El viernes día 15 de Mayo del 2015. Después del paseo de la tarde me acerqué al bar la Alborada de Candás para tomar un refresco, me senté en una de las mesas. El joven que me atendió, se acercó a la mesa con la consumición. Yo sacaba del bolsillo de mi chaqueta el aparato que tengo para beber con un vaso de sidra. Es un bien sistema para coger el vaso, ya que de otra forma no podría cogerlo. Es uno de mis primitivos diseños.
El joven estudiante, que por cierto es muy inteligente, con muy buena planta, además de muy agradable, no me conocía, se quedó mirando para mis aparatos y dijo: “yo le ayudo si lo necesita”. “Muchas gracia, no hay problema estos aparatos son mis manos y trabajan muy bien”.
Como es normal de las personas al conocerme, hacen preguntas, por ejemplo, cómo se pueden manejar mis aparatos, que paso, porque perdí las manos, como ocurrió, etc.
Después de conocer un poco de mi historia y ver el vídeo de España directo donde se ve como se trabaja sin manos.
El joven Moisés García, me hizo una pregunta que a nadie se le ocurrió en los sesenta años que hay desde que perdí las manos.
Me dijo: Arsenio. ¿Tú no crees que fue bueno perder las manos, después de llegar a donde llegaste? Porque tu vida es muy importante, además de valer para mucha gente que copiará de tu experiencia lo que les servirá para salir adelante. Es increíble. Hasta que no se ve con qué facilidad trabajas.
Me cogió de sorpresa, porque ni yo sabía qué contestarle. Le dije: si que ha sido una vida de lucha importante. Hay que ver que la gente de mi valle y muchos más lloraron de pena aquel día. Algunos asustados de tanto dolor dijeron, pobre Arsenio, mejor la muerte que vivir, no podrá ni comer, ¿Qué va ser de el? En cambio hoy dicen, eres bravo, luchaste mucho y saliste adelante ¿Quién lo iba pensar? Al perder las manos te libraste de morir reventado de trabajo como tu padre, al paso que trabajabas morirías de muy joven y silicótico perdido, mientras que hoy estás como un chaval.
-Puede que ocurriera lo que dicen mis compañeros de trabajo. ¿Pero quién adivina el porvenir? sabe Dios como sería mi vida de minero, podían ocurrir muchas cosas.
El joven me dijo, si, pero no contestaste a mi pregunta.
-Cierto que no te di contestación, porque ni yo mismo se que decirte. Hay que ver lo que sufrí para salir de aquel atolladero. Hay que pasar por esa tremenda perdida de moral, que no te deja ni de noche ni de día. Siempre atormentado sin saber darle salida a tanto dolor, ¡como para olvidarse¡ El que yo haya tenido la suerte de superarlo, de salir adelante, después de atravesar una dura batalla para aprender nuevamente de todo. A comer, asearme, a vestirme, a escribir, a trabajar en el campo, en el taller, .a conducir… a todo, bien claro está. Aparte que para conseguir todo esto, antes tuve que diseñar y fabricar mis nuevas manos y aprender a manejarlas Tuve que empezar de nuevo como un niño, y eso es muy difícil, `porque no se trata de un aprendizaje de meses, sino de varios años. Es una lucha férrea, dura, casi imposible.
Hay que ser tan duro como el acero para soportar el día a día. Sin manos, sin dinero y sin cultura. Solo con las cuatro reglas. Ni siquiera llegamos a quebrados porque solo íbamos a la escuela en los días de lluvia, el resto a trabajar en las labores del campo y atender el ganado. Y por si todo esto fuera poco, pasando hambre ya que unas veces no había dinero y otras no había donde comprar comestibles. Tiempos duros de la posguerra, que las generaciones de aquella fecha nunca olvidaremos. Mucho trabajo para mayores y niños, poca comida y una fuerte dictadora. La poca ropa que teníamos era la misma de verano que de invierno, pasamos más frio que chacales. El calzado eran unas alpargatas de esparto y con madreñas. No había carreteras, solo caminos pero muy malos, ya que en la mayoría de estos, había mucho barro y grandes charcos de agua, por lo que teníamos que andar descalzos para no moja las alpargatas que se deshacían con el agua.
En aquellos años los inviernos eran muy fríos, caían grandes nevadas y fuertes heladas, que duraban meses y también teníamos que andar descalzos por lo de las alpargatas que eran muy simples y con la nieve se estropeaban. Aunque más tarde les poníamos una lamina de cuero con “trachuelas” unos pequeños clavos de hierro para que duraran algo más. Íbamos como los burros ferrados. Las madreñas en lugar de gomas en los tacones llevaban clavos que metían un ruido enorme al caminar, además de lo pesadas que eran.
El mayor problema de andar descalzos entre la nieve, era al principio. Con tanto frio salían fuertes dolores en los dedos de los pies. Unos lloraban otros saltábamos hasta entrar en calor. Aunque era solo unos diez o quince minutos lo que tardábamos entrar en calor, no era fácil soportarlos. Luego sino parábamos era igual estar entre la nieve más que menos, ya no dolían, se ponían colorados y echaban un vapor como humo y lo mismo ocurría con los de dos de las manos que también dolían lo suyo
Creo que con todo esto queda contestado a tu pregunta ¿vale?
Arsenio Fernández
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