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Una mañana a las 11, estábamos el personal y yo, comiendo el bocadillo en el descanso de aquella obra cuando llegaron el jefe y el capataz. Se acercaron y me dijo, el jefe:

-Arsenio acompáñenos.

No esperó ni a que terminara de comer. Retiré mi comida y subí al Land Rover con ellos. Me llevaron a ver una obra de explotación que no era de mi incumbencia, lo mío solo era la restauración. Pero ya tenían un concepto de mí, gracias al resto de los jefes de otras obras, de ser hombre entendido, por haber trabajado en otras explotaciones donde me apreciaban y sabían valorar mis trabajos y la seriedad para realizarlos. Esta vez que fue la primera, me llevó para que le asesorara como hacer una obra. Esto me sorprendió porque nunca me había ni mirado a la cara. Una vez visto sobre el terreno me preguntó:

-Arsenio, ¿cómo cree usted que sería mejor hacer esta obra?

El capataz y el vigilante, mientras que dialogábamos, no dijeron nada, se limitaron a escuchar. Yo le di mi opinión al respecto.

-Muy bien dijo, me gusta como lo planifico.

Se dirigió al vigilante y le ordenó con despotismo, que mandara en el acto el dumper para empezar aquella obra. Pero el vigilante apostilló:

-Arsenio, ¿cómo dices eso? Es mejor hacerla de otra forma.

El jefe le ordenó por segunda vez que se fuera y que mandara venir al maquinista, que se haría como yo había dicho. Era realmente lo lógico. Luego se dio cuenta de que era la mejor forma.

El capataz, que era hombre de mucho arranque y muy inteligente, sabía más que todos nosotros, también lo aprobó y con un gesto me saludó como diciendo “muy bien”. Era el que me apreciaba de verdad. Un técnico que sabía dirigir con veteranía y arte, mientras que el vigilante no sabía más que darle al tinto.

Dejamos trabajando al dumper y quiso que fuera con ellos a ver otra obra. Ésta era para hacer un relleno de una gran escombrera muy pendiente. Una vez que la observamos el jefe pidió mi opinión de nuevo. Delante de los otros dos, que no dijeron nada, expuse mi opinión. El vigilante medio histérico dijo:

-¿Tú qué quieres, matar al palista?

-Yo no quiero matar a nadie, el palista no tiene por que sufrir ningún problema. Los camiones basculan y lo que no marche por su peso, desde la base va empujando al material. Cuando el relleno llegue hasta el punto necesario se deja de rellenar y ya se puede abonar, encalarlo y sembrarlo. No hay ningún obstáculo para que todo quede bien y sin problemas.

-¿Por qué usted tiene que llevar la contraria siempre?- preguntó el jefe, Arsenio sabe bien cómo hay que lo hacer estas cosas y consultando con el Capataz -¿Qué opina usted sobre lo que dice Arsenio?

-Me parece lo más adecuado para esta obra. 

-Para mí también dijo el jefe y ordenó al vigilante que se haga como le dije y no hay más vueltas que dar.

Lo que siempre me extraño mucho es porque tuvo que pedir mi opinión sobre aquellas obras, si el Capataz sabía perfectamente dirigir todo aquello. Era un técnico enérgico y muy activo. Llegue a pensar que aquel individuo no se fiaba ni de su sombra, precisa mente por no saber hacerlo y por no conocer ni lo que le rodeaba. Solo con la ayuda de aquel Capataz tenía suficiente. Era un veterano de muchos años de vuelo, además de buena persona, pero el gran jefe que nunca supo más que ladrar, hombre inseguro que dudaba hasta de sí mismo.

Cada uno fue a su destino. Hasta que no pasaron varios días no volvieron los dos jefes, que normalmente estaban en otra explotación mayor.

Aquel vigilante tan mala persona, que no hizo ninguna cosa bien, por desconocimiento y por llevar la contraria hasta a su misma madre y que hasta ese día decía apreciarme. Tan mal le pareció que los Jefes aprobaran mi opinión, que en la primera visita de estos a la explotación, antes de que llegaran a nuestro punto de trabajo, le dijo al jefe que yo le tenía amargado, que todos los días le reclama el dámper para mi trabajo, que no me conformaba con la máquina pequeña. Aquellas falsas afirmaciones hicieron que saliera el tigre que llevaba dentro el jefe. Éste, que ya era nervioso y que nunca nos había tragado, se lo creyó. Vino a mí como un miura. Me trató a la vaqueta y me faltó al respeto. No me dejo defenderme y me amenazó con echarme de la empresa, junto con todo mi personal. El comportamiento de aquel hombre fue denigrante, de pena.

Aunque hubiera tenido yo la culpa no podía insultarme de aquella forma. Estaba como un perro rabioso, creo que en algunos momentos estaba alucinado. De haber sido yo de la misma calaña de aquellos dos, uno por mentir y el otro por tonto y dejarse llevar por el más farsante que he conocido, era como para ponerles mano y darles lo que se merecían.

Siempre le dije: no mandes esa máquina a mi obra, porque si viene el jefe nos come a los dos. Pero le dijo lo contrario. Por hacerse con el mando de la explotación y por hacer lo contrario a lo que el jefe mandaba, se le ocurrió decir tamaña barbaridad. Sin darse cuenta que el daño que hizo iba rebotar contra el mismo por malvado mentiroso

¡Cómo sería de grave la bronca y el desprecio del jefe, que el capataz, presenciándolo, no pudo decir nada! Él sabía que cuando el fiera, se enfurecía nada se podía hacer. En cuanto llegaron a la otra explotación se cogió su Land Rover y como un rayo, regresó sin pérdida de tiempo a verme para evitar que me marchara. Sabía cómo era yo, como cumplía y cómo aguantaba, pero ya no podía con tanta maldad.

Aquella mañana había sido decisiva, ya me había cansado y pensé en marchar. Si había cometido conmigo ya varios atropellos aquel, rebasaba todos los límites. Aquí ya no había calificativo. El Capataz sabía que me daba mucha pena dejar el trabajo, no solo por mí, sino también por mi gente, a los que yo apreciaba como se merecían. Pensó que aquel día yo arrancaría con mi gente y todo el equipo, por eso vino tan rápido. No querría que marchara, nos apreciaba, no solo a mí sino al personal, a los que los valoraba por su propio mérito, como buenos trabajadores que eran. Él también sufría por ver aquel atropello. Alguna vez me dijo: a ver si un día lo cambian y te deja trabajar. Es un sinvergüenza, pero no te queda más remedio que soportarlo. Lo siento de corazón, no hay derecho a que te pisen de esta forma, lo que te hicieron no tiene perdón. Me llamó aparte y me pidió que me tranquilizara. Sé que estás reventado por la traición de ese miserable vigilante, y por lo mal que te trata permanente, es de vergüenza. Lo mismo me da decirle más que menos. No quiere que trabajes aquí y te echará a la mínima, pero aguanta, no te preocupes. Siendo como eres tú tendrás trabajo en otras explotaciones. Este tío quiere traer aquí a otra gente, por eso te machaca sin cesar.

 

Si no te ha echado aún, es porque la dirección de la empresa te aprecia. La mentira y traición que hizo ese miserable vigilante, te ha hecho mucho daño, pero no se quedara sin castigo. El lunes irá destinado a las 10 de la noche a otra explotación, para que se duerma si quiere, entre las urcias del monte, porque no trabaja en ninguna parte. Además de vago empedernido, mentiroso y traidor. Pero ya no te dará más guerra. Lo que hizo contigo es como para calcarlo de cabeza debajo del dumper, no tiene perdón. Y el otro oveya se lo creyó. Pero no sabía que se la estaba armando: siempre metido en el bar, con el personal abandonado, y a sus anchas. Hasta hoy me lo había callado por no verme metido en un expediente de despido, cosa que se merecía, si no es por la edad que tiene. Cuando le expliqué al jefe quien era ese maldito, estuvo de acuerdo en largarlo de aquí. Le demostré que tú eras inocente, porque lo habías comentado muchas veces conmigo y que no te hacia ni caso. Le esplique que ese vigilante es el responsable y el que destinaba la maquina grande aunque tú le decías que con la pequeña era suficiente y que no querías problemas con nadie.

Este capataz se molesto mucho para defender la verdad. Y de no ser por su ayuda, porque vino a la velocidad del rayo, para evitar mi marcha, seguro que hubiera abandonado aquella obra y la otra también. Aquel día se habían sobrepasado todos los límites, ya no podía soportar más.

Cuando ya llevábamos restauradas varias hectáreas llegó el director y vio aquella bonita obra. Iba acompañado por aquel jefe que tan mal me trataba y por el capataz. Preguntó por la empresa estaba haciendo aquella obra tan buena. El mismo que me machacaba le explicó quién era yo.

El director dijo, que me conocía de vista solamente. El otro le dijo que el encargado era hermano de Arsenio. Se acercaron a mi hermano y le felicito por la buena obra que hacía y le dijo que pasara yo a verle por su oficina al día siguiente. En efecto, lo visite, y cuando le anunciaron mi visita, salió a recibirme al ascensor. Me saludó y me felicitó. Pasamos a su despacho y charlamos largo rato. Me dijo que tenía un buen quipo de gente y que le había gustado mucho todo lo que habíamos hecho. Le di las gracias y le prometí que seguiría en esa línea, a pesar de haber algunos problemas, pero sin decirle lo mal que lo estaba pasando.

El aguantar, muchas veces es vencer. Aunque tuve que vivir bajo aquella tortura largo tiempo, hubo muchas otras obras donde la gente era civilizada y sabía apreciar a los que trabajamos con dignidad y entrega. Otros jefes y vigilantes fueron unas excelentes personas, a cual mejor. Siempre tratándonos con respeto y educación. Hombres en todo caso competente y reconocedor de nuestro cumplimiento. Siempre mirando por los intereses de la Empresa, como es natural, pero respetando a mi gente y a mí. Nuca tuvimos ningún problema, ni con los jefes ni con nadie. Se limitaban a cumplir y a pagar lo que realmente se trabajaba, como tiene que ser.

Prefiero recordar a la buena gente que a los malditos pigarras, que no se cansaron de chupar sangre de los trabadores. Se sabía que había alguno interesado en echarnos, a pesar de que nuestros trabajos de restauración eran de primera calidad.

-Con la disculpa de no tener la hidrosiembra, que sin duda era rápida y buena. Aun que nuestro sistema, el de toda la vida fallara en ningún momento. La prueba estaba allí y sus resultados bien claros.

En una reunión que tuve con el Jefe de una explotación, que no viene acaso ni el nombre del señor ni el de la empresa, porque no me gusta molestar a nadie, me dijo:

-Arsenio es usted un hombre muy cumplidor y sus obras muy buenas y a buen precio, pero no tiene nada que hacer. Aquí no quieren la siembra de mano, solo se hará con hidrosiembra.

-Muchas gracias Sr. Pues tendré que comprarme una máquina para poder seguir trabajando.  

-No me descubra, usted aquí no trabajará ni con hidrosembradora ni con nada. No se le ocurra comprar esa máquina, ya sabe lo mucho que cuestan, se arruinara por falta de trabajo.

De nuevo le di las gracias y le dije la vedad:

-No la puedo comprar porque no dispongo de esa enorme cantidad de dinero.

En aquel tiempo la más barata costaba 10 millones de pesetas, algo imposible para mi economía.

Bajamos de la oficina y cuando íbamos a coger cada uno su coche, antes de separarnos le dije:

-Lo mismo da que algunos digan que lo hacen mejor que nosotros, ni aunque lo sembraran desde un Sputnik desde el cielo, lograrían hacerlo mejor. Podrá ser de la misma calidad, pero nunca tan barato como lo nuestro. Poca gente lo hace con nuestro esmero ni tan barato, eso usted bien lo sabe.

Una vez más y como siempre fue sincero, y con nobleza dijo: 

-Cierto, tiene toda la razón, en el precio no hay quien le iguale y la calidad es muy buena, pero nada se puede hacer.

Al pronunciar lo del Sputnik el ingeniero y yo miramos al cielo y cuando llegué al coche donde me esperaba mi esposa, me preguntó:

-¿Por qué mirasteis al cielo con tanto sol como hace?

Le extraño porque era un día de enorme calor. Le expliqué el motivo de nuestra conversación y, aunque yo ya sabía lo que se avecinaba acerca de la lucha por otras empresas. Confiaba en mis posibilidades de hombre cumplidor y pensaba que ya saldría trabajo, porque siempre habría buena gente que se interesara por las cosas bien hechas y serias. Cogí el coche, eran ya las 2 de la tarde y no paramos ni a comer hasta León, a donde íbamos  a ver una obra. Se quitaron las ganas de comer por la noticia que había recibido. Iba muy disgustado.

Aquel hombre me había avisado del porvenir que me esperaba. Había poco trabajo y lo sentía de corazón. Sé que por él hubiera trabajado toda la vida, confiaba en mí como persona y como contratista. Sabía que mi palabra era sana y cierta, como la de él. Y por donde fuera yo con mi trabajo nadie podía pisotearlo, porque respondía con el precio y con calidad. Así lo reconoció aquel buen hombre desde que nos conoció y lo mantuvo a pesar de las presiones que salían por los cuatro hastíales y que hasta que no lo consiguieron echarnos no pararon.

Mientras que me contaba lo que había, le notaba su tristeza porque sabía que me echaban sin motivo. Era hombre sano y valiente para defender la verdad. Tuvo la amabilidad de avisarme, aunque con dolor para que no hiciera inversiones, que sin trabajo podrían ser trágicas para mi débil economía. No tengo palabras adecuadas para valorar sus méritos, como profesional y como humano. Sabía dar al César lo que es del César, sin perjudicar los intereses de la empresa que representaba y defendía, porque era su deber. Pero sin quitar lo que correspondía a los demás, así fue aquel hombre de bueno con migo. ¡Qué diferencia de unos a otros! Hay un abismo, solo se puede creer que ocurran estas cosas después de pasar por ellas. Siento mucho no poder escribir su nombre, prefiero su anonimato en todos los sentidos. Este gran hombre era el mismo que me defendió en otra exportación y que al poco tiempo lo cambiaron, la rozón no la se pero lo destinaron a otra obra y lejana.

Seguimos el viaje a León. Después de comer fui a ver una de las obras que tenía que visitar. Aquel día tuvimos que hacer noche para ir a otra obra al día siguiente. Pasé la noche en vela, no pude dormir sabiendo que me iba a quedar sin parte de trabajo. Por si fuera poca la lucha que tenía, veía que mi futuro de empresario con el sistema de siembra era incierto y despreciado. No tenía campo ni medios para luchar contra los de la hidrosiembra y dado que una máquina de esa envergadura era tan cara, me sentía abatido, sin manera de salir adelante.

A pesar de tanto sufrimiento y con los horizontes my oscuros, no me di por vencido y pasando noches casi sin dormir, me decidí a diseñar una Hidrosembradora. 

 

 

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