Abuso de autoridad de un jefe y duras consecuencias para mí.
El Ingeniero que mandó que hiciera aquella obra de restauración de dicha escombrera había sido anteriormente mi jefe directo. Cuando llegó al Pozo, el jefe que marchaba nos presentó y como siempre cada vez que había un cambio le habló al que llegaba de mi forma de cumplir como hombre de confianza y de ser serio, porque siempre me gusto trabajar y tener las cosas al día. El que llegaba era duro y desconfiado, un dictador de esos que solo vale lo que él piensa. En cuarenta años que trabajé allí fue el único que no me trató bien. Ya me di cuenta en la presentación y no me equivoqué. Al día siguiente y al poco de incorporarse al trabajo me llamó y sin más me dijo:
-Oiga, lo que gusta a uno puede no gustar a otro. ¿Me ha entendido?
Todo esto lo dijo con un tono agresivo e imponiendo su dictadura como si yo fuera un maleante rebelde
-Si, perfectamente señor. Le dije.
Debo decir que en aquel momento me dieron ganas de cuadrarme y saludar al estilo militar pero por respeto me marché sin pronunciar palabra.
Salí del despacho y a lo mío pero disgustado porque no tenía motivo ninguno para decirme aquello que considere sin razón ni sentido. Sólo por el hecho de que el jefe me haya valorado ante él. Este señor podría no entenderlo así pero eso era su problema. A mi no tenía que decirme nada. Aquella actuación por más vueltas que le di nunca la entendí. Hay que tener en cuenta que acababa de incorporarse y yo nunca me metí donde no me llaman. Tiempo tendría de llamarme la atención si mas tarde me propasara en alguna cosa, pero eso nunca ocurriría porque yo siempre supe estar en mi sitio y ésto el mismo lo pudo comprobar más tarde. Porque yo nunca me olvidé de donde soy y de donde vengo, siempre supe estar en mi punto de trabajador. Nunca cambié la chaqueta, seguí mi rumbo de minero a la puerta de la mina y sin traicionar a nadie pero menos a mi propia sangre de familia minera
Este señor que más tarde ascendió a Jefe de Sector, fué el que me mandó restaurar aquella escombrera,teniendo yo que invertir un dinero que nunca pude recuperar, aparte de los disgustos que me dió ya antes de comenzar porque vi venir las consecuencias. Bien sabía que saldría muy caro restaurarlo para lo poco que iba producir y luego las criticas que erróneamente iban a salir.
Yo era un trabajador del Pozo y bien conocía lo que había. Entre 1500 hombres que trabajábamos allí, todos conocemos a los que nunca están a gusto con nada. Solo con media docena que haya de estos eternos descontentos que normalmente son los vagos del grupo, son también los que revuelven el gallinero y lo malo de esto, es que la buena gente los deja a su rumbo por no meterse en líos y por eso casi siempre la arman aunque sea sin razón alguna.
Cuando este señor me habló de aquella obra estaba el Ingeniero Jefe de Pozo que le dijo: “Es muy importante limpiar y restaurar esa escombrera, además de mantenerla por la gran cantidad de maleza y de finos de carbón que tiene. Podría haber un incendio y nos pararía el Pozo. Lo más probable es que cuando menos lo pensamos se prenda y podría tardar años en apagarse, como ocurrió en otras escombreras, siendo un peligro. Hasta podría parar los compresores”.
En efecto, todo esto era cierto. .El como profesional bien lo conocía. Todos sabemos la cantidad de estas escombreras que se quemaron por la cantidad de finos de carbón que en la antigüedad dejaban en todas las escombreras.por falta de medios para lavarlos y poder separarlos de los escombros. También por la abundancia del carbón que había. Hasta en minas de montaña hubo incendios que duraron varios años. En mi pueblo se quemó una montaña quedando hasta la pradera arrasada por el calor y sin vegetación ninguna durante años.
La escombrera de Barredos sigue quemado desde hace años. Por esa razón era muy necesario el restaurarla. Pero no emplumarme a mí el coste de toda la obra. Este señor, el mismo que me había hablado de aquella forma al llegar tiempo atrás, dijo: “Arsenio, usted que es hombre polifacético tiene que restaurarla a fondo perdido y aproveche el verde para su ganadería”.
-¿Qué dice? Señor, lo que cuesta esa obra no se saca en toda una vida. No hay escombrera que sea rentable y menos esa que tiene mucho carbón y un calor enorme. Es precisamente el lugar donde anidan las víboras en cantidad por ese calor. No hay planta que pueda desarrollarse con normalidad en ese lugar, aparte de que precisa de un gasto de mantenimiento muy caro, agua en cantidad, energía eléctrica para bombearla, instalación de riego y mantener el riego, abono mineral y vegetal, cal y semilla de las más caras para que puedan aguantar el calor. Con todo eso no hay quien lo aguante. “Imposible” le dije. Además de madera y alambrada para cerrarlo. Sería una hipoteca para mí.
-No es imposible. Le daremos agua y energía y madera para cerrarla. Usted es contratista y la empresa le está dando buenas obras en cielo abierto y debe colaborar. La empresa no tiene dinero para esa obra.
Así de canalla fue el individuo conmigo.
-Eso no es colaborar, señor, es una ruina que tendrá mientras exista. Mucha obra, mucha inversión, mantenimiento excesivo. Se precisan cantidad de jornales y materiales. Cierto es que hace falta eliminar esas malezas por el bien del pozo pero eso no es un negocio para un particular. Lo único que puedo hacer es ponerle un precio muy bajo, solo para cubrir gastos y de esa forma ayudar a la empresa, pero no me meta en un problema de esa envergadura. Además hay otro problema, la gente va a pensar que me hago rico a costa de esta escombrera. Usted como jefe sabe muy bien la clase de gente que hay y que busca esquinas para todo.
Eso siempre es cosa de algún boca fría. Usted dice que no tiene ninguna importancia. Para mí sí que la tiene y mucha. No me gusta quedar mal pero menos por cosas que me van a salir muy caras y dar lugar a críticas por los cuatro hastiales.
Procuré apartarme de ese tema pero después de pasar justo un año justo, volvió a salir. Un día me llamo a su despacho y no tuve otra opción más que poner manos a la obra. Aunque bien sabía lo que iba a pasar, no lo pude dejar. El trabajo que tenia con mi gente en cielo abierto, a pesar de ganar poco por el bajo precio que les cobraba para poder permanecer, me era muy importante, para dar a conocer a los ganaderos de nuestra región mi forma de trabajar y de hacer buenas praderas. La gente iba a visitar estas obras de las minas a cielo abierto y me pedían hacerles para ellos esa clase de trabajos. Por ese motivo tuve que tragar tamaño desaguisado que este individuo me preparó sin pensar el daño que me iba producir económicamente y también personal.
Desde luego que sabía que esto era una hipoteca, pero lo que no sabía era de las malas lenguas que algunas veces hay metiéndose en lo que no conocen, ni saben de qué va y con desconocimiento total de las cosas llegando a pensar que quise hacerme dueño de todo. Allí se quedaron 944.000 pesetas de aquel tiempo, que se enterraron allá para la eternidad, sin contar los trabajos de la familia en los fines de semana para cerrar todo aquel terreno que nunca valió dos pesetas. Hasta es posible que hayan salido menos yerbas que pesetas gastadas allí.
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