muy contento, pero allí no hay minas para que podáis trabajar, y yo no puedo vivir sin vuestra compañía. Lejos de casa lo paso mal. A pesar de que todo salió muy bien, no me faltó de nada, excepto vuestro cariño, vuestra compañía, que para mí lo es todo. De corazón os digo que lo que más sentí ya después de todo lo sucedido, fue estar lejos de vosotros. Os eché mucho de menos, si estuvierais cerca lo habría pasado mucho mejor.
Aunque estaba en mi casa la novedad del momento era ciertamente impresionante para ellos. Aquellos artefactos que no dejaban de mirar, para todos era una terrible y triste novedad. Nunca habían visto tal cosa. Les resultaba demasiado fuerte, parecían aturdidos. Todos estaban en silencio, como si allí no hubiera nadie. Yo tuve que romper este silencio de nuevo, para decirles:
—Empezad a comer, que tiempo tenéis de ver mis aparatos. Tengo que deciros con toda sinceridad que estos no son lo suficientemente fuertes como para que un hombre pueda trabajar, eso lo sabemos todos con solo con mirarlos, pero yo os prometo que ya estoy convencido de que voy a diseñar y hacer otros con capacidad suficiente para trabajar y con otra estética más bonita. Desde el momento que los conocí, me di perfecta cuenta de que tenía que trabajar duro para descubrir otro sistema mejor. Nunca más dejé de pensar en este tema y por eso estoy seguro de conseguirlo. Así se lo prometí al Director y así ha de ser. Por la razón que sea, desde luego yo no lo sé, el mismo Director y los médicos, están convencidos de que lograré un revolucionario invento que ha de servir, no sólo para mí sino también para los demás. Después de decirles que no podía quedarme a trabajar allá, me pidieron que cada poco tiempo fuera por la clínica a presentarles los resultados de mis inventos y que no pierda el contacto con ellos, que allí tengo otra casa. El Director, un día me dijo: Arsenio, los que tenemos manos no podemos ni sabemos manejar estas prótesis. Eso sólo puede conseguirlo un hombre tan trabajador como tú, que con el arte y la inteligencia que tú tienes, lo conseguirás. Estoy seguro de que no descansarás hasta que consigas unos revolucionarios aparatos para que puedas trabajar y defenderte con toda normalidad y que han de servir para el resto de los hombres que como tú sufrieron esa terrible perdida de ambas manos. Yo le dije, así será señor, lucharé sin descanso hasta conseguirlo, aunque sea de largo tiempo. Todos sabéis que yo no me rindo y que he de hacer algo importante. Conseguiré unos aparatos mucho mejores que me permitan el poder trabajar. Todos me conocéis bien y sabéis que soy hombre que no pierdo el tiempo y que tengo recursos para estos temas de la invención. Y que en este tiempo más que nunca, porque las circunstancias así lo exigen. He de hacer en este campo algo importante. Comenzaré a diseñar distintos funcionamientos, y serán presentados a las autoridades por mis jefes que creen en mis proyectos y esperan por ellos. Todo el equipo médico está convencido de que lo conseguiré. El Director pronto descubrió mis cualidades al respecto y, como vosotros sabéis, se me dan esas cosas de trabajo en muchos órdenes. Les prometí ir con frecuencia a la Clínica a mostrarles todo lo que consiga en mis trabajos y así será. Una de las cosas más importantes es que ya estoy mentalizado. Sé que tengo que vivir con mis aparatos. Sé que mis manos ya no vuelven a crecer y por eso me conformo y que presto estoy a trabajar y vencer, les dije. En mi nombre y en el vuestro propio, os prometo que todo lo que he dicho se cumplirá. Ahora, todos a comer y a festejar nuestra felicidad por estar juntos de nuevo.
Todos me escuchaban con atención y aunque seguían con algunas dudas de lo que pueda desarrollar con aquellos aparatos, les observé cierta alegría al comprobar mi forma de hablarles y de ver con qué seguridad les prometía que iba a vencer lo que ellos creían imposible. Siempre confiaron en mí como hombre decidido y de arte, y eso les daba cierta alegría, alguno dijo:
—Arsenio tiene razón, siempre fue serio y nunca falló. Aunque nos parezca imposible si él lo dice así será. Tendrá que ser duro, pero él lo conseguirá porque siempre fue muy seguro para todo y lo importante es que él mismo lo vea con seguridad.
Al terminar de comer empezaron a llegar las primeras vistas. La gente tenía ganas de verme, de saber cómo eran mis nuevas manos. En todos observaba la fuerte sorpresa que se llevaban. Ciertamente mis aparatos no se parecían en nada a unas manos, yles parecía imposible que con eso se pudiera trabajar.





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