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El 17 de septiembre del 2002, a las seis de la tarde y después de terminar de limpiar el piso, salimos a dar un paseo, lo necesitábamos. Tuvimos unos cuantos días de intenso trabajo ya que esta vez nos encontramos solos para todo. Los hijos estaban lejos y trabajando y no quisimos molestar al resto de la familia. A pesar de que la tarde estaba gris y no muy apacible, fuimos a dar un paseo hasta Perlora, fue el primer paseo por esta zona en ese verano tan poco soleado. Después de pasear por la zona residencial y de descansar sentados mientras contemplábamos la playa y el paisaje, salimos por el paseo que bordea el mar por el acantilado donde hay miradores con bancos para el descanso. Mientras que observábamos el fuerte oleaje y la bravura del mar, llegó un grupo de turistas. Eran unos doce o quince, entre mujeres y hombres. Uno de ellos se acercó y me dijo:

-Buenas tardes, ¿quiere por favor sacarnos una foto al grupo para que salgamos todos juntos?

-Claro que la sacamos.

El señor extendió su mano para entregarme la máquina.

Le di a mi esposa un libro y el aparato de radio. Extendí mi brazo para cogerla la maquina. La sorpresa que se llevó aquel hombre fue de órdago, no se había dado cuenta de la falta de mis manos. Se quedó sin palabras. Me di cuenta y le dije:

-Tranquilo, al momento les saco la foto, no pasa nada.

El resto del grupo que tampoco se habían enterado hasta aquel momento, se acercó con tanta sorpresa como el primero. Me miraron sin perder detalle pero en el mayor del silencio mientras yo manipulaba la máquina para ponerla a punto, a la vez que con toda normalidad les decía:

-Ahí tienen un lugar con una gran vista para la foto si les parece bien.

Se colocaron en forma  circular, pues el lugar era una balaustrada muy apropiado para sacar la foto en grupo, con una vista de rocas y del mar.

Todos sin pronunciar palabra se agruparon sin perder detalle de los movimientos del  improvisado fotógrafo que ellos mismos y sin darse cuenta habían elegido. Seguro que alguno pensaría: “esa máquina ya no funciona más”.

-Por favor, no se muevan que voy a disparar, al momento salió la foto. Sin les parece bien hacemos otra foto para ver cuál es la mejor. Le entregué la máquina y después de darme las gracias, todos seguían con la sorpresa. Solo una señora de esas que hay con mucha gracia se atrevió a preguntar si éramos forasteros o de la zona.

-Vivimos aquí muy cerca en Candás, pero somos de Sotrondio.

-Nosotros somos de Madrid, pero yo hija de asturianos. Mis padres eran de Cangas del Narcea. Hoy ya es igual ser de una parte que de otra dijo la señora, ya no hay problema como antes cuando entre los pueblos había diferencias y hasta palos.

Cierto que había palos señora, a mi me toco ir a la guerra de un pueblo contra otro cuando solo tenía doce años, y los palos que llevamos mi hermano y yo fueron muchos. Nunca lo olvidamos ni quisimos más guerras. Decían los antiguos que a base de palos espabilaban hasta los más tontos.

El resto de la gente escuchaba sin decir palabra, mientras que miraban con toda atención. Nos despedimos y ellos siguieron el paseo contemplando la zona. Nosotros marchamos para casa. Ya estaba cayendo la noche y el tiempo no invitaba a seguir el paseo. La tarde se puso fresca y con nubarrones que daban oscuridad a todo el valle de Perlora y Candás.

Esta vez ya era la segunda sorpresa que mis manos de acero, dieron a los turistas. Cuando paseábamos por el tranqueru, mi esposa y yo. Unos turistas sin darse cuenta me pidieron que les hiciera una foto. Aquellos quisieron enterar de mi accidente y de lo bien que trabajo. Una señora dijo con mucha  gracia.

-Señor: es usted tan hábil y tan agradable que su problema deja de serlo, en el mismo momento de conocerlo. Le felicito con mucho gusto, seguro que nunca me olvidare de usted. Se acerco y me dio un abrazo.

-Muchas gracias señora, usted también es muy agradable y con buena estampa, que el cielo le conserve esa gracia muchos años, porque bien se lo merece.

-Lo mismo le digo porque es encantador, y me dio otro beso. Hay personas que se hacen querer por su bonita forma de ser.

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