En aquel tiempo todas las horas del día eran poco para el montón de trabajo que yo tenía. Tanto que trabajaba hasta los domingos. Hasta iba pocas veces a visitar a mis padres, por no ter iempo.
En uno de los domingos estábamos techando una nave. Vinieron algunos de la familia ayudarme. El señor Cura subía a decir misa a la Colonia, “residencia” de los mineros que vinieron de afuera que trabajaban en el Pozo. Dado que no dejaban trabajar en festivos ni domingos, vigilábamos para escondernos a su llegada. En aquel tiempo la mayoría de los Curas ya no decían nada, la cosa ya mejoraba, pero por respeto lo evitábamos. Un domingo el niño que vigilaba se despistó y el señor Cura nos vio trabajando en el tejado de la nave. Al regresar de la Misa, estaban delante de las Oficinas del grupo minero, el Cavo de Guardas Jurados, Adolfo Bernardo, gran amigo mío y Rosario,”Charo”, la telefonista, compañera de trabajo. El señor Cura les llamó la atención, diciéndoles que si no les daba vergüenza permitir a un compañero que trabajara los domingos. Charo, que era muy clara y contundente, le dijo:
-D. José, ¿no le da vergüenza a usted reñir a un hombre como Arsenio que lucha a brazo partido, reventado de trabajo, por una justa causa Mientras que es la atención de todo el mundo que lo aprecia por su valentía y lo mucho que trabajar sin manos, mucho más que algunos que las tiene el pobre? Usted, en lugar de bendecirle lo machaca. No hay derecho, está usted fuera de bolos.
El Cura se marchó y nunca más nos dijo nada. Al momento me llamaron y después de contármelo, el Cavo, que era más reservado, muriéndose de risa, me dijo:
-No pude decir palabra, pero Charo, más hábil que el viento, le dio una pasada, con educación pero con firmeza. Bien merecido lo tenía, si no es en domingo ¿cuándo lo vas a hacer si por la semana no puedes?
Charo le había hablado con mucho acierto. Era una gran persona, siempre me apreció mucho. Un poco antes de su muerte la encontré en el paseo de Sotrondio, me dio un abrazo y me dijo:
-Arsenio, hijo, ¡cuánto tiempo sin verte! ¡Qué guapo estas¡ Tanto como trabajaste y te conservas muy bien No me olvido de ti, ni de tu mujer, que también es muy buena. Era una niña y tú la hiciste una gran mujer, enseñándola con cariño. Siempre has sido un hombre y lo seguirás siendo. Recuerdo me dijo:
Cuando al poco tiempo de tu accidente, cómo pasaste por delante de mi cabina telefónica con una máquina de escribir en tus bracinos y, mirándote me dije, este hombre llegará muy lejos. Y llegaste, amigo, que Dios te bendiga por lo valiente que fuiste. La gente habla mucho de ti, aprecian lo trabajador que eres. Todavía hace pocos días que me hablaron de lo cumplidor que eres y les dije ¿qué me vais a decir a mí quién es Arsenio, si fue mi compañero de trabajo durante cuarenta y dos años?
Lo decía satisfecha de saber que su compañero había salido del pozo en el que se encontró a causa del grave accidente que ella misma había llorado y que como todos, considero insalvable. Después de contarme todo esto me dio otro abrazo y se marchó.
Poco tiempo después nos encontramos mi esposa y yo con su hermana, y después de saludarnos, nos dijo:
-Mi hermana Charo mucho os quiere, no se olvida de vosotros, tiene muchas ganas de veros, le gusta hablar mucho de la vida de Arsenio y también de ti- dirigiéndose a mi esposa, que te aprecia mucho.
-Nosotros también la queremos, es una gran persona y no en balde fuimos muchos años compañeros de trabajo.
Le dimos las gracias y le enviamos un abrazo. Ya nunca más la veríamos. Al poco tiempo se murió la pobrecilla. Lo sentimos mucho. Lo mismo ella que Libertad, la telefonista, su compañera merecen mis más sincero aprecio y consideración. Fueron dos buenas compañeras, muchas horas pasamos juntos, ellas y el Cavo Adolfo Bernardo, al que también recuerdo con mucha frecuencia y que juntos pasamos largas horas de servicio en la Empresa minera del Grupo San Martín.
Siempre llevare con migo el gran recuerdo de estos tres compañeros, por lo buenos que siempre fueron y la amistad que nos unía.
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